Un lugar especial
Se debe ser precavido con la persona
que te acelera el corazón sin si quiera tocarte
porque no dejarás de pensar:
¿Qué pasará si me toca?
¿Se me explotará el corazón?
Ethan
Enseguida de percatarme, eliminé la sonrisa que tenía plasmada en la cara. No sabía ni por qué no pude retenerla, se lo adjudico a los mechones de su cabello alborotado. Eran muy bonitos.
—¿Y bien? ¿Disfrutaste del viaje, minion? —volví a insistir.
Había querido preguntar con la única intención de molestarla. Era consciente de que no se encontraba nada feliz. No me miraba, mantenía la vista fija en los grandes árboles de hojas que empezaban a tornarse anaranjadas.
—Conduces horrible. —Volqué los ojos con hastío—. Ni si quiera sabes frenar.
Oh, te aseguro que sí sé. Un secreto que solo entendemos los chicos.
—Dímelo cuando sepas conducir —me defendí agachándome un poco a su altura.
Observé esos pequeños lunares tatuados en su mejilla.
Vi en sus iris la intención de replicarme, pero el bosque de atrás se llevó su atención. El frio comenzaba a esparcirse por el aire y la brisa golpeaba con fuerza, eso envió a Gabriela a llevar las manos a sus brazos y frotar con disimulo. El jersey dos veces más grande que ella no la protegía muy bien.
—¿En dónde estamos? —Su vocecita se escuchaba como una plegaria—. Esta no es la universidad.
«No voy a raptarte», quise responderle, pero me lo callé, era más entretenido observar su rostro.
—Si lo es.
—¿En serio?
La ilusión que tomó como rehén su rostro fue algo gracioso de ver. Mis pasos por conocida costumbre me guiaron a un lugar al que siempre venía; mi lugar favorito para comer cosas dulces, para sentirme un poco relajado, para alejarme del mundo y pensar con claridad.
Era más tranquilo, sin tantos sonidos de cláxones o de gente parlanchina. Aquí solo se escuchaba el cantar de los pájaros y el sonido de las hojas chocar entre sí.
Sus pequeñas pisadas resonaron detrás de mí, el crujir de las hojas me lo confirmó.
—Claro, ¿por qué no me creerías?
Mi nuca quemó, era probable por su mirada fulminante por escuchar el pronunciar de esas palabras. Al fin se dio cuenta de que era falso.
—¿A dónde me trajiste?
La pregunta salió llena de un reproché que se detuvo al mismo tiempo que yo. Giré hacia ella por el quejido que profirió. Chocado con mi espalda.
Quitó la mano de su frente y me miró, confundida y un tanto enojada.
—¿No te gustaría conocer algo más que las paredes de la escuela?
Abrí la puerta de la cafetería. El pequeño tintineó de la campana le arrebató una sonrisa a la mujer de cabello recogido, detrás del mostrador.
Lo primero que hice fue aspirar el olor a galletas recién hechas. El espléndido aroma también le quitó la cara de confusión a Gabriela y la remplazó por una linda sonrisa. De esas que le dedicaba hasta a una pared, a todos menos a mí.
El sonido de la música era tenue, igual que las luces cálidas y los colores en tonos claros hacían del lugar acogedor, así como siempre lo he visto desde que vengo. No sabía muy bien por qué la había traído aquí. Era un lugar preciado para mí, uno que solo conocía yo.
—Oh, Ethan, querido, hace tiempo que no te veía por aquí.
La señora de avanzada edad nunca perdía el destello de calidad en su voz. Las arrugas en las esquinas de sus ojos siempre atraían familiaridad.
—Hola, Mary.
Me obsequió una pequeña sonrisa, aunque sabía que no iba a ser correspondida por mí y dirigió su mirada a la chica que no dejaba de ojear los postres de la vitrina. Casi pude ver la dilatación de sus pupilas, al igual que cada vez que la veía leyendo en el receso.
—Oh, ¿y quién esta bella chica?
La aludida subió la mirada de inmediato y le regaló una de sus esperadas sonrisas, solo que esta vez, algo avergonzada, no dejaba de repiquetear los dedos en el visor del casco.
Si, nunca estuve más de acuerdo con Mary.
—Una enana perdida que me encontré deambulando por ahí.
No le presté mucha atención a la expresión de Gabriela, estaba más concentrado en los pequeños cupcakes de chocolate que había a un lado del mostrador.
Ese postre de limón también se veía…
Giré mi vista a ella, Gabriela tenía la boca abierta, tan ofendida que no se resistió en golpearme. Un pequeño puño en el hombro que ni me movió, pero si dolió. Tenía gran fuerza, cosa extraña para ese cuerpecito.
Se percató de la mirada de Mary en ella y encogió su cabeza en medio de sus hombros como una tortuga.
—Ay, Ethan, tú y tus ocurrencias.
¿Ocurrencias? ¿Cuáles?