Cosas inesperadas
Es muy cierto que, el físico atrapa tus ojos, la mente atrapa tu atención,
pero lo que atrapa el corazón es el tesoro que guarda el alma
Gabriela
Hijueputas lunes. Los odiaba. Y este lo odiaba mucho más, porque era una preparación mental para iniciar con el castigo el día de mañana. Hoy me asignarían a un tutor, que era otro estudiante sobresaliente en esa área. Lo único que esperaba es que fuera paciente porque no se me dan muy bien los números.
Soy una tonta para las matemáticas.
El fin de semana se pasó tan rápido, como en un abrir y cerrar de ojos. Tal vez porque la mayor parte del tiempo me la pase regañándome a mí misma por estar todo el día en el balcón, más de lo habitual. Y la razón era… él. Quería jugar con la suerte a ver si podría encontrarlo en el balcón de enfrente. Nunca apareció.
Salí de mi habitación, ya lista con todos mis útiles y me aseguré de bajar a tomar el desayuno, pero los susurros de Stev me detuvieron en mi lugar.
—…pa, por favor, ya déjala usar la moto, eso ya pasó hace rato —pidió Steven, casi como una súplica.
Su tono me tensó el cuerpo, no quería verlos pelear por eso. No otra vez. Sabía que escuchar conversaciones ajenas era malo, pero…
Punto número uno: Se trataba de mí. Y punto número dos: Si algo pasaba iba a intervenir.
—¿Y qué tal que vuelva a pasar? ¿Hum? ¿Quién me asegura que no va a volver a pasar? —La seriedad en su hablar mató mis esperanzas—. Se la iba a dar un momentico y mire lo que hizo.
—La pelea con esa chica no tiene nada que ver con la moto —replicó Steven sin sonar grosero, él era mejor controlando su tono de voz—. Ella no te da problemas, es una niña de casa, responsable, juiciosa, enfocada en sus estudios, que no anda pensando en novios —aclaró eso último como punto importante. Enumeró todo lo que mi padre siempre me felicitaba, muy, muy pocas veces—. O sea, mejor hija no puedes pedir. Dásela ¿sí?
No veía nada, pero podía asegurar que mi papá se estaba pasando las manos por el cabello de forma exasperada y estaba tratando de hacerle un hoyo al piso con sus pies.
Una sonrisa creció en mi rostro al escuchar a Steven defenderme, como siempre lo hacía, supongo que era porque a veces la culpa lo torturaba. Esperaba que no fuera por eso. Después de todo ya estaba en el pasado y allá debía permanecer.
—Tú mejor que nadie sabes cómo le encantan las motos, no le prohíbas eso. ¿No estarás siendo muy duro? —sondeó Steven como si esperara un grito.
—¿Duro? —respondió de mala gana—. ¿Duro? —repitió indignado—. Duro era mi papá, ustedes tienen un papá una chimba, a lo bien que sí.
—Por eso, tenemos un papá una chimba, ¿no?
Stev río con un poco de gracia, el tono de papá había sido muy gracioso.
—Agh, jueputa —murmuró mi papá por lo bajo, acto que me hizo esbozar una sonrisa.
Esa reacción era un sí, un muy anhelado sí. ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si!
—¿Le puedo decir? —Steven, pareció más emocionado de lo que estaba yo.
Mi papá ni siquiera lo dejó titubear y a mí ni siquiera me dejó dar un paso atrás para no parecer que estuve ahí todo el tiempo.
—¡¡¡Gabriela!!!
Traté de actuar con normalidad cuando empecé a bajar la escalera a pasitos cortos.
—¿Señor?
Intercaló su mirada de Steven a mí, un par de veces. Su ceño fruncido me hacía imaginar muchos escenarios en los que yo salía con un posible regaño.
El claxon del autobús escolar hizo que mi mamá saliera corriendo con Santiago rumbo a la puerta, despidiéndose de todos nosotros despreocupadamente.
—No tarda en pasar mi autobús, tengo qu…
—En el garaje está su moto —me interrumpió de mala gana y señaló con la cabeza la puerta que daba al lugar mencionado.
Traté de no sonreír, de verdad traté, pero me fue imposible. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Imaginarme nuevamente montada en mi preciosa moto, a la que hace dos años había admirado desde lejos, sin poder acercarme ni a un metro, era algo fantástico.
—Gracias, papi. —Lo abracé con fuerza a lo que no me correspondió, cosa que dolía, pero él era así, no era muy cariñoso, no como mi mamá.
Él era más frío y seco, de esas personas que te hacían preguntarte si su corazón era de rojo o si era de gris, el mismo color de una roca o tal vez azul, como el color de un tempano de hielo.
—Mucho cuidado con esa moto, Gabriela —advirtió—. A los dos se los digo, mucho cuidado con esas motos, porque donde yo llegue a ver… —Se pasó las manos por el rostro—. Mejor dicho, ustedes ya saben lo que tienen que hacer. En especial usted Steven que ya no es ningún culicagado. —Lo señaló con un dedo—. Usted ya es un hombre con las pelotas bien puestas. Y usted señorita, yo no estoy criando ninguna Barbie, yo estoy criando a una mujer hecha y derecha.
—Si, señor —contestamos al unisonó, como dos soldaditos felices, sonriendo ante el tono serio de nuestro papá.