El amor siempre te respaldará si mientes en su honor, porque sabe que te cuesta por primera vez defenderlo a él
Gabriela
—¿Y entonces? ¿Qué pasó?
Me abracé a Ethan como si pudiera protegerme incluso de él.
¿Cómo mentía? ¿Qué decía? Necesitaba una excusa. Rápido.
—E-eh… yo… es q-que… yo…
Ethan se aseguró de entrar conmigo a casa por más que intenté que no lo hiciera.
Mi papá no dejaba de verme las rodillas envueltas en sangre y los ojos hinchados. Si supiera lo de las carreras, me mata por desobedecer. Y si se entera lo de esos chicos, me mata por irresponsable y a ellos por intentar hacerme daño.
—Gabriela —el nombre salió con regañó—. ¿Qué pasó?
Él podría parecer alguien pacifico por su andar, la forma en que habla e incluso su mirada mansa, pero lo mejor que le podía pasar a alguien en la vida es no meterse con algo que ama Esteban León.
Ethan quiso abrir la boca, pero lo apreté con disimulo.
—Me tropecé —me excusé.
Disgustado me examinó con sus ojos grises.
—Señor… —Le di un pequeño apretón en el brazo—. Gabriela…
Quise ocultar el temblor de mis manos bajo el brazo de Ethan. Aun el miedo me pellizcaba todo el cuerpo y mi papá mirándome con juicio lo empeoraba.
—Creo que aun no aprendo a manejar tacones —bromeé con una risa extremadamente fingida.
Se acercó a mí. El temblor de mis manos se hizo incontrolable. Me tomó del mentón, lo levantó y inspeccionó todo mi rostro.
—Debes tener más cuidado, hijita. —Achinó los ojos—. ¿Te duele mucho?
Mmmh… su tono no se escuchaba enojado.
—No —susurré, un poco ida.
—No eres chillona. —Jueputa. Debí decirle que sí—. ¿Entonces si no te duele por qué lloras?
El corazón tomó paso por mis oídos y el dolor en la cabeza parecían rasguños punzantes y violentos.
«No me cree. No me cree». «¿Qué hago?». «¿Qué le digo?».
—Mentirosa —el susurro de Ethan fue un horrible jalonazo en el pecho.
Me observó sin desprenderse de su acostumbrada seriedad y desvió los ojos a mi papá.
—Desde que se cayó está llorando. —Me apretó más hacia su cuerpo—. Solo se hace la fuerte.
La presión en el pecho disminuyó y saqué toda la tensión de mis pulmones en un suspiro.
Ethan no era consciente de lo que esto significaba para mí, que me apoyara, aunque no entendiera nada.
No quería mentirle a mi papá, pero era mejor así. Con lo extremo que él era probablemente buscaría a Sam y lo golpearía por no traerme él mismo, ya que fue quien me llevó. Y con esos tipos… No quiero ni decirlo.
Mi mamá angustiada se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos.
—Mi gordita. —negó con la cabeza con ternura—. ¿Cómo te caíste así?
La seguridad y tranquilidad que me transmitió con su tacto me ayudó a relajarme.
—Ethan me empujó.
El mencionado volteó su cabeza hacia mí tan rápido como un muñeco diabólico. Mi risa por fin le quitó la rigidez del rostro a mi papá y como mi mamá rió conmigo, ayudó a que la mentira cruzara la meta, agotada de tanta presión.
—Sí, a veces me dan ganas —el reniegue hizo que mi mamá se partiera de risa.
Ella miró mis rodillas e hizo una expresión de dolor.
Ethan me tomó de la cintura y me acercó a su cuerpo, como si me protegiera. Así se sintió y mucho más cuando acarició esa zona.
—Que bueno que Ethan te trajo —susurró, sonriendo con picardía.
—Sí… —Mi voz se quebró por pensar en esos tipos.
—Ethan, ¿quieres un cafecito? ¿Chocolate? ¿Algo?
Negó con la cabeza.
—Gracias, pero ya es mejor que me vaya.
—Gracias, Ethan —murmuró mi papá.
Volteé a verlo, su actitud fue como un montón de confeti en la cara.
Ethan asintió muy despacio y salió por la puerta después de despedirse con un beso en mi frente. Uno que, así como me sorprendió no dejó de cosquillear.
Mi padre contrajo el ceño, pero no dijo nada.
Mis ojos volvieron a formar agua molesta. Recordé el olor a tabaco y el miedo. Mi mamá me envolvió en sus brazos y la comodidad de su calor me reconfortó.
—Voy a irme a dormir.
Le di un beso en la mejilla a cada uno. Pero antes de poder dar otro paso mi papá me tomó de la muñeca.
—Límpiate eso —señaló mis rodillas. Tragué y se sintió como un pedazo de piedra enorme—. Estás rara. ¿Qué te pasa?
—Nada, papi. —Suspiré—. Es que… No sé, esas fiestas no son lo mío.
Sujetó mis manos y las frotó con delicadeza. Me sonrió con cierta gracia, entretenido por el raspón en el mentón.