Agrio y Dulce Amor

Capítulo 25. La bondad de la imaginación

La bondad de la imaginación

Nunca hay que sentirse mal

por tener habilidades para el arte

y no para los números

Gabriela

—Kiara… —murmuré bajito por un poco de ayuda.

Pero ella no lo captó, me miró con extrañeza y se carcajeó cuando Gael le pinchó uno de sus cachetes redondos.

Ethan suspiró con cierto desagrado y sus ojos al igual que un cuchillo fueron lanzados hacia Kiara y Gael, como si deseara traspasarlos. A regañadientes se sentó a mi lado y su antebrazo me saludó.

—Trabajarán con su compañero de puesto. Cada uno deberá tener todos los ejercicios resueltos en sus cuadernos.

¡¿Qué?! ¡No! ¿Por qué…? ¡¿Por qué a mí?!

De soslayo miré a Ethan y él hizo lo mismo, ambos con mesura. Aun no podía borrar el día de ayer. Ni sus manos por todo mi cuerpo, ni la vergüenza que sentí.

—Kiara —la llamé con una pequeña sonrisa, pero Gael me pinchó la frente y negó con la cabeza.

—Es mi compañera, así que escoge otro —reprendió y no pude evitar sentirme mal.

—No seas así, Gael, yo siempre me hago con ella.

—Pues hoy no, eso te pasa por llegar tarde.

—Gael… —supliqué por una migaja de piedad. Pero Gael era cruel, no me dio ni las sobras.

Tomó mis hombros y los acomodó hacía delante otra vez.

Me pareció que esto era un plan de ellos para que nosotros volviéramos a si quiera hablarnos. Eso lo sé, porque escuché a Sam susurrarle algo a Gael antes de entrar al salón.

—Ethan… podemos…—No se movió, ni si quiera pareció escucharme, aunque yo sabía que si lo hacía—. ¿Nos vemos en la cafetería de Mary?

—Tengo cosas que hacer hoy —afirmó sin mirarme—. Te veo en la biblioteca después de clases.

Así transcurrió toda la clase y las que le siguieron, en un silencio tan pesado que tuve que agachar la cabeza y no volverla a levantar.

🍭🍭🍭

—¿Cuáles ejercicios vas a escoger tú?

Apenas me había sentado en el espacio a su lado. Ni si quiera me había dejado sacar mis útiles. Su tono no era el mejor. Tampoco me miraba. Sin embargo, no era enojo lo que había, sino algo más que no supe identificar.

¿Podrá ser vergüenza? Tal vez… ¿recordaba algo del día anterior?

—Ahm…

Observé la hoja blanca con todos esos números puestos en ella, uno que otro dibujo de un círculo o un triángulo. Realmente no entendía nada sobre esto.

—Escoge rápido —pulló ante mi silencio.

—Estos —señalé los primeros diez.

—Bien.

Empezó a copiar los ejercicios y resolverlos tan rápido que no me dio tiempo ni de sacar mi lápiz. ¿Cómo hacía eso? Parecía el Terminator de las matemáticas.

—Ethan, es en parejas —le recordé en un susurro.

—Acabaremos más rápido así. —Su mano no dejaba de moverse sobre el papel—. Tú copias los míos yo copio los tuyos y ya está.

Asentí para nada convencida, muy resignada. Debía hacer mi último intento, se supone que ya estábamos bien, ¿no? O al menos mejor.

—¿Puedes decirme… por qué estás así conmigo?

Dejó el lápiz a un lado y estrechó los ojos en mi dirección.

—Tú eres la que me ha estado ignorando.

Nada que discutir contra eso. En mi defensa, es porque él también lo hacía.

—No estoy enojada contigo. Pero tú sí —le acusé con los ojos—. ¿Por qué?

El lápiz entre sus dedos daba vueltas sin parar y su rodilla repiqueteaba en el suelo.

—Dijiste que si no quería ser tu amigo entonces que me alejara de ti. —Me miró con sus ojos de plata, pero esta vez me parecieron opacos.

—¿Pero de qué hablas?

Selló los ojos y apretó la mandíbula. Tamborileó los dedos en la mesa hasta que se detuvo abruptamente y al fin me observó. En su mirada se notaba la exasperación.

—Quiero ser mucho más, Gabriela.

—¿Qué…?

—Ser tu amigo es torturante cuando lo único que quiero hacer es… —Me sorprendí por su tacto en mi mejilla—. No te imaginas todo lo que quisiera hacerte.

Sus ojos retaban a los míos, como una bestia rebelde sin cadenas. Y así lo hizo. Retó a mi cordura. Puso mi cabello detrás de mi oreja y acercó su boca ahí.

—Me confundes…

Sellé mis labios por el suspiro que quiso escapar, volteé un poco el rostro, guiada por los pequeños roces que sus labios le estaban haciendo al lóbulo de mi oreja, justo en la parte baja donde me estremecía con el aire de su respiración tibia y placentera.

—¿Qué es lo que pasa contigo? —Arrugué la mirada—. No sé si eres tonta o despistada. ¿Cómo puedes decirme que te confundo? ¿Acaso no he sido lo suficientemente claro contigo? ¿Acaso no lo sientes, Gabriela?



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En el texto hay: amorodio, escolar, juventud y amor

Editado: 14.11.2024

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