Agrio y Dulce Amor

Capítulo 10. Solo un error

Los enemigos no siempre están afuera al acecho.

Solo mira con atención, se parecen a ti. Viven bajo el mismo techo.

Ethan

El letrero parpadeaba a medias con el mismo aspecto desprolijo de siempre, anunciando un lugar con olor a gasolina y humo de cigarrillo.

Los pantalones manchados de aceite no lo estaban tanto como sus manos. Así era LJ. Un tipo al que no le importaba ensuciarse.

Me apoyé en mi moto.

LJ levantó la vista con la mirada indiferente. Un cigarro apagado colgaba de la comisura de sus labios.

—Voy a empezar a creer que te gusto y utilizas la moto como excusa para venir a verme.

Bufé con algo de gracia.

Apático. Sarcástico. Seco. Como si no le importara nada.

—Cambio de pastillas, embriague flojo y cambio de aceite. —Le lancé las llaves. LJ las atrapó con una sola mano y chasqueó la lengua.

—¿Otra vez las pastillas? —Negó con la cabeza—. Vaya novedad. Es raro que no te hayas matado. Conduces como un imbécil.

Viré los ojos. LJ revisó la moto con las manos expertas de alguien que había hecho esto toda su vida. Pero en realidad solo era un chico de mi edad, muy brillante.

—Para mañana.

La cantidad de trabajo que tenía con otro par de motos no me dejó reprocharle.

—Te pago más si la tienes para hoy.

Por primera vez, LJ me miró directamente, con ojos oscuros que parecían analizarlo todo.

—Doble.

—Hecho.

Saqué el dinero y lo lancé, LJ lo atrapó sin mirarlo siquiera y volvió a agacharse para seguir con su trabajo.

Tenía una carrera muy importante y la necesitaba lista para presentarme. Tomé mi casco y me dispuse a salir.

—Nos vemos cuando vuelvas a destrozarla, niño rico.

—No soy rico.

LJ sonrió de lado, una sonrisa que no era amigable. Ha sido así desde que lo conozco.

—Si tú lo dices.

Quise tirarle el casco en la cabeza. Subió sus ojos almendrados a mí y esta vez sí me sonrió. Era insoportable, pero me caía bien.

Era un tipo extraño. No peligroso, pero tampoco alguien con quien quisieras cruzarte en un mal día. Lo sabía bien.

—Si valoras tu vida y tu moto deberías dejar de competir.

Alcé los hombros.

—Da igual.

🍊🍊🍊

Hay muchas cosas que decepcionan en esta vida. Bastantes para si quiera hacer un breve resumen, lo he vivido incontables veces y gracias a eso he aprendido que no puedes decepcionarte si no esperas nada.

Esa es la regla.

Las personas prometen, juran, te ilusionan, te sonríen con brillo y tú te lo crees. Te endulzan los oídos, te susurran sueños, te miran como si fueras especial… hasta que un día deciden que ya no lo eres.

Por eso es mejor no ilusionarse. No confiar. No esperar nada. No sentir… nada.

Esperas paciente y con eso les entregas un arma en bandeja de plata. Les concedes el poder de lastimarte. Y cuando se van —porque siempre lo hacen—, no solo te hieren, también te hacen sentir culpable por haber sido tonto en creerles. O crees que tú hiciste algo mal.

No espero nada de nadie. Así no tengo nada que perder.

Me hubiera gustado que mamá hubiera sabido todo esto antes de conocerlo…

En movimientos circulares limpié por donde mamá dejaba rastros de salsa con la cuchara en su mano.

—Mamá…

—¿Sí?

Dejó de lado la cuchara, ensuciando otra vez donde había acabado de limpiar.

—¿Nunca has pensado…? —vacilé en completar la pregunta y retomé la limpieza para tomar algo de valor.

—¿Qué?

Se giró hacia mí sin dejar de revolver la crema que comenzaba a espesarse.

—¿Nunca has pensado en cómo sería tu vida si no hubieras conocido a Christopher? —inquirí en un murmullo.

Su mente pareció perderse varios segundos. Con cautela cerró sus ojos y asintió un momento. Su mirada seguía sin rumbo, como si la mención de ese nombre la colmara de recuerdos, desconocía si eran lindos o tal vez, demasiado horribles.

—¿Por qué dices eso, cariño?

La pregunta salió con extrañeza. No le respondí.

—No, nunca he pensado en eso. Solo sé que si no lo hubiera conocido no te tendría a ti y eso sí me pondría muy triste.

Vi en sus ojos grises un poco de brillo.

—No te creo, pero fingiré que sí.

Tal vez el tono en que lo dije no hizo relucir la broma. Un golpe en el brazo fue lo que recibí.

—Dale el desayuno a Isa. Debo irme. —Miró la hora en su reloj y se apresuró a tomar su abrigo—. Adiós, cariño, te veré en la noche.

La horrible sensación del silencio me acogió con lentitud, como una horrible sombra tenebrosa.

A pasos desgonzados fui a dar a la pequeña ventana de la sala. Mi mirada enfocó el cielo, incluso más horrible que mi estado de ánimo; el gris reinaba en él. Espantosas nubes deformes, casi negras lo decoraban, empeorando así el día.

Septiembre había empezado a apoderarse del aire y le arrebataba verde a las hojas.

Destetaba la lluvia.

Observé las pequeñas gotas de agua deslizarse por el vidrio empañado. Puse mi dedo en una gota y recorrí el mismo camino por el que bajaba con agilidad hasta llegar el final de la ventana.




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