En caso de que no puedas decirlo con palabras,
un beso apasionado y unas caricias deberían bastar
para recordar lo que el corazón en letras no puede expresar
Gabriela
—¿Ahora qué haces aquí?
—Quiero hablar.
—¿De qué?
Reviré los ojos con evidente hastío, pero él los reviró peor.
—Tú y tus preguntas estúpidas. ¿Crees que voy a hablarte del clima?
Me limité a aspirar profundo, ofendidísima.
—Dijiste que me darías espacio…
—No aguanto. Traté, pero no pude. Necesito hablar contigo ahora.
—No quiero hablar contigo —me hice la desentendida. Aun no olvido de que me llamo como uno de esos bichos feos. Prefiero que me diga minion.
—Pues lo vamos a hacer.
—Dije que no.
Ahogué un grito por lo que hizo. Me tomó de las caderas y no me quedó de otra que sentarme en su regazo hasta tener una pierna a cada lado de sus muslos.
—Suéltame.
Sujeté sus manos, tercas de liberar mis caderas.
—No, hasta que hablemos.
Me removí con todas mis fuerzas sobre él, pero más me retenía hacia su cuerpo.
—¿Quieres quedarte quieta? —Agarró mis brazos y los cruzó, pero no dejé de moverme—. Si sigues moviéndote así…
—¡Suéltame!
—No grites, Gabriela.
—¡Entonces suéltame! ¡No quiero hablar contigo ahora!
—¡Cállate de una buena vez!
—¡¡¡Cállam…!!!
Sus labios me silenciaron.
En menos de lo que pude reaccionar, me tomó de la nuca y devoró mi boca con tal ímpetu que creí no era real. No eran muchos los besos que habíamos compartido, pero este era uno de los mejores a pesar de que yo tratara de demostrar lo contrario.
Sus manos iniciaron un descenso delicado, apretujaron mi cintura y un poco más abajo. Destellantes escalofríos fue lo que causó con su tacto cálido, fuerte y certero.
Lo empujé repetidas veces, golpeé su pecho, pero nada de eso sirvió. Resultaba gracioso la diferencia de fuerza. Fue él quien se separó en busca de aire y pegó su frente en la mía.
Negué con la cabeza como si en realidad no hubiera estado anhelando sus labios.
—Ethan…
Agarró mi mandíbula entre su mano hasta doblar mis labios un poco y los acercó a los suyos para encerrarlos con una férrea pasión que me estrujo el estómago.
No me di cuenta de que le correspondía con las mismas ganas que él encarcelaba mis labios en los suyos y apretaba mi cuello en una caricia placentera que me hacía preguntarme: ¿Cómo podía hacerme sentir así solo con un beso?
Los suaves cabellos de su nuca me abrazaron los dedos. Lo acerqué más hacia mí, desesperada de sentirlo y muy a mi pesar, hacerle saber que yo también lo quería. Que moría por un beso suyo, por sus labios dulces y delgados, provocadores de tantas cosas que era difícil de describir, pero que el cosquilleo en mi pecho hablaba por sí solo.
Traté de tener un poco de control sobre el beso, pero Ethan me lo impidió, me tenía a su completa merced. Una mano encerraba a mi mandíbula y la otra empujaba mi espalda baja.
Por el pequeño corrientazo en mi «fresita» me di cuenta de que nuestro cuerpo se unía en empujoncitos que él provocaba con la presión de su mano.
No me lo pensé mucho y me alejé enseguida, algo tímida.
Ethan sostuvo mi rostro entre sus manos y obligó a mis ojos a conectarse con los suyos.
—Que te quede claro que no tengo que «aguantarte». Yo quiero estar contigo, con todo lo que eres. Complicada, rara, despistada, terca… Lo que sea. No me importa.
—Ethan…
—No sé qué esté pasando por esa cabecita. —Su respiración era igual de agitada a la mía—, pero te aseguro que no quiero jugar contigo, Gabriela, no es lo que piensas.
Abandonó un pequeño beso en mis labios.
—Sería muy hijo de puta en jugar con algo que me da felicidad. Esa que hace mucho tiempo no sentía, Gabriela. —Alcé la mirada hacia sus ojos grises—. Si tu preocupación es esa, solo estás gastando energía innecesaria en pensar en eso.
Me lastimó más de lo que creí. Eso quería decir que, desde hace mucho, Ethan no era feliz. La confesión me laceró el pecho, al igual que preguntarme si realmente no sonreía solo porque era un chico serio o si no sonreía porque todo el tiempo lo inundaba la tristeza. Pensar en la causa me ponía aún peor.
¿Por qué él no era feliz?
—Energía que podríamos estar utilizando en otras cosas.
Fue imposible no reír ante la broma. Su risa también resonó sin dejar de acariciar mis muñecas. Me dejó ver su hermoso hoyuelo en la mejilla izquierda y lo pinché con suavidad.
—Dime algo —susurró.
Dio un toquecito en mi mentón para que lo viera. No me di cuenta que me quedé observando sus manos en mis piernas.