Agrio y Dulce Amor

Capítulo 20. El destello de la luna

Ella aceptó que aquel misterio tatuado en sus ojos del color más pérfido y peligroso podría ser la llave plateada para abrir la jaula impenetrable donde ocultaba su corazón

Gabriela

Las ondas en su cabello resaltaban el azul fantasía de las puntas. El vestido de un plata suave, con tirantes finísimos y el escote en V mostraba la delicadeza de su clavícula. Cada vez que se movía, la tela relucía con destellos que parecían seguir su risa. Se veía fresca, elegante y muy hermosa.

Kiara se sentó en la pequeña silla en frente del tocador.

—Cierra los ojos —comenté sacando las sombras color tierra.

—Gracias, Gabi, ustedes son muy amables.

—Solo con los que nos caen bien —bromeé.

—Tienes una familia perfecta.

Suspiré con cierto desagrado.

¿Perfecta? ¿Por qué todo el mundo decía eso?

Ignoré el comentario y esparcí las sombras oscuras por toda su cuenca. Apliqué rímel, un poco de rubor y un gloss rosita. Su vestido mataba el toque angelical que le daban sus pecas.

—Quedé bonita —se aludió a sí mismo una vez terminé.

—Mucho. Gael va a caer rendido.

Me dirigí al armario para ponerme el vestido. Kiara me ayudó a subir el cierre.

—¡¡¡Aaaaaaah, estás espectacular!!!

Le correspondí con una sonrisa e hice una pose de modelo, pero al ver que no salió nada bien ambas reímos a carcajadas.

Se ajustaba perfecto a mis curvas como si hubiera sido exclusivamente hecho para mí. La apertura en el muslo era sutil y el escote dejaba entrever el camino entre mis pechos. Era sexy y elegante, justo como quería sentirme esa noche. Además, el negro hacía que mi piel brillara aún más.

Coloqué mis tacones altos y fui por una chaqueta abrigada para Kiara.

—Las estamos espe… Guau. —Steven pareció estático desde la puerta—. Se ven muy hermosas.

A Kiara se le intensificó el sonrojo en sus mejillas. Cogimos nuestros bolsos y salimos junto con Steven a la planta baja.

—Gabi. —Me tomó de la muñeca—Ahm…

Estoy segura de que quería decir algo más, pero guardó silencio.

—Tú también estás bonito —dije dándole una fuerte nalgada.

Se echó a reír con gracia y a Kiara la hizo abrió demasiado los ojos.

No podía estar enojada con él, era mi hermano, y al menos hoy quería llevar la fiesta en paz.

Después de unos treinta minutos, bajamos del auto y nos recibió la brisa fresca de la noche. La alfombra roja se extendía frente a nosotros como una invitación. El brillo cálido de los focos se reflejaba en los zapatos lustrados y los vestidos de lentejuelas, creando destellos como si camináramos entre estrellas.

—Wow… —susurró Kiara sin despegarse de mí—. Espero que Gael llegue pronto.

Extendí mis labios en una sonrisa.

Entramos al salón principal, un mar de penumbra se ampliaba con elegancia entre paredes altas cubiertas por terciopelo. Pequeños trazos de luz luchaban con la sombra. En cada mesa las lámparas bajas hacían su trabajo proyectando círculos cálidos sobre manteles color crema y copas de cristal.

—Este lugar está increíble —me susurró mi mamá con asombro.

Apenas se vislumbraban miradas, sonrisas y cuchicheos en medio de trajes de diseñador y tintineos de cristal como si cada gesto formara parte de una coreografía ensayada.

En lo alto una tenue luz ámbar caía como lluvia, resaltando la sensación de intimidad y misterio del lugar.

—Hoy moriré de un coma diabético.

Ese fue el murmullo de Kiara al ver, en el fondo, una larga mesa dedicada solo a dulces y postres. Desde macarons hasta pequeños pasteles de frutas. Todo perfectamente alineado como si fuera una exposición de arte comestible.

—Morirás feliz. Yo te acompañaré porque ni de chiste me perderé esas fresas con chocolate.

Nunca, en todos los años que asistíamos a este tipo de galas, había presenciado algo así. Esto no era una cena de empresa. Parecía más una fiesta soñada.

—Familia León, por aquí, por favor —nos indicó un organizador muy amable.

Antes de poder pegar mi trasero al asiento me percaté de la presencia de Ethan, a lo lejos sus ojos relucían con un brillo inigualable, como dos diamantes.

Mantuvo las manos en los bolsillos, la espalda erguida y el cabello como siempre lo llevaba.

Desde mi asiento seguí observándolo. Nunca le había visto una mirada así; cargada de mucho, mucho odio.

Recorrí el lugar con atención y divisé a Anastasia y Sara, ambas con sus melenas rubias en peinados exóticos y vestidos blancos en seda.

—Quiero ir a probar los dulces —me susurró Kiara.

—Sí, yo tambi…

Casi me atraganto con la saliva por semejante escena.

De repente una chica rubia de vestido blanco se le cruzó en el camino, lo abrazó y colocó la cabeza en su pecho. Él posó una mano sobre sus hombros desnudos y acarició.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.