La conspiración del universo
Si rebuscas un poco más en las heridas del pasado
entenderás lo que tanto te duele en el presente
y podrás comprender cómo manejarlo en el futuro
Ethan
El delicioso trozo de chocolate se derritió en mi lengua con sutileza. El reproche en la cara de mamá me arrugó el ceño.
—Eres un desatento y grosero. ¿Cómo se te ocurrió tratar así a esa pobre chica?
¿En serio? ¿Todavía con el temita? No había hablado de nada más en todo el fin de semana.
Encogí mis hombros, despreocupado.
—Me preocupé.
Y no era falso, me moría de rabia con esas dos enanas, no estoy viejo para tener esos ataques al corazón, casi se me sale por la boca.
Quien sospecharía que la hermosa latina era mi vecina y compañera de clase. Era extraño porque quería verla, pero al mismo tiempo solo la quería lejos, lo más que se pudiera. Y ahora me enteraba de que vivía solo a unos metros de distancia. No podía ser peor.
—Aún no lo supero.
—Eso veo —murmuré y gracias a eso me llevé un golpe en el brazo. Desvío su mirada a mi mano eliminando el reproche en sus ojos.
—Vamos a que te revisen —comentó disfrazando la preocupación de su voz.
—Estoy bien.
—Pero deben estar encintados —se refirió a mis dedos—. ¿Por qué te quitaste la venda?
«Fue por culpa del hijo de perra. El hombre que tanto amas».
—Voy a verme con Gael —avisé, despacio, ignorándola con mesura.
—¿No vas a cenar?
La pregunta me detuvo en el perchero junto a la puerta. La verdad no tenía mucho ánimo de comer.
—Cuando regrese. —Me observó con el interrogante dibujado en los ojos, pero no dijo nada más—. No tardaré, mamá.
En toda la tarde después de llegar a casa no pude quitarme los nervios que recorrían por mi piel. Simplemente no podía hacerlos desaparecer. Creo que me iba a dar diabetes de tanto chocolate que había comido hoy en un intento de encontrar calma. Mamá se dio cuenta y me quitó la barras como si fuera un puto niño.
Antes de salir, sentí algo prensarse de mis piernas.
—¿Ahora sí puedo ver televisión? —preguntó con el matiz de manipulación estudiado.
Me acuclillé ante ella.
—Si, porque ya terminaste tu tarea —respondí—. Volveré más tarde.
Besé su frente como despedida.
—Cuídense y trata de no llegar tarde, Ethan, mañana hay escuela.
Asentí antes de ponerme la chaqueta de cuero. Saqué la venda improvisada del bolsillo y salí a tomar un poco de aire fresco en lo que esperaba a Gael.
Enfoqué mi vista en la luna, su luz resplandeciente, la tranquilidad que desprendía la danza de las hojas y el viento tibio; fue el ambiente perfecto para aspirar un par de veces hasta tener los pulmones hinchados y luego por fin expulsar toda la frustración.
Quería un poco de confianza, sino estaría seguro de que perdería la pelea. Nunca antes me había pasado esto, siempre iba dispuesto a darlo todo en cada lucha. Pero hoy no me sentía yo, me sentía como hace unos años. Inseguro y asustado.
Luego de hacer una horrible y visible mal hecha venda, metí las manos al bolsillo de mi chaqueta y tomé otro poco de aire, eso era lo que necesitaba, un poco de aire…
Mi corazón fue apuñalado por la sorpresa. Un auto aparcó en la casa de enfrente. Del bello y lujoso auto salió nada más y nada menos que… el maldito minion.
Salió con tanto garbo y que me recordó cuando la vi subida en su moto. Como toda una Diosa conduciendo. Ver eso causó algo que no sé expresar, no sé por qué saber que conducía lo que yo más amo atrajo mucho más mi atención. En especial la forma en que se veía montada ahí, con las curvas de su cuerpo opacando las de la moto. Perfecta.
Cerró la puerta del auto con una sonrisa plasmada en el rostro mientras hablaba con alguien por el teléfono.
—Si, ya llegué. ¿Me ayudas a entrarlo al garaje…? —Volcó los ojos—. Bueno, chao —habló en un fluido español, así que no entendí un carajo, solo descubrí que me gustaba cuando hablaba en su idioma.
La luz de las farolas la iluminaron como si fuera una estrella de cine. Y toda la atención del púbico estaba puesta sobre ella. El maldito público era yo.
Alzó su mirada y se percató de mi presencia enseguida. Fue como si el viento la hubiera congelado. Todo su cuerpo estaba inmóvil, todo menos su cabello. La brisa lo acariciaba.
Creo que me vi contagiado por su inmovilidad. Sus ojos fueron los culpables. Conectamos nuestras miradas por esos miseros segundos que para mí eran una exquisitez, adoraba tener un poco de su atención…
¿Qué carajos estoy diciendo?
—¿Qué? ¿Soy o me le parecí?
No pude evitar soltar una pequeña risita. Amaba y odiaba que hablara en español, no entendía un carajo, pero no necesitaba eso para saber que siempre se trataban de insultos.