Los soldados trataron de tomar a Taida de los brazos, pero ella se soltó y caminó con toda la dignidad que pudo entre los uniformados, quienes la pusieron en una jaula donde el sol la quemaba en el día, y la noche la congelaba, desde allí vio tantas cosas que antes, cuando pasaba en su corcel no le daba importancia, sobre todo le llegó al corazón el ver como dos pequeños vieron morir a su madre, quien fue obligada a trabajar hasta su último aliento.
Tres días después, por fin pudo tomar algo de agua, fue la niña huérfana, quien se subió en los hombros de su hermano para llegar donde la prisionera. Taida iba a tirar la botella molesta, pero el rostro de la pequeña la hizo sonreír y darle las gracias.
— Era la dosis de mamá de la semana... cuídate, eres bonita.
— Gracias.
Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas, los niños perdieron a su madre y en vez de repartirse el agua entre ellos se la regalaron. Esa noche por fin la joven lloró, como nunca antes lo había hecho en su vida, toda su superioridad y soberbia desapareció. Su mente revivió lo que antes no le interesaba, ahora que estaba en el otro lado, entendía que los humanos iban derecho a su destrucción. Miró una luz muy fuerte que estaba sobre ella.
— Dioses, por favor ayúdenos, sé que no lo merecemos, sobre todo yo que me reía de mis hermanos, pero mientras haya gente buena como estos niños, siento que tenemos una esperanza.
Siguió pidiendo a sus deidades, hasta que horas después, esa estrella se volvió una luz que la envolvió, por un momento desapareció de la jaula, para volver a ella recordando solo haber sido envuelta en una claridad que le hirió los ojos. Estuvo allí por 5 días, luego la volvieron a llevar al campo, allí se encontró con los niños que la habían ayudado.
— Hola bonita — la niña le sonrió muy amistosa, era morena como su hermano, que en cambio, se escondió atrás de ella, aunque era un año más grande, de porte era más pequeño.
— Hola ¿Si son tan pequeños por qué trabajan aquí?
— Desde los dos años nos envían a trabajar.
— ¿Y su agua? — miró para todos lados, pero no vio ninguna botella.
— Bueno... es que... — se retorció los dedos la niña, nerviosa.
— Se las robaron ¿Verdad?
— Sí, es que ahora estamos solos, antes mamá nos defendía, pero sin ella...
— Ahora yo los protegeré. Quédense a mi lado ¿Cómo se llaman?
— Yo soy Gabriela, y mi hermano mayor es Rafael.
Justo esa tarde Taida tuvo que enfrentarse al guardia que trató de conquistarla cuando vivía en el palacio, el hombre quiso llevarse a la pequeña.
— ¿Qué haces desgraciado? — la muchacha se puso frente a la pequeña.
— Está sola, solo quiero llevarla a mi casa para protegerla. Es muy linda para quedarse aquí, sin nadie que la cuide — se adelantó para tomarle la mano de nuevo.
— Si te le acercas te mató — la joven sacó un pequeño cuchillo que encontró escondido en su litera, y que guardó en un bolsillo.
— Si haces eso te ejecutarán por matar un guardia.
— ¿Crees que alguien de aquí dirá quien fue? — Taida sonrió maligna.
El uniformado vio a los que lo rodeaban, muchos hombres se pusieron detrás de la muchacha para apoyarla.
— Eres una maldita, esto no se quedará así — el tipo nunca pensó que sin el apoyo de su padre, ella fuera tan valiente.
— Claro que no quedará así... ahora te irás y no nos molestarás más, si te veo cerca de cualquier otra niña no me podré contener, maldito pedófilo.
El tipo se fue rápido, pero no corriendo, quería conservar algo de su dignidad.
La niña de 8 años la abrazó, asustada, cuando el soldado se fue, los demás obreros, que no le habían hablado desde que llegó al campo, se acercaron a darle la mano.
— Gracias — le dijo sincero uno de los hombres.
Por fin la mirada de todos se suavizó con ella.
El niño sonreía tímido, feliz que no se llevaron a su hermana.
— ¿Estás contento? — Taida le sonrió, pero el pequeño no respondió.
— Desde que murió mamá no ha dicho nada.
— ¿Dónde viven? No los he visto en las barracas — a decir verdad no he visto ningún niño allí pensó.
—Para estar allí debemos tener más de 18, los que tienen niños pequeños viven en una casa, como la que teníamos.
— ¿Tenían? — ya se imaginaba la respuesta que le darían.
— Un tipo nos la quitó.
Tomó aire, todavía tenía el cuchillo en sus manos.
— Vamos, guíenme.
Buscaron el lugar, era un barrio tranquilo, entró sin golpear, para encontrar un tipo de mal talante sentado en un sillón, que se le enfrentó al verla.
— ¡¡Quién te crees para entrar así en mi casa!!
— No es tuya, era de estos niños y su madre.
— Que mentirosos, yo siempre he vivido aquí.
— Es mentira, es un maldito que no deja dormir a nadie, nos roba todo, este era un barrio tranquilo hasta que se quedó con la casa de esos niños — gritó una mujer.
— Y ustedes no hicieron nada, malditos cobardes — se volvió al usurpador — si no te vas... — y pensar que creí que las clases de defensa que papá me obligó a tomar nunca me servirían.
— ¿Qué? ¿Me matarás? — rió irónico el tipo.
— Si no me dejas otra solución, lo haré — el hombre creyó que podría contra la muchacha, que por primera vez tuvo que luchar por su vida, con una fuerza que no sabía que tenía lo derrotó, lo iba a dejar ir, pero él se volvió queriendo matarla, a Taida, que no le quedó otra que acabar con él. Tomó el cadáver, lo tiró a la calle y cerró la puerta, se afirmó en una pared, lentamente se deslizó hasta quedar arrodillada, los niños corrieron y la abrazaron, dándole las gracias por cuidarlos.
Luego de eso nadie la volvió a molestar ni a los niños, por un tiempo todo fue bien para ellos, hasta que en el campo Taida se desmayó, cuando despertó, vio que las mujeres mayores le ayudaron le sonreían.