Agrio y Dulce Amor

Capítulo 18. Una fecha para recordar

Para él es demasiado ilógico que un ser tan agrio esté tan atraído por algo tan dulce,

pero para su asombro no teme empalagarse

Ethan

Apoyé el antebrazo en mi frente por la presión en la cabeza. Vómitos, visión borrosa, mareos. Me dejaban desorientado y cansado, como si me fisuraran la cabeza y luego ella se reconstruyera de a poco.

Miré de reojo el mensaje en mi teléfono.

Leonardo: «Si te veo aquí juro que te golpearé. ¡¡¡Deja de ser tan testarudo y deja que esa puta mano sane!!!»

—Lo siento por no saber controlar la situación cada vez que pasan estás cosas —susurró.

Miré el plato de comida borroso.

—Solo espera un poco más. ¿Sí?

Otra vez con eso.

—Volverá —murmuró más para sí misma, como si tratara de convencerse de eso—. Y cuando lo haga pagará por todo lo que nos ha hecho.

—¿De qué carajos estás hablando? —soné más brusco de lo que pretendí.

—Te lo explicaré luego, cariño. —Suspiré, cansado. Todo dolía—. Solo concéntrate en estudiar, Ethan. Solo en eso, mi pequeño.

Me tensé en cuanto su mano acarició sutilmente mi cabeza.

—¿Estudiar mientras me utiliza como saco de boxeo? ¿Esperar que me mate a golpes? ¿Cuándo me mate empezarás a alzar la voz? —Sobé mis sienes—. Estoy harto, no entiendo por qué no lo dejas de una puta vez.

—Hijo… es que… yo…

Quité su agarré con brusquedad. Escuché su suspiro cansado.

—En pocos días cumpliré dieciocho —murmuré.

—Lo sé, cariño, ¿qué te gustaría de cumplea…?

—Tendré que irme.

Se hizo un silencio denso. De no ser porque me tocó la mano, juraría que se había ido.

—Papá dijo que…

—No le prestes atención, ni si quiera lo pienses. Tú vives aquí, este es tu hogar y nadie te va a sacar de aquí, cariño.

La nostalgia me pinchó el corazón.

—¿Puedes abrir los ojos?

—No —respondí sin intentarlo y cuando lo hice, la repuesta fue automática—: Me duele.

Había tomado como tres pastillas, pero no hacían una mierda.

—Es él —pronunció de repente.

—¿Qué cosa?

—Chris… —se cortó así misma en medio de un suspiro—. Él es el que te causa las crisis, ¿no?

Ese idiota se había ido hace poco más de media hora. No sin antes recordarme con una bofetada de que fuera a la gala y no lo hiciera quedar mal.

—Dijeron que es el estrés.

—Ethan, ¿no crees que sería bueno ir a terapia?

—Mamá… —Solté un largo suspiro—. Ya hablamos de esto.

—Ethan, pero…

—No… estoy… enfermo. —Guardó silencio. Me puse alerta—. ¿Mamá?

Intenté abrir los ojos. Lo logré luego de varios intentos. No sabía lo que había en su expresión. Su imagen era distorsionada.

—El doctor Dillon llamó.

Un vacío de ansiedad me partió el estómago. Solo la mención de algo relacionado con el tema me daba un terror inimaginable, como si me prepararan para decirme la peor de las cosas, lo que siempre en mi mente se proyectaba como… un desastre.

—¿Mamá… tengo el…?

—No lo sé, cariño —me interrumpió en un tono afectuoso que intentó tranquilizarme, pero no funcionó—. Dijo que quiere verte.

—Ma…

—Ve mañana. —Besó alguna parte de mi rostro.

De mi pecho ebulló una sensación pesada y punzante. En mi mente se reflejaron los ojos del doctor Dillon, siempre tratando de buscar un diagnóstico en mí. Como si buscara una solución. Y una solución siempre se le daba… a un problema.

Me sorprendí cuando tomó mi rostro entre sus manos.

—Me alegra verte así.

—¿Como?

La sonrisa que se dibujó en su rostro me hizo sentir incómodo.

—Más sonriente.

Acarició mis mejillas.

—Últimamente ya no tienes heridas en tu rostro. Te ves más guapo así. —Sus ojos se aguaron—. Ella debe hacerte feliz…

No podía escucharla bien con el zumbido en los oídos. No tenía ánimo para nada. Solo quería ir a un lugar donde me sentía seguro.

Me levanté de la silla tambaleante y tomé las llaves de mi moto.

—¿A dónde vas a esta hora de la noche?

No le respondí. No podía. No quería. No tenía fuerzas.

—¡Ethan! No puedes irte así.

La miré por encima del hombro con el palpito en la sien.

—Quiero estar… solo —le susurré. Ya sentía que empezaba a balbucear. La lengua se dormía.

No tengo idea de cómo lo hice porque el dolor en la cabeza era insoportable y todo se veía nublado, pero después de bajarme de la moto y tirar el caso por ahí, por fin llegué a esa puerta desprolija y de madera gastada, pero que me hacía sentir tan bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.