Cuando el deseo por ella lo consume, él sabe que la belleza
de amar también está en proteger su hermoso corazón dulce
Gabriela
—¡Sam, cállate de una buena vez!
El tono de Ethan no bajó la irritabilidad. Creo que era por la tarea. O no sé qué es lo que estuviera haciendo en ese cuaderno con tanto esmero.
—Es que quiero que vayas, terroncito. —Fingió una sonrisa—. Tú nunca vas a ninguna fiesta.
—Jódete —le gruñó sin despegar los ojos del cuaderno algo desgastado en las puntas.
—Es mejor tener una pulga en las pelotas que aguantarte a ti —refunfuñó Gael, harto de los chistes de Sam.
—Pobre pulga —murmuró Kiara, divertida.
Quise reír, pero me contuve muy bien, el ambiente no estaba para risas. Kiara me sofocaba con sus ojos y yo en cambio, miraba las pequeñas flores en los bordes del asfalto.
Hace mucho no hablábamos. No me gustaba fingir que todo iba excelente sin ser así. Y, desde que acompañé a Ethan a conocer a su amigo Dillon, menos ganas tenía de hablarle.
—Gabi…
Me miró por el rabillo del ojo. Me puse de pie. Ya había comido, aprovecharía lo que quedaba de receso para leer en la biblioteca.
—En este momento no quiero hablar contigo, Kiara —le corté las palabras.
¿Eso fue un límite? ¡Yo acabé de poner un límite! ¡No quería que me hablara! ¡Y se lo dije!
Un cosquilleo de orgullo a mí misma se prendió de mi pecho. Puse… un límite. Yo solita.
—Entiendo —susurró, su expresión de dolor profundo la ignoré.
Fue como si le hubiera echado un montón de polvo en la cara. Sus ojos se humedecieron. Los chicos me miraron estupefactos. Menos Ethan.
—¿Quieres ir a la biblioteca?
Asentí ante la pregunta.
Se levantó con rapidez y me agarró de la mano para llevarme con él.
Eliminé un pinchazo de culpa con rapidez. Fue lo que sentí correcto de hacer porque seguía un poco enojada con ella por su forma de tratarme.
En la biblioteca con la cabeza apoyada en el hombro de Ethan mientras el dibujaba lo que parecía ser un boceto de una casa, pude estar más tranquila.
—Que no veas.
Desvié la mirada. Era la tercera vez que me lo decía.
—Es que no sabía que dibujaras. Lo haces muy bien.
—Que no mires.
Resoplé molesta.
—Que inmaduro. ¿Qué tiene de malo que mire tus dibujos?
Me acomodé mejor, la estantería en mi espalda me lastimaba y el cojín en el suelo no era precisamente muy relleno como para que no me hormigueara mi pobre culito.
Pasé página y continué leyendo a Matteo, un mafioso de una ética moral discutible. Lo utilizaba como distracción para no sentirme culpable por no hablarle a Kiara y a mi hermano, y por mentirle a mis padres cada día diciendo que estaba con Kiara cuando en realidad me escapaba con Ethan…
Una leve caricia encima de mi rodilla me erizó todo el cuerpo.
—Lo que hiciste estuvo bien.
Suspiré, resignada. Con Ethan no podía ocultarme.
—Hace semanas que no le dirijo la palabra.
—Nunca se acercó para disculparse.
—Igual me siento culpable.
—Pero fue lo correcto.
Mordí mi labio por la resequedad en él y me concentré en el libro para no pensar más en qué era o no correcto, de ser así me explotaría la cabeza muy pronto.
Últimamente sentía que no estaba haciendo nada bien. Absolutamente nada. No sabía que estudiar, pero derecho no era algo que me pusiera el corazón a latir de emoción.
—Dios —susurré para mí misma.
Les mentía a mis padres para salir con Ethan. Iba con él a entrenar en un lugar de dudosa procedencia en compañía de un señor que parece querer arrancarte la cabeza si tan solo respiras. No hablaba con mi hermano. No me esforzaba mucho en la escuela. No sabía qué hacía. Quería un descanso.
Algo vibró en mi cadera, pero no era mi teléfono, era el de Ethan. Antes de contestar resopló al ver el nombre en la pantalla. Era el señor Dillon.
Habló un rato, desganado, contestando casi todo con monosílabos hasta que se decidió por decirle que hablaran después.
—¿Todo en orden? —le pregunté tan pronto como terminó la llamada.
Asintió sin mirarme, enfocado en su dibujo. Fue una clara traducción de no insistir.
Recosté la cabeza en su hombro y devoré las letras más rápido de lo normal, era por que no le prestaba la atención requerida.
—¿Gabriela?
—¿Sí?
Pasé página.
—¿Qué quieres conmigo?
Me congelé unos segundos por el viso de seriedad. Cerré el libro para concentrarme en la pregunta.