El día de las consejeras
Hay amigos que parecen hermanos
y hermanos que ni si quiera consideramos amigos
Gabriela
—Ay, jueputa. ¡¿Todos esos libros te has leído?! —Se llevó una mano a la boca, sorprendida—. Hijueputa, y yo que creí que te había enviado muchos.
Expulsé una risa desprolija mientras miraba los libros apilados en medio de sus piernas.
—Bueno, vamos a poner musiquita, porque sin musiquita no hay pijamada de ni mierda.
Se levantó para tomar el control remoto y en el televisor se proyectó el video de Step By Step de New Kids On The Block.
Y con su voz muy angelical empezó a cantar como loca al tiempo que bailaba y movía su gran culo.
—«Step by step, ooh, baby». «Gonna get to you, girl». ¡Canten!
Cielo, con su acostumbrada expresión férrea, chasqueó la lengua y se acomodó en la gran alfombra, a mi lado, rodeadas de chucherías, dulces y hamburguesas.
Me sonrió y yo le correspondí, cómplices de la felicidad que nos traía este pequeño espacio. En especial porque estábamos las tres. Hace tiempo que no podíamos reunirnos.
Todas habían cambiado un poco. Cielo tenía un aro plateado en la esquina su labio inferior, ahora llevaba el cabello hasta la mitad del cuello y las puntas de un tono azul oscuro. Su rostro igual de inexpresivo y estoico me recordaban a la vez que la conocí.
Diaval tenía un tatuaje más en la clavícula, otro en la muñeca y otro más en la escapula, nuevos para mí. Su cabello me parecía más rubio de lo normal, como oro recién pulido, y sus ojos más electrizantes que de costumbre. Su espalda definida dejaba en claro el arduo entrenamiento a la que era sometida y algunas marcas en sus nudillos me avisaron que estuvo de servicio hace poco.
Y yo… bueno… yo seguía igual. Solo tenía mi cabello más largo y ya.
—Diaval, ven aq…
—Llámame Venus, niña, que manía la tuya. —Suspiró y cerró el libro que sostenía en las manos—. Ya sabes que ese apodo es solo para el trabajo.
Bien. Entendido. Es que me gustaba el apodo. Era extraño, creo que por eso me gustaba.
—Perdón, se me olvida.
Me sonrió traviesamente e hizo un gesto para restarle importancia.
El frío de su cuerpo me envolvió. No podía creer que Cielo me estuviera abrazando. Venus, celosa por la intromisión no tardó en venir a unirse al círculo y llevarse una manotada de papitas, uniéndose al abrazo fugazmente para embutirse un mordisco de hamburguesa.
Las preparé yo, así que entiendo su desespero de comer. Estaban deliciosas.
—Ahora sí. —Juntó sus palmas después de soltar la hamburguesa en el plato—. Y tú con ese chico, ¿qué?
Casi me ahogo con la gomita por el repentino e inesperado cambio de tema. Divisé la mirada hacia la luz de la luna ahondar todo mi cuarto desde mi balcón.
Venus con sus ojos amarillos, trepidantes, al igual que los de un vampiro sacado de un libro fantasioso, me recorrió todo el rostro. La suspicacia de su mirada me acuchilló.
—Nos mentiste, ¿cierto? —Chaqueó la lengua—. Te gusta, ¿no?
Esta vez no lo negué, como todas las veces en las que hablaba con ellas por teléfono.
—Es… mi novio.
No sé por qué razón el susurro salió con tanto orgullo. Como si hasta ahora fuera mi mayor logro. Y por su expresión, incluso creí que me darían un premio.
—¡AAAAAAY! ¡GO-NO-RREA! ¡TE GUSTA! ¡TE GUSTA! ¡AL FIN, HIJUEPUTA!
Pero que boquita la suya. La miré horrorizada. Mi expresión solo la hizo reír con más fuerza.
—¡Vee! ¡Shhhh!
Puse un dedo sobre mis labios.
—¿Y obviamente tu papá no sabe nada? ¿O sí?
Negué con la cabeza frenéticamente.
—Igual, eso no me importa mucho, en serio Ethan me gusta. Ya estoy harta de todo lo que me dice mi papá. Yo solo quiero estar con él.
—Ay, jueputa, ¿si ve? —se dirigió a Cielo—. ¿Yo que le dije? La que menos corre, vuela.
—¡Vee!
Arrugué el ceño, igual que Cielo, quien cada vez que la rubia decía una mala palabra acusaba con sus ojos verdes callarla de un golpe. Ella odiaba las malas palabras.
—Mi paga. —Venus estiró la mano, orgullosa—. Yo gané la apuesta.
Cielo casi reviró los ojos, pero se limitó a resoplar y a rebuscar entre su mochila algo luego de acomodarse los lentes.
—¿Apuesta?
—¿No te acuerdas? —preguntó Vee mientras contaba los billetes que le había entregado Cielo—. La hicimos el año pasado.
Enfoqué el pequeño hilo que salía del gigantesco jersey de Ethan e hice memoria.
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—Somos las amigas más tristes de la puta historia.
La miré mal por el comentario y Cielo lo hizo por la grosería.