Aunque ella no era violenta, no tenía conocimiento de que
lo estaba matando con su dulzura, en especial con su sonrisa pura
Ethan
Observé a Gabriela con cierto recelo, como ella lo hacía con todo a su alrededor. Me costó mucho convencerla de venir a mi casa.
Quería estar solo con ella. Sin nadie que nos pueda interrumpir ni molestar.
—¿Qué te pasa?
Regresó su mirada a mí al igual que un yoyo. Desde que pisó el porche me ha estado observando detenidamente, sin disimulo.
—Nada —respondió en automático.
El chasquido le arrugó la cara.
—¿Otra vez mintiendo?
Desvió la mirada y se sentó a mi lado en el sofá. No despegué mi mirada de ella. Hoy lucía hermosa. No podía dejar de verla, pero me tenía más intrigado su actitud.
—Te pareces un poquito a tu papá.
Gabriela era muy inocente en muchas cosas, pero no lo suficiente como para que no supiera que yo odiaba a ese tipo, así que decirme eso no era una buena idea.
—¿Me estás… comparando con él?
—¡No! —Removió sus dedos como una ardilla asustada—. Lo siento, no lo tomes a mal. —Se tapó el rostro con la manos—. No quiero ofenderte. Perdón.
Me repetí a mí mismo la paciencia que necesito controlar.
—Ya lo sé. No tienes que…
—No. —Se sentó en mis piernas con rapidez—. Te juro que no lo dije a mal. Por favor. —Hizo un puchero—. Yo… nunca había compartido tanto con él y me di cuenta de ciertas cosas, como su sarcasmo, que es grosero y que siempre tiene cara de ogro. Como tú.
—Oye…
—Pero no eres como él —susurró. Me acarició los labios antes de darme un tierno beso—. Te juro que no fue mi intención ofenderte. Lo pensé por lo que dijiste. Sobre que ojalá hubiera muerto él. Me parece un poco… mal decir algo así, pero, tú no eres como él.
Sus ojos sinceros me tranquilizaron.
—Sé que me pasé con eso —murmuré—. No fue mi intención decirlo así.
—Tú papá es un idiota, pero… —Se cubrió la mano con rapidez—. Lo siento.
—Dilo. —Le compartí una sonrisa que aceptó con gusto—. Es la verdad. Dilo.
Su risita picara me quitó por completo el enojo.
—Bueno, yo le diría algo así como: Hijueputa malparido. Pero no entiendes español.
—Aprenderé a hablarlo.
Su sonrisa fue casi tan dulce como el sabor de sus labios.
—Ethan, tengo hambre.
Frotó su abdomen como un pequeño mono desamparado por el rugir de su estómago.
—¿Quieres una banana, minion? —Apreté su mejilla y la moví de lado a lado—. Esa debe ser tu comida favorita, ¿no?
Se lanzó como una depredadora lista para matar. Su cara de Chucky asustaba, literalmente; enana y con mirada satánica, solo le faltaba el pelo rojo y un cuchillo. Quedaría perfecta.
Me siguió a pasitos cortos, corría por toda la sala intentando seguirme el ritmo. La esquivé rodeando el comedor y trotando por los pasillos. Sus mejillas rojas me suplicaron detener mi tortura.
Me sorprendió escuchar mi propia risa por su agarre desprevenido. Mi espalda tocó el material suave del sofá con Gabriela sobre mí.
Empezó a dar golpecitos en mi brazo maldiciéndome en español, por muy raro que era para mí, no podía reprimir mis carcajadas y mucho menos por el esfuerzo que hacía en golpearme.
Mierda. Se veía malditamente hermosa encima de mí.
Como siempre jugando sucio, me agarró por el cuello para hacerme cosquillas, pero olvidó que no tienen efecto en mí.
—Ah, conque así quieres jugar, ¿eh?
De un movimiento rápido la agarré de la cintura y la puse a un lado para atraparla debajo de mi cuerpo. Me apoyé en un brazo para no descargar todo mi peso sobre ella. Su mirada resplandeciente exudaba algo que a mi pecho le otorgaba una tranquilidad impresionante.
Mi dedo empezó con un trazo lento desde su mejilla hasta su quijada, custodiado por sus ojos traviesos, mismos que me tomaron preso y me convirtieron en un enigma. Con una sonrisa maliciosa inicié con un juego torturante de cosquillas.
Nunca había visto carcajadas más hermosas y escandalosas.
—¡Detente! ¡Ethan! ¡Basta, por favor! —Se retorció como un gusanito—. ¡Aaah! ¡No más!
Para su mala suerte no podía parar. No me detuve ni cuando se removió desesperada, incluso mucho más por las caricias en su cintura definida.
—¡Ay, no! ¡No más, no más, por favor! ¡Para Ethan, por favor, por fav…!
Una pequeña lagrima que deslizó por su mejilla me arrebató una risa. Detuve el juego y al fin pudo respirar. No tardó mucho en aniquilarme con su mirada chocolate.
Era demasiado cosquillosa… demasiado sensible. Quería tener una guerra de cosquillas con ella todo el tiempo. Era en la única cosa en la que podía ganarle.