Robo revolucionario
Cuánto más peleas conmigo, más fuerte me vuelvo,
si te empeñas en atacarme, más resistente me hago,
porque sé que en el fondo me anhelas con locura,
así que solo por tu rebeldía contra mí, te golpearé...
tan fuerte que tu única respuesta será la rendición ante mí
Att: El amor
Gabriela
¿Por qué no me responde? Llevo preguntándole lo mismo como desde hace cinco minutos.
Sus manitos… Sus nudillos tenían pequeños relieves de color rojo. Se ven más bonitas cuando no están rotas, ni lastimadas, ni llenas de tiritas en los dedos. Justo como ahora.
—¿Y bien? ¿Por qué lo golpeaste? ¿Qué fue lo que pasó?
—Cosas entre nosotros —respondió, simple, como si no hubiera acabado de probablemente romperle la nariz a ese chico—. Mejor empecemos por ti. ¿Qué carajos te pasa?
Arrugué mi ceño al no entender la pregunta y mucho menos cuando se cruzó de brazos.
—¿De qué hablas?
—Estás extraña. ¿Qué te pasa?
—Nada.
No podía responder con sus ojos arañándome. Desvié mi mirada al suelo y entrelacé mis manos bajo mi vientre. No era muy buena mintiendo.
—Mírame a los ojos y dime que no es nada.
Retrocedí un poco por su cercanía abrumadora. Apretó los ojos. En ese instante pude percibir un rastro de enojo en su rostro. Tuve que agachar la cabeza para no verlo.
Si supiera que la razón… era él. Todo se debía a lo que sentía por él, algo tan intenso que ya no podía ocultarlo, y mucho menos engañarme como lo llevaba haciendo todos estos meses. Pero el jamás se enteraría de eso, porque yo… nunca se lo diría…
—Solo olvídalo. —Subí mi mirada—. Dime por qué hiciste eso. ¿Quieres que te suspendan o algo parecido?
—¡¿Por qué te interesa?! ¡¿Yo si debo responderte y tú a mí no?!
Ignoré el grito y me centré en mirar el cielo.
—Pues me interesa porque… —traté de decir mientras buscaba la palabra necesaria—. Eres… eres mi amigo.
De repente su furia pareció disiparse para darle paso a un semblante dolido, uno que trató de ocultar bajo sus cejas filosas. O al menos fue lo que me pareció.
—¿Amigo? —farfulló sin dejar de acuchillarme con sus ojos, igual a dagas de un gris fulgurante—. ¿Solo eso soy para ti? ¿Un puto amigo, Gabriela?
Dejé de respirar en cuanto dio dos zancadas y me acorraló con sus brazos venosos. Mi espalda chocó contra la puerta de un auto desconocido. El aire empezó a faltar.
—Respóndeme.
El susurro se metió en lo más profundo de mí, como si su voz ahora fuera parte de mi conciencia.
—Si, e-eres mi a-amigo.
No sabía si él me consideraba así, desde la gala él había mejorado un poco su trato hacía mí, pero aun así seguía siendo grosero, hostil y muy serio. Ethan era muy extraño.
¿Pero entonces por qué seguía a mi lado? ¿Por qué insistía en sentarse conmigo en las clases, en comer juntos en la cafetería, en pasar el receso juntos en la biblioteca? ¿O incluso en ayudarme con la tarea de matemáticas que no entendía?
Ethan en este momento parecía uno de esos ejercicios algebraicos que tanto odiaba, pero en este caso nadie podía explicármelo, ni si quiera él mismo. Extrañamente él era el ejercicio más hermético y complicado que yo por primera vez tenía ganas de resolver.
Nadie podía explicarme el misterio de sus ojos, las intenciones que esconde bajo los chocolates que me obsequia cuando estoy triste o las pequeñas sonrisas esporádicas que logro ver sin que él se fije.
Tampoco podría entender la razón del por qué solo me ayuda a mí con la tarea y a otra persona lo saca espantado con sus ojos tenebrosos cuando piden por un poco de su ayuda. La defensa con la que me cubre cada vez que alguien se me acerca o del por qué siempre me permite ponerle las curitas que le doy.
—Amigo —murmuró más para el mismo.
No sabía que habíamos quedado tanto tiempo en silencio. Su gruñido me hizo pegar un pequeño brinquito. En sus ojos estaba el deseo de querer arrancarme la cabeza o aplastarme. No lo sé muy bien.
—Yo no quiero ser eso, Gabriela.
Ya sabía distinguir los dos tipos de seriedad que Ethan portaba y en este momento estaba cargando justo con la que no me sentía cómoda.
Lo empujé lentamente para poner un poco de distancia, la necesitaba para recobrar el aire de los pulmones. No podía respirar con sus pectorales en mi quijada. Se resistió, pero al final accedió con la cara contraída en una mueca que expresaba su disgusto.
—Ethan…
—¡Tú y yo no somos amigos! ¡Yo no quiero ser tu puto amigo!
—Deja de gritarme que no estoy sorda.
Mis mejillas tomaron color. Odiaba los gritos. ¿Por qué no me podía hablar de buena forma?