Agrio y Dulce Amor

Capítulo 38. Una noche repleta de mosquitos

Él no solo quería dejar marcas de amor en la piel, sino también en el corazón, sabía que de ahí nunca se borrarían

Ethan

Me acomodé a su lado, percibiendo el calor de su cuerpo acumulado en las sábanas. Sus mechones regados por todo el cobertor lila la hacían parecer una diosa.

—Mi Minion gruñón —susurré besando su cabeza—. ¿Por qué eres tan preciosa?

Los lunares en su mejilla podrían formar un triángulo, pero cada vez que los delineaba con mi dedo, dibujaba un corazón invisible que conectaba los tres. Reposé los labios sobre esa marca sin trazos y ella como cada noche ni cuenta se dio.

Escudriñé en su rostro la inherente ternura que desprendía aun estando dormida. Esa dulzura transformada en sonrisas y miradas que me quitaban el aire.

A su lado siempre había una afirmación que nunca creí que podría sucederme, pero fue inevitable que no pasara:

Estoy enamorado de Gabriela.

Y, aunque, muchos podrían decirme que es algo tonto o pasajero, algo en mi interior me grita que no es así. Esto que siento por ella es algo más fuerte que yo y todo lo que alguna vez pensé. Me sobrepasa tanto que me duele el pecho cuando no está conmigo, me escoce cuando la veo llorar y burbujea de alegría cada vez que la veo sonreír. Todas las mañanas lo primero que hay en mi mente es ella y en las noches sigue estando ella.

Sin embargo, también había una pregunta que se manifestaba cada vez que estaba con ella:

¿Qué es el amor?

Nunca quise saber nada del dichoso amor, siempre lo vi como una trampa que podía esquivarse siendo más inteligente que el resto. Percibiendo lo que otros no podían debido a su ciego enamoramiento.

Vi en mi madre el amor dañino que te quema en silencio hasta que te apagas, como una vela gastada. Le dio el poder a mi padre de lastimarla y él tomó cada oportunidad para hacerlo. El tiempo que estuvo con Leonardo fui testigo de todas las promesas rotas que se desvanecieron con un soplido que apagó el corazón de los tres…

Miré las cucarachas trepar por le mesa y el pan duro encima de un plato pequeño.

—No me gustan las insectos, papi.

Mamá con un trapo las espanto y se sentó en las piernas de papá, él con una sonrisa me respondió:

—Cuando empiecen a pagarme, tendremos mucho dinero y compraremos una casa muy grande.

—¿En serio?

—Claro que sí, bebé. Confía —respondió mamá sin dejar de sonreírnos—. Estoy segura de que tu papá será el mejor boxeador de todos. Pronto saldremos de aquí, cariño, ya lo verás.

—Y te compraré muchos juguetes. Todos los que quieras.

—¡¿Y los guantes de boxeo también, papi?!

Sus ojos azules resplandecieron de seguridad al igual que su sonrisa.

—Por supuesto, hijo. Te enseñaré todo lo que sé para que seas mejor que yo.

Me levanté de la silla directo hacia sus piernas y mamá me hizo espacio para sentarme.

—¿Promesa?

Observó todo mi rostro y luego a mamá. Ella mostró sus dientes blancos.

—Prometo que los sacaré de aquí, que tendremos una mejor vida, que tú serás un gran boxeador, y que justo ahora los haré llorar de risa.

Mamá y yo nos miramos un segundo y huimos por toda la habitación, pero rápido nos atrapó y se inició una guerra de cosquillas, que como prometió nos hizo llorar de risa.

Promesas rotas. Eso es lo único que queda. Fue hace mucho. Y seguía doliendo como el primer día que Christofer nos separó de él.

Dolor. Traición. Decepción. Tristeza. Rabia. Fue lo que me enseñó el amor.

Pero Gabriela, me enseñó otra cosa muy distinta.

—Te amo, Minion —murmuré en su oído y es bastante raro decirlo.

Se supone que esas palabras siempre las dice la gente para expresar su amor, detrás de eso había muchas cosas, pero a mí me parecían tan insípidas comparado con lo que Gabriela era, que todavía no me atrevía a que las escuchara. Era una limitación de lo que quisiera expresarle. Es como si minimizara todo lo que siento por ella en unas palabritas.

Muchas personas lo dicen a la ligera, y se volvió tan común, que eso para nosotros no encaja, no podría. No cabe porque Gabriela es el te amo. Ella es la más pura y hermosa representación de lo que es el amor.

Soy tan afortunado de que me quiera alguien como ella, que me cuesta creerlo. No la merezco, pero me esfuerzo por hacerlo.

Con seguridad sé que mi corazón es de piedra y que montones de grietas lo fisuran. Así como estoy segurísimo de que la primera vez que choqué con Gabriela en ese pasillo se coló por medio de esas fracturas y sin mi permiso encontró un recoveco del que no ha dejado de escarbar para recordarme las cosas buenas que según ella yo tengo.

Y entre esas está todo el amor que tengo para darle. Todo mi amor siempre lo tendrá ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.