Los golpes del amor
Aunque ella no era violenta, no tenía conocimiento de que...
lo estaba matando con su dulzura, en especial con su sonrisa pura
Ethan
Observé a Gabriela con cierto recelo, como ella lo estaba haciendo justo ahora con todo a su alrededor. Me había costado mucho convencerla de venir a mi casa. No quise llevarla a la cafetería.
Quería estar solo con ella. Sin nadie que nos pueda interrumpir ni molestar.
—¿Qué te pasa?
Regresó su mirada a mí al igual que un yoyo. Desde que piso el porche me ha estado observando detenidamente, sin nada de disimulo, aunque ella no parece darse cuenta de eso. Alzó los hombros, cautelosa.
—Nada. —Carraspeó y siguió rascando su ceja—. Es solo que esto es raro.
—¿Qué cosa?
—Venir a tu casa.
—No es la primera vez que…
—Me refiero… —Se calló juntando los labios—. Olvídalo.
Ahora me había pellizcado con la curiosidad, no podía simplemente «olvidarme».
—Dime…
—Tengo hambre —me interrumpió apropósito.
Frotó su abdomen como un pequeño mono desamparado. Dejé el tema de lado y me concentré en el pequeño sonido que hizo su estómago al rugir. Avergonzada, se encogió en el sofá como una araña asustada.
—¿Quieres una banana, minion? —Apreté su mejilla y la moví de lado a lado—. Esa debe ser tu comida favorita, ¿no?
Se lanzó como una depredadora y temí por mi vida. Su cara de Chucky asustaba, literalmente; enana y con mirada mortal, solo le faltaba el pelo rojo, un cuchillo y quedaba perfecta. Idéntica a como me la había descrito Steven cuando le pregunté qué significaba «sapo».
Gabriela me siguió a pasitos cortos, trotaba por toda la sala intentando seguirme el ritmo. La esquivé rodeando el comedor. Sus mejillas rojas me suplicaron detener mi tortura.
Me sorprendió escuchar mi propia risa por su agarre desprevenido en mi cintura. Mi espalda tocó el material suave del sofá con Gabriela sobre mí.
Empezó a dar golpecitos en mi brazo maldiciéndome en español, por muy raro que era para mí, no podía reprimir mis carcajadas y mucho menos por ver el esfuerzo que hacía en golpearme.
De un movimiento rápido la agarré de la cintura y la puse a un lado para atraparla debajo de mi cuerpo. Me apoyé en un brazo para no descargar todo mi peso sobre ella. Su mirada resplandeciente exudaba algo que a mi pecho le otorgaba una tranquilidad impresionante.
No me di cuenta el momento que mi dedo índice empezó con un trazo lento desde su mejilla hasta su quijada, custodiado por sus ojos traviesos, mismos que me tomaron preso y me convirtieron en un enigma. Con una sonrisa maliciosa en mis labios inicié con un juego torturante de cosquillas en su cuello.
Nunca había visto carcajadas más hermosas y escandalosas.
—¡Detente! ¡Ethan! ¡Basta, por favor! ¡Aaah! ¡No más!
Para su mala suerte no podía parar, me encantaba ver sus débiles intentos de tomar mis manos. No me detuve ni cuando sus ojos se removió desesperada, incluso mucho más por las caricias en su cintura estrecha.
—¡Ay, no! ¡No más, no más por favor! ¡Para Ethan, por favor, por fav…!
Una pequeña lagrima que deslizó por su mejilla me arrebató una risa. En ese preciso instante me detuve juego y al fin ella pudo respirar. No tardó mucho en aniquilarme con su mirada chocolate mientras yo aun reía con malicia.
Era demasiado cosquillosa… demasiado sensible. Quería tener una guerra de cosquillas con ella todo el tiempo, porque era en la única cosa en la que podía ganarle.
Cuando estuve seguro de que no me reprocharía, acaricié con mis nudillos el costado de su rostro y limpié aquella gota de agua.
—Idiota, casi me muero —murmuró y me obsequió una sonrisa.
No pude evitar bajar mi mirada hacia su boca del color como las cerezas. Sus labios eran igual que la piel de un malvavisco; dulces y esponjosos. Te dejan con ganas de más, más y más. Mucho más suaves y mucho más dulces de lo que me pude imaginar.
Seducido por esa boca carnosa, acerqué mi rostro con la anticipación cosquilleando en mis labios. Necesitaba su sabor nuevamente, volver a sentir sus deliciosos labios fundirse con los míos, ver a su respiración hecha desastre ante el desespero de probar nuestras bocas.
Estuve a punto de tocarlos. Un pequeño sonido me interrumpió. Sonreí y negué con la cabeza.
—Te dije que tenía hambre.
La vibración de su risa provocó la mía, estábamos tan cerca que nuestros pechos se unían.
Observé con detalle a la pequeña chica que estaba debajo de mi cuerpo, sonriéndome dulcemente con sus ojos de varias tonalidades café. Me hipnotizaron por completo, hasta este momento tuve el placer de detallarlos a la perfección.
—El color de tus ojos es hermoso —declaré sin darme cuenta.
Pero, el minion siempre debía arruinar el momento…