Agrio y Dulce Amor

Capítulo 9. Un lugar especial

Debes ser precavido con la persona que te acelera el corazón

sin si quiera tocarte porque no dejarás de pensar:

¿Qué pasará si me toca?

¿Se me explotará el corazón?

Ethan

No me miraba, mantenía la vista en las hojas que empezaban a tornarse anaranjadas.

—Conduces horrible. —Volqué los ojos con hastío—. Ni si quiera sabes frenar.

Oh, te aseguro que sí sé. Pero contigo no. Un secreto que solo entendemos los chicos.

—Dímelo cuando sepas conducir.

Vi en sus iris la intención de replicarme, pero el bosque detrás se llevó su atención. El frio comenzó a golpear con fuerza. El jersey dos veces más grande que ella no la protegía muy bien.

—¿En dónde estamos? —Su vocecita se escuchaba como una plegaria—. Esta no es la universidad.

«No voy a raptarte», quise responderle, pero me lo callé, era más entretenido observar su rostro.

—Sí, lo es.

—¿En serio?

La ilusión que tomó como rehén su rostro fue algo gracioso de ver. Mis pasos por conocida costumbre me guiaron mi lugar favorito para comer cosas dulces.

Era tranquilo, sin tantos sonidos de cláxones y de gente parlanchina. Aquí solo se escuchaba el sonido de las hojas chocar entre sí.

—¿Por qué no me creerías?

Mi nuca quemó, era probable por su mirada fulminante por escuchar el pronunciar de esas palabras.

—¿A dónde me trajiste?

La pregunta salió llena de un reproché que se detuvo al mismo tiempo que yo. Giré hacia ella por el quejido que profirió.

Quitó la mano de su frente y me miró, confundida y un tanto enojada.

—¿No te gustaría conocer algo más que las paredes de la escuela?

Cuando abrí la puerta de la repostería, el pequeño tintineó de la campana le arrebató una sonrisa a la mujer detrás del mostrador.

El espléndido aroma también le quitó la cara de confusión a Gabriela y la remplazó por una linda sonrisa. De esas que le dedicaba hasta a una pared, a todos menos a mí.

El sonido de la música era tenue, igual que las luces cálidas y los colores en tonos claros hacían del lugar acogedor.

—Oh, Ethan, querido, hace tiempo que no te veía por aquí.

La señora de avanzada edad nunca perdía el destello de calidad en su voz. Las arrugas en las esquinas de sus ojos siempre atraían familiaridad.

—Hola, Mary.

Me obsequió una pequeña sonrisa y dirigió su mirada a la chica que no dejaba de ojear los postres de la vitrina. Casi pude ver la dilatación de sus pupilas, al igual que cada vez que la veía leyendo en el receso.

—¿Y quién es esta bella chica?

La aludida subió la mirada y le regaló una de sus esperadas sonrisas.

Sí, nunca estuve más de acuerdo con Mary.

—Una enana perdida que me encontré deambulando por ahí.

No le presté mucha atención a la expresión de Gabriela, estaba más concentrado en los pequeños cupcakes de chocolate a un lado del mostrador.

Ese postre de limón también se veía…

Giré mi vista a ella, tenía la boca abierta, tan ofendida que no se resistió en golpearme. Una palmada en el hombro que ni me movió, pero sí dolió.

—Ay, Ethan, tú y tus ocurrencias.

¿Ocurrencias? ¿Cuáles?

—¿Qué vas a pedir? —me dirigí a Gabriela.

—Ahm… nada, gracias.

Mary y yo hundimos el ceño y volteamos la mirada hacia ella.

—¿No te gustan los postres?

—Hmmm… sí.

La escuché susurrar.

Hubo titubeó en mi mirada, Gabriela se veía igual que cuando la vi caminando en la calle: triste. Sea lo que haya sido no pude dejarla sola.

—Este es bueno. —Señalé un postre—. ¿Segura no quieres probarlo?

Tal vez entre tanta variedad de bizcochos no sabía cuál elegir.

—Comeré ese entonces.

El pastel con crema blanca encima logró convencerla.

—Ese es delicioso, tiene fresas frescas y chispas de chocolate.

Gabriela le devolvió la sonrisa a Mary por su corta, pero afectuosa explicación.

Un resquicio de alivio me llenó por dentro, por un momento pensé que no le gustaría este lugar, y por una razón que desconocía y a la que no le encontraría lógica en este instante, quería que le gustara.

—¿Y tú, cariño?

—Lo de siempre, Mary.

La boca se me llenó de agua por el olor a chocolate. Era un aire fresco, relajante, dulce… como el olor de Gabriela.

—Tomen asiento, en un minuto les llevo su orden.

Su sonrisa fue correspondida por Gabriela.




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