Agrio y Dulce Amor

Capítulo 7. Una pesita para sanar

Una pesita para sanar

El ejercicio salva mentes y corazones

y los prepara para ser más fuertes

Gabriela

La pesadez de mis ojos era insoportable, como si cada párpado me pesara diez kilos, uno se abría y el otro se cerraba. No podía tener los ojos abiertos al mismo tiempo. Creo que ahora mismo era la mejor representación de una de esas horribles muñecas que cierran los ojos cuando las acuestas.

A pesar de que estaba motivada y emocionada por que este fuera un mejor día, no quería levantarme. Estaba tan calentita, pero aun así tomé tanta fuerza de voluntad como me fue posible y abrí mis ojos de a poco, después de haber apagado la molesta alarma de mi celular.

La luz de madrugada traspasaba mi ventana, adoraba ver eso, era tan relajante, pero tan relajante que me hacía preguntarme: ¿Por qué hijueputas debía hacer esto? ¿De verdad es necesario levantarme a hacer ejercicio a esta hora? ¿En serio es tan necesario hacer ejercicio? ¿Y si me quedó a dormir otro poco?

«No. No puedo hacer eso. Yo soy disciplinada, yo soy disciplinada, yo soy disciplinada».

«Yo puedo. Yo puedo. Yo puedo. Yo puedo. Yo puedo. Yo puedo. Yo puedo».

«Fuera pereza. Fuera pereza. Fuera pereza. Fuera pereza. Fuera pereza. Fuera pereza».

Luego de haberme parado medio zombie hice mi cama y me dispuse a vestirme con mi ropa de ejercicio.

Cuando estuve lista los ronquidos fueron lo primero que me recibieron.

—Stev —llamé en un susurro, tan débil como mis ganas de seguir ahí parada—. Stev…

Blanqueé los ojos al recibir un manotazo en la cara.

—Dijiste que me ibas a acompañar —le recordé lo que me había dicho anoche.

—Yo no dije eso.

Se cubrió todo el cuerpo con la frazada, al igual que la pereza pareció abrazarlo porque se acurrucó como un bebé.

—Si lo hiciste —reproché entre dientes con una sonrisa que él no estaba viendo, pero que me ayudaba a no tomar una almohada y ahogarlo.

—¿No puedes ir sola? —renegó con un ojo medio abierto—. Si quieres lleva un pan.

Mi ceño se contrajo.

—¿Pan? —el desconcierto me perforó la voz.

—Si, para que dejes un camino de migajas y no te pierdas.

Se volteó enseguida, la sonrisa que pude divisar en su rostro fue como una patada a mi dignidad.

—¡Estúpido! —chillé en un rugido que me salió del alma.

No se inmutó, ni por el grito, ni porque lo descubrí de las frazadas calentitas, ni porque me le eché encima.

—¡Acompáñame!

—Agh, jueputa —chistó levantándose con los ojos cerrados y botándome a mí al suelo—. ¿A cómo jodes la hora?

La sonrisa de triunfo no se me fue posible ocultarla, ni si quiera teniendo el culo en el piso.

—Gabriela, son las cinco de la mañana —se quejó con un tono perezoso, casi zombie—. ¡Al menos deja que salga el hijueputa sol!

—Te espero abajo, hermanito.

Mi sonrisa fue triunfal.

Después de la infernal espera pudimos ir a entrenar y luego de unos cinco minutos en los que parecía que el aire fuera limitado, estiré los músculos de todo mi cuerpo.

Miré a mi alrededor, curiosa y disimulada. El espacio era muy bonito, era un gimnasio bastante acomodado y limpio. Hace un par de días que me había inscrito junto con Steven.

Encerré la mancuerna entre mis dedos y la alcé hacía mi pecho. Amaba hacer ejercicio, servía mucho para el estrés, si bien ocasionaba dolor, para mí era uno placentero.

«El ejercicio te ayuda a fortalecer tu salud física y mental». Al menos eso decía mi papá y Steven y cada doctor al que había visitado en chequeos generales.

Di un vistazo en el reflejo del espejo, me vi alzando aquellas pesas y en eso evoqué una vez fui al doctor por un dolor de cabeza y me dijo con un tono tan natural, casi divertido que por más ejercicio que hiciera nunca me vería delgada, porque mi complexión no lo permitía.

Recuerdo que mamá como era costumbre solo le regaló una sonrisa amable, tal vez porque ella no lo tomó a mal, pero yo sí, aunque también por mi amabilidad, solo pude responderle: ¿Quién dijo que yo quería ser delgada, doctor?

Odiaba a veces la perspectiva que otra gente tenía sobre el ejercicio, muchos creían que solo se iba por vanidad, cuando en realidad el ejercicio le ha salvado la vida a más de uno, tanto física como mentalmente.

Como a mi hermano.

Sin embargo, en esta sociedad de hoy en día qué se podía esperar, porque en el fondo ese hombre tenía razón, ¿o no?

Muchos iban para eso, para ser delgados o tener un cuerpo atractivo, «digno» de apreciar. Tal vez ese día me enojé porque no quería aceptar que en el fondo ninguna chica en el mundo es totalmente segura de su cuerpo, ni una sola, y por más duro que les parezca de aceptar a los chicos, ellos tampoco lo son.

Supongo que cada uno tenemos complejos a nuestra forma y es algo inevitable. Y no solo complejos físicos.



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En el texto hay: amorodio, escolar, juventud y amor

Editado: 14.11.2024

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