Agrio y Dulce Amor

Capítulo 35. Una fogata calentita

Algunos corazones no piden nada a cambio, solo arden para que otros no se congelen

Gabriela

Tomé el plato decorado con tres hamburguesas sobre él.

—¿Esos chicos andan en muchas peleas? —la pregunta de mi papá fue inesperada.

Las palabras no me salieron. No sabía qué responder.

—Dijeron que los estaban molestando —canturreó Venus con una estudiada sonrisa que hacía que todo el mundo le creyera—. Y pues ellos se defendieron como lo haría cualquiera que no sea cobarde. Me caen bien.

Esteban la observó e hizo una cara de desinterés sentado en uno de los taburetes de la cocina, pero sabía que esto lo inquietaba.

—Así como tú —quise bromear—. Mi mamá siempre me cuenta las historias de tus peleas en la escuela.

Mi papá se enderezó como si le hubiera caído un rayo y observó a mi mamá detrás de él con un matiz de diversión y reproche en los ojos. Ella se mordió los labios.

—Historias que amo escuchar —halagó Venus señalándolo—. Soy tu fan número uno.

Él dejó escapar una risa y sacudió la cabeza con regaño.

—Cuidado con meterse en peleas —susurró, tranquilo.

—¡Tengo hambre!

El grito en el segundo piso hizo que Venus me tomara de los hombros y me arrastrara con ella escaleras arriba. Pero antes le di un beso en la mejilla a mi papá y conseguí la sonrisa que quería.

—Además tu novio tiene visión de emprendedor, él al menos cobra por dar puños —me susurró la rubia en el oído con complicidad.

Tan pronto como entramos en mi habitación dejé el plato sobre la alfombra junto a Cielo. Venus se apoderó del control de la música y con su voz angelical cantó como loca al tiempo que bailaba moviendo su gran trasero.

«Step by step, ooh, baby». «Gonna get to you, girl». ¡Canten!

Cielo, con su acostumbrada expresión férrea, chasqueó la lengua.

—Prefiero comer —murmuró con la boca llena de papas fritas.

Me sonrió y le correspondí, cómplices de la felicidad que nos traía este pequeño espacio.

Escudriñé los detalles nuevos en ambas. Un aro plateado decoraba la esquina de su labio inferior y el cabello de puntas azules le llegaba a la mitad del cuello.

—Te quedaron deliciosas —habló la pelinegra con la boca llena.

A nuestro lado se unió Venus. Un nuevo tatuaje en la clavícula y otro en la muñeca se remarcaban en su piel. Su cabello más rubio de lo normal parecía oro recién pulido.

Yo seguía igual.

—Estás enferma por los libros. —Suspiró Venus viendo mi escritorio—. Te enviaré más la próxima vez.

Sus labios se estiraron con el toque travieso de siempre.

—Qué bueno que te guste leer. —Cielo se limpió la comisura del labio—. Yo lo odio.

—Ahora sí. —La rubia juntó las palmas—. ¿Cómo te fue ayer con Ethan? Los vimos muy juntos. Fue difícil distraer a tu papá y a tu hermano. Parecían dos halcones. Y a ti pareció poseerte el espíritu de la rebeldía porque no dejabas de tocarlo.

Divisé la luz de la luna ahondar todo mi cuarto desde mi balcón. Venus con sus ojos trepidantes me recorrió todo el rostro.

—Es que él… me encanta, y…

—¡AAAAAAY! ¡GO-NO-RREA! ¡AL FIN, HIJUEPUTA!

Pero que boquita la suya. La miré horrorizada. Mi expresión aumentó sus carcajadas.

Arrugué el ceño, igual que Cielo, quien cada vez que la rubia decía una grosería acusaba con sus ojos verdes callarla de un golpe por su disgusto hacia las palabrotas.

—Me gusta ver que dices lo que sientes sin vergüenza —volvió a hablar, para mi sorpresa sin decir una mala palabra.

—No puedo creer que de las tres seas tú la primera en tener novio —murmuró Cielo con el tono asombrado acariciándole la garganta.

—A mí también me cuesta creer que vayas a perder la virginidad antes que nosotras dos.

La pelinegra suspiró y su palma fue a dar al brazo de Venus. Un golpe secó que hizo eco.

—Era un chiste de buena fe—se quejó.

Negué con la cabeza, divertida.

—Amo estar con él, a pesar del miedo.

—¿De qué? —Cielo se acercó mucho más—. ¿Qué te asusta? ¿Qué se entere tu papá?

Agaché la mirada y me dediqué a mirar su esmalte azul.

—No quiero dañar su confianza, no me gusta mentirle, pero no sé cómo reaccionaría sí le digo…, No, de hecho, sí sé, por eso tengo miedo de decirle o peor, de que se entere por otra boca.

—Tómate tu tiempo —dijo Cielo con calma.

—También tengo miedo de que Ethan me lastime, pero quiero confiar.

—No te des tanto látigo. Es difícil confiar —murmuró Venus—. Te admiro por ser valiente, Gabi. Tener pareja hoy en día es jodido. Todo el mundo parece estar dañado.

Descargué el peso de mi pecho con un suspiro tranquilo.




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