Atracción por lo prohibido
¿Por qué el ser humano se esmera tanto
en complacer a alguien más?
La mayoría considera que, por aprobación o atención,
pero la causa más dolorosa y de la que casi nadie habla,
es el… amor
Gabriela
—¿Y qué pasó con ese muchacho?
El pedazo de carne que iba a mi boca, se devolvió de nuevo al plato.
Suplanté una sonrisa que eliminó mis instintos de rodar los ojos. Esteban ya me tenía harta con el tema.
¿En serio no había algo más de lo que hablar?
La cena es el único momento del día en el que podíamos compartir todos juntos y desde esa noche él no había dejado el tema de lado. Siempre lo sacaba de algún u otro modo.
—Nada.
Di la misma respuesta desde el interrogatorio luego de haberme bajado del auto ese día y haber puesto un pie en la casa. Papá me esperaba dentro como un policía.
—¿Cómo que nada?
Inhalé hondo de la forma más disimulada que pude.
—Solamente…
—¿A dónde fue que te llevaron? —preguntó con su ceño fruncido.
Bueno, sí me dejara hablar, sería más fácil responderle.
—A una cafetería —le recordé como por decima vez—. Ahí conocí a una señora muy linda y amable. Y…
—¿Y por qué quiso llevarte?
Mis neuronas empezaron a trabajar el doble en inventar algo para que me dejara en paz. Ya sabía que estaba alterando la verdad, pero solo un poquito, ¿no?
Al fin y al cabo, era verdad, Ethan si me había llevado a una pastelería, solo que no fue el día de la cena, y tampoco fue en compañía de nadie, ni Kiara ni Gael como mi familia pensaba. Además, si no decía la pequeña mentirita, no me lo quitaría de encima y probablemente me descubrirían por mi nula capacidad para mentir. Algo de verdad debía tener mi argumento para no tartamudear.
Suponía que no era nada malo, el que ese chico me haya llevado a ese lugar, de todas formas, me ayudó de no perderme porque fue mi papá el me dejó tirada ese día, pero por alguna razón cuando Esteban me escudriñaba con preguntas y con sus ojos casi negros, si parecía algo incorrecto, algo de lo que no tenía que dar detalles.
Ahora me había dejado en blanco, porque me estaba preguntando algo que ni yo sabía —claro, el día de la pastelería, porque si fuera por la cena, obviamente sabía que había sido para curarlo—, entonces lo más tonto que se me vino a la mente, fue lo primero que utilicé como excusa.
—Eh… porque… ¿es amable? —Encogí un hombro, inocente.
Esa fue la excusa más tonta que se me pudo haber ocurrido.
—Pero…
—Ay, Esteban, deja de molestarla —mi mamá lo interrumpió en una mezcla de exasperación y diversión, lo último no pareció contagiar a mi papá—. A mí me alegra mucho, mi amor, que hayas hecho amigos nuevos.
—Puf, no tiene ni viejos… —Le di un codazo a Steven—. Ya en serio, Me parece chévere que no estés sola en la escuela. Supongo que es horrible ser el nuevo.
Me relajé un poco por los nuevos comentarios, pero la voz de mi papá volvió a tensarme.
—Si, claro —respondió mi papá sin despegar la mirada de mi rostro.
Me dispuse a seguir comiendo sin prestar mucha atención a lo que siguieron conversando. Al menos hasta que mamá volvió a tocarlo, pero no de una forma en la que me disgustara.
—¿Y qué te pareció la cafetería? —inquirió mi mamá, ella sabía que yo amaba todo lo que tenía que ver con pasteles y repostería—. ¿Bonita?
—Si, mami, era muy hermosa, tenía luces cálidas y detalles rústicos, también había plantas, era muy acogedora. —Jennifer sonrió como cada vez que hablábamos de esto—. Esos postres se veían tan elaborados y estaban tan delicio…
—¿Y qué ha pasado con la universidad?
Callé de inmediato por la interrupción de mi papá. Esta vez mamá no se contuvo de revirar los ojos con fastidio.
—Esteban, la niña ni siquiera ha salido del colegio.
—Entre más pronto mejor.
Mamá selló los ojos en acompañamiento de un resoplido.
—Así no tendrá tiempo de andar pensando en novios ni nada de esas mierdas.
Esas palabras me dejaron como una figura de cerámica, tiesa, pero extremadamente frágil, sabía que debía ponerle la armadura a mi corazón de inmediato, así estaría protegido de cualquier ataque de palabras que mi papá quisiera dispararme.
El tono despectivo que usaba no tenía que especificar para saber por qué lo decía, y aunque no fuera dirigido a mí, igual me laceraba el pecho.
—¿Cierto, Steven? —el tono socarrón en la voz de mi papá tensó a mi hermano de pies a cabeza, en especial la mandíbula.
—Papi, eso pasó hace mucho…
—¿Y no se volvió mierda? —me interrumpió mirando a Steven con fijeza.