Agrio y Dulce Amor

Capítulo 21. Los toques del corazón

Él ya era testarudo y por eso le costaba creer

que el dulzor y brillo que guardaban sus ojos

pudiera filtrarse por las grietas de su corazón

Gabriela

El laboratorio no era mi pasión, pero al menos las fórmulas en mi cuaderno me distraían de su exquisito olor y la pesadez de sus ojos sobre mí.

Un golpe en la mesa llamó mi atención. La mano venosa se alejó con lentitud y solo entonces pude observar la chocolatina sobre mi cuaderno.

—¿Qué es esto?

Traté de reprimir la sonrisa que quería pintarse en mi rostro.

—Un chocolate. ¿Qué no ves?

—Pues claro que veo, tarado. Me refiero a «qué es». ¿Por qué me das esto?

Me miró con tanto desdén que me molestó y luego su dedo índice pinchó mi mejilla.

—Es una disculpa.

—¿Una disculpa?

—Es que… no me disculpé esa noche, y… fui un total idiota.

—Yo…

—Lo que dije no es cierto, ¿de acuerdo? —Relamió sus labios—. Nada de lo que dije era cierto.

Volteó a verme con esos bellos ojos plateados que me derretían, que me infundían paz y al mismo tiempo terror.

—Un estúpido sería el que no quisiera estar contigo, Gabriela, porque… —Frunció sus labios con lo que pude reconocer, timidez, muy extraña en él—, cualquiera mataría por tener a una chica como tú. Y ya sé que soy medio estúpido a veces, pero no tanto como para no quererte.

Entrelacé mis ojos a los suyos, llenos de sinceridad y profundo arrepentimiento.

—Ethan…

—Un gran defecto —me interrumpió con agilidad. Aun así, tardó un poco en hablar, como si le costara admitir algo—. Cuando estoy molesto digo cosas sin sentido, digo estupideces que ni si quiera siento. Las digo para herir al otro.

Respiró profundo y giró su torso hacía mí. Ahora era poseedora de toda su atención.

—Como te dije, no tengo ninguna lista, Gabriela —susurró muy cerca de mí.

Un sobresaltó en mi corazón fue causado por el tacto de su huella ardiente a mi mejilla. Jadeé por un corrientazo delicioso en mi vientre bajo, culpa de los trazos en espiral que comenzó en mi piel con su pulgar.

—Y si la tuviera tampoco estarías en ella.

En ningún instante perdimos contacto visual.

—Esas famosas listas serán para sexo, y yo no solo te quiero para eso. —Sentí el corazón en los oídos con cada palabra—. Yo te quiero para todo, Gabriela.

¿Qué…? ¿Me quería para todo?

Dejé de escuchar el ruido a mi alrededor. Su respiración junto con la mía nos envolvió en una burbuja. Gris contra café. La profundidad de su mirada me absorbía hasta hacerme olvidarme de dónde estábamos.

Nuestras narices se rozaron… tan cerca…

—Joven Brown. —La voz del profesor nos separó como un rayo—. Concéntrese.

Él se cruzó de brazos sin quitarle los ojos afilados al profesor y yo fingí que escribía cualquier cosa en la última hoja.

Después de compartir miradas cómplices me acerqué un poco y susurré:

—¿Lo ensayaste?

Pareció ofendido.

—Sí, claro, no quería trabarme. Practiqué mucho frente al espejo —susurró con sarcasmo en mi oído—. Hasta corbata me puse mientras lo hacía.

Me estremecí por su aliento en mi cuello. Luego de una clase súper aburrida sonó la campana de salida.

Antes de salir del salón tomó mis manos entre las suyas y las frotó.

—Que despistada eres. —Ladeé la cabeza—. Siempre dejas tu balcón abierto.

Lo miré con extrañeza.

—Sé más cuidadosa y cierra el puto balcón. El frío te hará resfriar.

Parpadeé, algo confundida. No le di mucha importancia y me concentré en el calor que me compartía de sus manos.

No soltó mi mano en el trayecto hacia un árbol gigante que Gael y Kiara apartaron con sus mochilas. Nos batieron la mano con entusiasmo.

—¡Ven, terroncito! —gritó Gael.

Ambos compartían audífonos y hablaban entre ellos con un brillo en los ojos que me ponía ansiosa. Eran muy melosos. Habían estado así desde la noche de la gala.

Ethan los observaba con una mueca de horror.

Una vez recostada en el tronco, me relajé para recibir el sol brillante.

—Sam volverá en pocos días —dijo Gael mientras acariciaba el cabello de Kiara.

—El trío de oro se reúne —bromeó ella con una risa.

Había escuchado mucho de Sam, pero no tenía idea de quién era.

—¿Quién es Sam? —pregunté, curiosa.

—¿Alguna vez te has preguntado como se sentirá tener una pulga entre el culo? —comentó Ethan recostado en el árbol con los ojos cerrados—. Bueno, así es Sam.

—Así no —respondió Gael.

Creí que lo defendería, pero sonrió con malicia.




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