Agrio y Dulce Amor

Capítulo 32. El escudo (casi, casi) impenetrable

Café era su mirada y dulce era su boca, color y sabor como su cosa preferida.

Aunque… antes era el chocolate, ahora… era ella

Gabriela

—Gabi.

Mi papá me tiró la esponja y la recibí en el aire.

—¿Señor?

—¿Con quién estás saliendo?

Detuve mis movimientos para limpiar mi moto y lo observé de reojo, retomando la tarea para que no se viera sospechoso.

No me usteó. No habló feo. Tampoco se le veía reproche en la cara. Era una pregunta normal, pero debía tantear terreno.

—¿Saliendo? —Arrugué las cejas para convencerlo de que no tenía ni idea de lo que decía—. ¿Cómo así, papi?

—Dime, ¿tengo cara de idiota? —Sonrió con diversión.

—A veces —le susurré, cosa que hizo que me tirara el trapo mojado en la cara.

Su risa, despreocupada y tranquila me ponía de buen humor. Me gustaba verlo relajado. Me hacía recordar al viejo Esteban que aparecía en destellos.

—Y te la heredé a ti.

—Ja. Que risa. —Volvió a tirarme un trapo húmedo y me enjabonó toda la cara—. Solo estoy saliendo con mis amigos: Kiara, Gael y con Ethan. Y ahora con Sam.

—Sales más aquí que en Colombia.

—Sí, creí que estaría más sola aquí que allá. Casi no tengo amigos.

Se cruzó de brazos mientras tomaba el sol en el capo del auto.

—No está mal tener amigos —dijo, sin dejar de verme escurrir el trapo.

—Desde que… estuve en esa escuela se me ha dificultado hacerlos, las únicas que tenía eran Cielo y Venus, pero desde que se fueron, he estado sola.

Conocía esa mirada. Culpa. Disimulaba muy bien, pero no escapa de mí.

—Sabes que fue por tu bien.

—¿Por mi bien? —solté una risa que le desfiguró el entrecejo—. Fue un accidente…

—Ese mundo no es para ti. No quería que fueras como yo. —Frunció los labios, tímido, extraño en él—. No quería que mi niña estuviera en peleas y carreras que no aportan nada.

Escuchar que aun se desprecia de esa forma por su pasado me lastima.

—Siempre he querido ser como tú. —Le sonreí—. Eres una persona increíble.

Envolví mis brazos en su cintura y me sorprendí cuando el calor de sus brazos me enrolló también.

—Te amo, pa.

—Y yo a ti, hijita.

Me separé de él con una sonrisa y abrí la manguera de agua para quitar todo el jabón.

—En serio no sabes cuánto te amo —le susurré—. Perdón por lo que hice. No lo haré de nuevo.

Me miró con atención a mis ojos.

—Por favor mantente alejada de todo eso, ¿sí?

Me percaté de que Ethan, desde su balcón me observaba fijamente, pero no pude corresponderle a la mirada, ni a nada, seguía demasiado molesta por su estúpida actitud inmadura.

—No quiero volver a verte en un hospital.

—Sí, señor. Yo sé.

Volví a desviar la mirada al balcón, mi papá se percató y volteó a ver. Ethan fingió ver su celular y se metió a su habitación como todo un merecedor de un premio Oscar.

—Ese muchacho es re alto, ¿no?

—Mucho —correspondí riéndome.

Me vio con un matiz de curiosidad.

—¿Te gusta alguien?

Casi me desvanezco, eso había sonado más como un: ¿Te gusta Ethan?

Quise que el sol me derritiera en este momento y me deslizara por las alcantarillas como agua.

—¿Qué? —Me reí como mejor pude—. No, papi, cómo se te ocurre, eso jamás. No digas esas cosas, tú sabes que yo nunca… —Cerré mi ojos por lo que diría—: tendría novio hasta que ya sea una mujer hecha y derecha como siempre hemos hablado…

—No te lo digo a mal. —Volteó su cuerpo y empezó a secar con un trapo el capo del auto—. Solo quiero cuidarte. Y que el chico con el que vayas a estar también lo haga.

Me tenía muy extrañada que no había regaño ni grito. Solo preguntaba con ternura. Había que admitir que esta cara de mi papá me gustaba mucho. Ojalá fuera así siempre.

—Pero papi… —titubeé—. Ehm… si me gustara… alguien en este momento. —Sus ojos oscuros me enfocaron—. Y si fuera un buen muchacho…

Enarcó una ceja y siguió limpiando como si nada.

—Las relaciones no duran mucho cuando eres inmaduro.

Le di la mejor sonrisa que pude y asentí.

—Pero estás con mi mamá desde los quince.

Se acercó a mí y encerró mi hombro en su mano en un apretón delicado.

—No significa que esté bien. Solo hay excepciones.

—Claro —renegué—. Solo eran unos niños.

—Exacto —alzó las cejas como si hubiera dicho el número de la lotería—. No sabes lo que aguantó tu mamá conmigo…




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