La única forma de ganar la batalla contra el amor es rindiéndose ante de él.
No hay más opciones… A no ser que quieras sufrir
Ethan
Quería preguntar por la piscina decorada con focos subacuáticos y globos por todos lados. Sin contar con los flotadores donde reposaban chicas en trajes de baño muy diminutos o la máquina de espuma en el agua.
Y lo más importante, preguntarle a Gabriela por qué ese vestido le queda tan bien. Por qué resalta su culo redondo y por qué se aprieta tan bien a sus pechos. Reparé el material pegado a cada exquisita curva de su hermoso cuerpo y envidié la puta tela.
El negro destacaba su piel reluciente. Y las fantasías sobre ella aumentaban.
—Ya veo porque me insistieron tanto en venir —bisbisó, estupefacta con todo a su alrededor. Un viso de fascinación se asomaba por sus ojos. Me gustaba verla emocionada.
La vaguada iluminada por la luna realzaba la colina rodeada de robles finos, y entre ellos guirnaldas de luz azul parpadeaban. La madera barnizada era un gran toque en la cabaña. Entramos y la mesa repleta de golosinas fue lo primero a lo que Gabriela le dedicó atención.
Su teléfono no paraba de vibrar desde que llegamos y como las otras veces una mueca de disgusto le desfiguró las cejas.
—¿Quién te escribe tanto?
—Steven.
Tecleó algo con agilidad y lo guardó en su pequeño bolso que dejó descuidadamente en un sillón junto con mi chaqueta y su abrigo.
—¿Qué quiere?
—No lo sé. Es un intenso. Nunca se preocupa, solo quiere molestarme.
Se dio cuenta de mi expresión y maquilló el fastidio en sus ojos tomando un vaso con cerveza que Sam le brindó. Lo mismo hizo conmigo, pero me negué.
—Esto es genial —comentó Kiara antes de que su novio le comiera la boca delante de nosotros.
—Sí, como digas, ya pueden irse a coger —se quejó Sam bebiendo un trago mientras los observaba besuquearse.
Divisé a Dayan en una mesa tratando de meter una bola en los vasos rojos con un beso de suerte. Acertó y celebró con un baile que sacudió sus trenzas delgadas por todo el aire.
Llegó alguien que recuerdo como Ashley, una argentina con un acento suave de cabello negro y ojos del mismo color, aunque brillantes siempre que se encontraban con Samuel. Ellos dos solían congeniar a cada fiesta que iban.
—Hola, Sam. —Él la miró de arriba abajo y le sonrió con el cortejo que sabía manejar—. ¿Con quién vas a divertirte hoy?
—Contigo seguramente.
Ashley mostró una sonrisa radiante y Sam le estiró una mano que no dudó en tomar.
Puede que sea un maldito mujeriego, pero es todo un caballero con cada una de ellas. Misma razón por la que ninguna chica se le resiste.
—¿Qué te pasa? —preguntó Gael ofreciéndome un trago que rechacé.
—Sabes que no me llevo muy bien con las fiestas.
Este ambiente no me hacía sentir muy cómodo. Se parecía a las carreras a las que solía ir, solo que en esas al menos había dinero de por medio y por supuesto velocidad y motos.
No me gusta la gente. Ni la música alta. Ni el alcohol. Ni los juegos. Ni las luces. Ni convivir con personas que parecen tener dos neuronas. No me gusta una mierda.
Solo había algo aquí que me gustaba y por lo que vine.
—Ethan —llamó Gabriela a unos pasos de mí—. Ven. Vamos a jugar.
Así empezó una noche llena de juegos, conocer gente, darme cuenta de que algunos eran más idiotas de lo que creía y otros no tanto. Algunos amables y otros pedantes.
—¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! —alentaron muchas personas a Kiara a tomarse hasta la última gota por no haber insertado la bola.
Acabó con el líquido y en un tambaleo terminó en los brazos de Gael.
—No me gustan las redes sociales —le repitió Gabriela a Kiara evitando su insistencia en tomarse una foto.
—Solo una.
Después de rodar los ojos sonrió frente al teléfono y la pelinegra complacida no volvió a molestarla. Entre juegos comenzaron a disiparse y bailar en la pista de baile con el techo de estrellas acobijándolos.
Era un interludio entre lo urbano y lo agreste, un refugio donde la ciudad era lejana. Allí, bajo las estrellas de California, esa casa fue el escenario perfecto que me inspiró para terminar mi dibujo y escribir más de mis promesas con trazos y sombras sobre el papel.
Sentí su beso tímido en el pecho, único lugar que alcanzaba sin empinarse. Y con eso movió la cabeza de lado a lado y retomó su lugar en la pista. Era reconfortante verla tan feliz y relajada.
—¡No te quedes ahí parado! ¡Aburrido! —me fastidió Gael moviendo su cuerpo junto con Kiara, los dos pasados de tragos.
Gabriela robó la atención del círculo de ojos que la rodeaba y aplaudía su baile improvisado en una coreografía que el viento también admiraba y ayudaba a que se viera más fabulosa acariciando sus rulos largos y llenándola de frescura.