Agrio y Dulce Amor

Capítulo 6. El saber controlarse

El saber controlarse

La paciencia es una virtud con la que muchos no nacen,

pero que cualquiera tiene la capacidad de aprender

Ethan

—¿Ansioso por tu último año?

Bueno, al menos hablaríamos de algo que no fuera dinero.

—¿Qué tiene de diferente al resto? —Subí una ceja con desdén—. Todo es igual.

Era solo el último año escolar, no tenía nada de nuevo ni de diferente, no entendía el por qué todos estaban tan ansiosos y emocionados.

Malditas clases aburridas, compañeros arrogantes que competían por ver quién tenía más sexo, profesores sabelotodo que te atormentaban diciendo a cada minuto que debías sacar buenas calificaciones para ir a una universidad prestigiosa. Era la misma mierda de todos los años.

—Cariño, el último año es el más importante. Debes asegurarte de hacer buenos recuerdos, hacer nuevos amigos —explicó con entusiasmo, como si la que estudiara fuera ella—. Además, puedes conocer alguna chica que te gus…

El timbre interrumpió su voz, casi me dieron ganas de besarlo. Siempre recalcaba el puto tema de las malditas chicas, ese que me daba más igual que un pedazo de mierda.

—Yo abro.

Me levanté de la silla y caminé hacía la entrada. Abrí la puerta y un vacío me estrujo el estómago. Tomé un largo respiro para contrarrestar con esa reacción, pero sus malditos ojos me tendieron la trampa perfecta para que tuviera que rodar los míos.

Di un paso al frente para salir y cerré la puerta detrás de mí. Con solo su presencia en el porche de la casa ya me sentía asfixiado, es como si el aire dejara de circular.

¿Por qué siempre tenía que arruinarme el puto día?

Se llevó una mano al pecho, simulando estar ofendido por mi mirada sobre él. Cubrió su sarcasmo con una risa divertida que no espero invitación para hacerme enojar de inmediato. Entrecerré los ojos por el radical cambio de su faz.

Era igual que una caricatura espantosa.

—¿Qué? —En su rostro se explayó una sonrisa demoniaca—. ¿Sorprendido por mi presencia, querido hijo?

Apreté los puños y luché desde toda la fuerza en mi interior para que mi enfado no se notara, que ni si quiera pudiera olerlo.

No me gustaba que él fuera consciente de lo mucho que me afectaba tenerlo cerca. No hacía falta que abriera su maldita boca para molestarme. Solo el horrible verde de sus ojos era más que suficiente para querer golpear lo primero que se atravesara en mi camino.

Era un impulso que me empujaba. Me empujaban sus ojos. Me empujaban a hacer cosas malas.

«Los ojos son los diamantes del alma. Impolutos de mentira», solía decir mi abuela.

—Te recuerdo que la que está ahí adentro, es «mi» hija —recalcó cada una de las palabras, casi tatuándolas en mi cerebro. Me corazón pinchó al instante—. Además, que no se te olvide que estás hablando con tu padre.

Esa sonrisa lograba engañar a todos, era demasiado creíble. Cualquiera que nos viera desde la distancia podía decir que estábamos teniendo la mejor charla de padre e hijo. Sus facciones siempre las ha sabido disimular muy bien. Era un perfecto actor del engaño. Tanto, que podía hacerse pasar por cualquier persona.

Pase la lengua por mis labios, dándole tiempo al enojo para que no explotara y se mantuviera sereno ante la sonrisa falsamente amable.

—Tú jamás tendrás el criterio para llamarte de esa forma —dije, despacio—. Podrás ser nuestro padre, pero no eres uno de verdad. Al menos no para mí.

Mi cara había empezado a arder desde la mención de la palabra: padre.

De inmediato se le borró la estúpida sonrisa y su rostro se convirtió en uno colérico. Los pómulos tomaron paso de una piel pálida a un rojo intenso. Su rostro empezó a transformarse. Era algo que él no podía evitar, siempre era lo mismo, aparentaba estar tranquilo, pero en realidad la ira lo comía por dentro.

Este tipo siempre lograba sacarme de quicio en segundos. Su sola voz me hacía fantasear con miles de escenarios en que le quitaba los dientes de un solo golpe.

Así dejaría de sonreír.

Tomó un largo respiro y chasqueó la lengua. Yo sabía muy bien que se contenía de golpearme, pero no lo iba a hacer, primero estaba su ego, el que le había dejado en claro más de una vez a todos que era un «papá ejemplar». Y aquí había muchos vecinos, muy metiches, por cierto.

—¿Sabes? Acabo de recordar algo… —Tanto su voz como su sonrisa se distorsionaron en una mueca de maldad—. Aquella vez en la que Malory no se quejó cuando los procreamos, no se quejó ni un segundo, todo lo contrario, pedía m…

Como un impulso mis manos fueron al borde de su costoso traje y estrujaron hasta que la puerta abrazó su espalda. De repente, mi visión empezó a decaer. Empecé a desenfocar su rostro.

—Cállate —siseé con los puños y mandíbula tembleques—. No te expreses así de ella.

—No me trates así, querido hijo. —Sonrío al mismo tiempo que quitó mis manos de un certero golpe en el pecho—. Hay vecinos viendo. Creerán que soy mal padre.



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En el texto hay: amorodio, escolar, juventud y amor

Editado: 14.11.2024

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