A ella le dieron más ganas de besarlo cuando vio las primeras grietas de su corazón.
Supo que alguien tan grande y fuerte también necesitaba un poco de dulzura
Gabriela
Pasaron los minutos. Ethan nunca llegó. Pasó un día. No respondió mis mensajes. Pasó otro día. Ni llamadas ni mensajes. Le pregunté a Gael si sabía algo. Nada. Intenté suerte con Sam. Nada. Hasta con Kiara. ¡Y absolutamente nada!
¡Hijueputa! ¡Hijueputa! ¡Hijueputa!
Así el tercer día llegó y con él mi paciencia también se fue al carajo.
Toqué la puerta con tres golpes más bruscos de los que quise y esperé a que alguien abriera. Le pondría el otro ojo morado.
Después de segundos de sufrimiento se abrió, y me recibieron unos ojos grises, pero no los que yo quería. Malory iba de salida, lo noté por la gran bolso y las llaves en mano. Su cabello a medio peinar y los surcos azules debajo de sus ojos la hacían ver muy cansada.
—Hola, Gabi. —Me sonrió sin estirar mucho los labios—. ¿Buscas a Ethan?
Asentí un tanto avergonzada. Se supone que a esta hora ella no llegaba de trabajar.
—Está hospitalizado.
El susurro me quitó el aire.
—¿Qué? —Me enderecé como si esperara un golpe—. ¿Está bien?
Malory cerró la puerta detrás de ella.
—No, linda, de hecho, no… —Se pasó una mano por el rostro—. Yo… tengo que irme, pero le diré que…
—¿Va a ir a verlo? ¿Puedo acompañarla? ¿Por favor?
—Gabi, a él no le gusta que…
—Por favor, por favor, por favor.
Sus ojos grises desviaron su mirada al auto.
El pestañeo inocente funcionó.
Una señorita amargada nos recibió y nos dio un formulario en el que puse mi nombre, número y en una casilla que marcaba «relación con el paciente» escribí en letra grande «Novia», sin que Malory se fijara.
—Se va a molestar —susurró a mi lado.
—¿Por qué?
—No le gusta que vengan a visitarlo. —Sus ojos grises me dieron ansiedad de ver los de él—. Voy a decirle que eres muy terca y que no tuve de otra.
—Él ya lo sabe.
Miré la placa en dorado al lado de la puerta que decía: Ethan Brown. Malory me dijo que pasara y lo hice como si caminara en un campo minado.
—¿Y los chicos no pueden venir? —susurré como si estuviera prohibido hablar.
—Acabo de hablar con ellos también, Gabi. Pero les dije que está bien porque se van a preocupar, y a Ethan no le gusta que lo vean así.
La luz tenue apenas entraba por los pequeños espacios de las cortinas cerradas en la habitación silenciosa. No había una rastro de luz ni ruido.
Lo primero que vi fue el suero colgando y ahí estaba él, recostado en la cama sin mover un solo musculo. Su piel parecía haber perdido todo color, excepto el purpura desprolijo. El cabello revuelto se pegaba a su piel por el sudor frío. Los círculos verdes debajo de sus ojos gritaban que no había dormido bien en días.
Sus heridas… No las vi tan bien cuando fue a mi habitación. Su labio roto. Su ceja cortada. Sus pómulos rojos y raspados. La hinchazón en su ojo.
—¿Fueron… golpes graves? —pregunté, considerando la idea de posibles costillas rotas.
Malory tomó su mano y acarició.
—No está aquí por los golpes. —Suspiró sin dejar de verlo con dolor—. Es por la migraña.
Un pinchazo de culpa se hizo presente en mi pecho. Él había ido a mí y yo no llamé al hospital. Había sido muy descuidada. Mi garganta ardió, pero no hablé.
—Necesita descansar. —Me sonrió con consuelo—. Se pondrá bien.
Malory me sujetó de las manos delicadamente y me acercó a una silla junto a la cama.
—Le pasa desde los cinco.
Mi cara de espanto no la pude ocultar. Supongo que fue tanto mi asombro que se apresuró a explicarme.
—Al principio creí que solo fingía para no ir a la escuela. Pero con el tiempo empeoró. No comía. No hablaba. Vomitaba todo el tiempo.
—¿También lo hospitalizaban? —dije como pude. No podía dejar de mirar sus labios partidos. La culpa regresaba más violenta.
—Sí, una vez duró casi dos días así… —El suspiro me impacientó—. No sabía si era migraña o algo peor. Perdió el habla, la mitad de su cuerpo se paralizó. Fue horrible.
Un pequeño quejido me atrajo, es como si estuviera desvariando.
—Y está pasando otra vez —dijo dolorosamente—. Ya van tres días y sigue sin despertar.
Su cabello rubio no brillaba tanto como días atrás. Sostuve su mano y miré sus ojos grises, apagados.
—Va a ponerse bien. —Miré a Ethan sudando sin parar—. Él es un chico fuerte.
—No me gusta verlo así —murmuró—. Sé que se enoja fácil y que no tiene mucha paciencia, y que a veces puede ser grosero, pero… mi pequeño es un buen chico.