Los impulsos no siempre son buenos,
no sabría decirte lo mismo de los que guarda el corazón
Ethan
Incliné la cabeza hacia atrás y recibí la ventisca refrescante, muy relajante…
—¡El menú de hoy está bueno!
Hasta que su maldita voz tronó en mis oídos de nuevo.
—¡Vamos a la cafetería!
—Te espero aquí —respondí sin abrir los ojos. Intentando relajar…
—Oh, vamos, ¿en serio?
Asentí. Hice mi mayor esfuerzo por no golpearlo, en lugar de eso una explicación de solo tres palabras bastaría.
—Odio la cafetería —le susurré levantando la mano derecha, como si con eso le explicara el por qué. Si no hubiera ido allá no tendría quemaduras en la puta mano.
—No odias la cafetería, odias a las personas.
—Sí, también, a esas las odio más.
En especial a Anastasia. Parecía una maldita acosadora con sus putos regalos.
—Acompáñame, muero de hambre —dijo en modo orgulloso, pero yo sabía que eso era un ruego.
Abrí los ojos con desgana, la pereza me tenía preso.
—Yo te veo bastante vivo. Aun sigues hablando.
Se hizo el ofendido.
—Hoy hay pudin de chocolate, carajo. —Entrecerré mis ojos por su sucia estrategia.
No podía resistirme al chocolate, pero aun así no me apetecía ir.
—Espero que quedes lleno con eso.
Su cara de aflicción fingida fue como una ofensa, su truquito barato no había funcionado.
—¡Maldita sea, acompáñame!
Arrugué la cara con fastidio. ¿Tanto quería el pudín?
—Se supone que estás enfermo, no puedes comer pudín y menos de chocolate.
—Solo será una vez. Créeme que con eso podré cagar tranquilo —explicó con media sonrisa, una que se explayó mucho más por mi cara de asco.
—Otra vez con eso. —Rodé los ojos—. Mantén los temas de tus esfínteres apartados de mí, por favor.
—Es que me preocupa, ya llevo tres días sin…
—Tal vez tengas amnesia en el culo y por eso te cagas en los pantalones y no en el puto inodoro —repliqué con el fastidio en la boca.
Separó mucho los labios, ofendido.
—¿Cómo puedes decir eso tan abiertamente? —Se llevó una mano al corazón con un dramatismo impecable—. ¿Acaso tener diarrea es un pecado?
—No, pero compartírselo al mundo sí debería serlo.
Volqué los ojos hasta que mi vista enfocó la cafetería, eso me hizo preguntar: ¿Qué estará haciendo el minion?
—Ojalá te de diarrea con resfriado —maldijo en mi contra.
Me levanté de inmediato.
—Bien, vamos, pero después no te quejes del puto dolor de estómago que te va a dar —renegué siguiéndole el paso en cuanto empezó a caminar como un flamenco por toda la orilla de la grada.
Fueron tantas las ganas de golpearme cuando la idea de ir a la cafetería me emocionó que contraje mi mano, tanto como pude, a ver si con un poco de dolor se me reacomodaban las ideas.
Tal vez ella estuviera ahí.
Durante toda esta semana había tenido mucho tiempo para analizarla y cuando más lo hacía más me exasperaba su actitud. Eran tan… amable, una aversión se apoderaba de mí al verla sonreírle a todo el puto mundo.
El camino a la cafetería se resumió a establecer horas de estudio para obtener las calificaciones que necesita para entrar a la universidad que desea, esa de la que tantas historias tiene para contar como si ya hubiera asistido un millón de veces. Eso se lo atribuyo al motón de amigos universitarios que tiene.
Me sentía bien al saber que él sabía que quería hacer con su vida o al menos tenía algo planeado. Yo, en cambio, ni siquiera sabía lo que cenaría hoy.
En las noches, cuando éramos la almohada y yo, la frustración lograba abrumarme. Mi mente se aprovecha para atormentarme y hacerme sentir inútil por no saber qué hacer con mi vida.
Si estudiar o trabajar… no es que tuviera muchas opciones igualmente.
Cuando pisamos el suelo de baldosa blanca fuimos atacados con miradas que podrían poner incómodo a cualquiera. Pero no a Gael. Él las disfrutaba.
Las bandejas de comida se veían exquisitas en tanto le echaba más y más carne con papá. La impaciencia por llegar a la mesa me hizo dar largas zancadas, dejando atrás a Gael, que parecía modelar por todo el lugar.
Las chicas lo seguían con la mirada fija en sus brazos. Todas con los dientes clavados en los labios. Agradecía no poder leer mentes.
Bufé por lo bajo, si se enteraran que en este momento tenía que apretar el culo para no cagarse encima tal vez no les parecería tan atractivo.
Maldije por un pinchazo en mi dedo. Suerte que llegué a la mesa y tomé asiento. La bandeja no estaba pesada, pero igual dolía sostenerla. La enfermera tenía toda la razón: era una fisura, no muy grave, pero sí dolorosa.