Cambiar sin darse cuenta
La inexperiencia siempre está acompañada por el miedo y la incertidumbre,
pero para el amor no es impedimento, él con dulzura resuelve todo
Ethan
El brillo del sol nos acobijó. Su pequeño cuerpo junto a mí me regaló tranquilidad. Me permití contemplar el largor de sus pestañas. Sus ojos cerrados recibían el calor del aire. Aproveché eso y me deleité con su rostro.
Me encantaba verla dormir, era relajante. Como verla leer o comer. Todo en ella era atrapante y todo lo hacía con una ternura que me mataba de a poco.
Estaba hipnotizado con esas largas pestañas, esos tres lunares que imaginaba acariciar con mis labios y esa hermosa boca color cereza.
Como parte de las disculpas quería traerla a el lugar que ambos nos gustaba.
Quité mi mirada al instante en que abrió los ojos y me miró como si le divirtiera algo que no logré comprender.
Un pensamiento cruzó por mi cabeza. Me picó la lengua con ansiedad al querer saber la respuesta ante esa duda. No me importaba lo que los demás pensaran de mí, pero la opinión de Gabriela si me importaba, y mucho.
No quería que ella me tuviera en ese concepto porque ya sabía cuál era su pensamiento ante eso. Me lo había hecho saber muchas veces.
—¿Por qué crees que soy un mujeriego?
Volteó a mirarme con la vergüenza arañando sus ojos. Sus mejillas coloradas le dieron un toque de ternura, por la exposición al sol o por algo más.
—Es que… lo escuché de unas chicas —la timidez apretó su voz.
—¿Y por qué lo crees?
Su respuesta demoró un poco.
—No lo sé… es que la mayoría de chicos son así y en especial los que son guap…—se calló a sí misma—. E-es decir, que ahora la mayoría de personas es así, solo buscan a los demás para un rato y nada más o tienen los famosos «amigos con derechos» —soltó una pequeña risita irónica—. Como sea, lamento haberte juzgado de esa forma solo por rumores tontos.
Esa cabecita le daba vueltas al asunto de una forma impresionante. Pero me sentí satisfecho por eso, porque solo podía significar una cosa. Le importaba.
Sin importarme mucho si me ganaba un golpe o algo peor, me giré para recostar mi cabeza entre sus piernas. Su cuerpo se tensó de inmediato, en consecuencia, juntó sus muslos y…
Oh, oh. Sí.
Que piernas más cómodas y calentitas, era una fortuna que llevara falda. Ahora creo que no podría dormir cómodo en mi almohada. Creo nada sería más cómodo que tener la cabeza entre sus piernas.
Carraspeé con el miedo de que ella pudiera leer mentes. Eso había sonado raro.
—Eso se hace con alguien importante, minion, no con cualquiera, ¿no crees?
Sus ojos examinaron mi rostro unos segundos como si de un enigma se tratara. Me regaló una sonrisa, que yo interpreté como una satisfecha y llena de un extraño cariño.
—Lo sé, pero los chicos son más terribles, hacen eso sin sentimientos y tambi… —Me sonrió, notablemente más relajada. Fue como si se diera cuanta de algo—. No creí que pensaras así. Quiere decir que no tienes amigas con derechos ni nada de esas cosas, ¿verdad?
Me reí viendo la sombra de sus pestañas. Una sonrisa maliciosa y una palabra que ella conocía muy bien le contrajo los labios en una mueca.
—Sapa.
Abrió sus ojos y su boca con una mezcla de sorpresa, diversión y ofensa. Había esperado mucho para devolvérsela.
—¿Quién te dijo lo que significa?
—Sapa.
—Ah, con que así jugamos.
Temblé por el tono de su voz, no disfrutaba nada cuando hablaba en su idioma y no entendía una mierda.
—Es un chiste, es un chiste.
—Eres un tonto, Ethan. —Su tono me pareció cariñoso—. Y demasiado raro.
Su rostro se contrajo y su voz se convirtió en un susurro.
—¿Por qué?
—Un día me defiendes, el otro me ofendes, un día eres… amable y al otro eres grosero, por eso eres raro. No te entiendo, por más que trato no lo logró.
Solté un largo suspiro. Debía creer que era un puto bipolar y tal vez lo era, pero solo con ella. Es que no entendía que me estaba provocando Gabriela. Y tampoco sabía cómo manejarlo. Las sensaciones que ella producía en mí tenían una fuerza apabullante.
Un día la quería cerca de mí y al otro al darme cuenta de que empezaba a quererla cerca, solo la quería lejos, pero al mismo tiempo no quería alejarme de ella. Ni yo me entiendo.
—Solo soy raro contigo.
Miró mis ojos por varios segundos y sonrió.
—Ay, gracias, que halago. —Se echó a reír, lo que me provocó unas cosquillas en el estómago y picazón en las manos—. Eres un tonto.
Llevó su pequeña mano a mi cuello y lo estrujo un poco. La miré extraño por su acción y ella a mí al ver que no me inmuté.