Agua y Aceite

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     Desperté y todo era oscuridad, estaba recostada con los pies encogidos, mi cuerpo se mecía y no entendía por qué, después escuché el rugir de un motor y caí en cuenta que lo más probable era que estaba en la cajuela de un coche siendo transportada a quien sabe dónde. Mi cabeza rebotaba al compás de las llantas golpeando el pavimento. Mi cuerpo seguía moviéndose como en una especie de ritual ancestral. Tal vez era el último despertar que tendría y no vería más la luz del sol. Traté de mover mis manos para tallarme los ojos y hacerlos enfocar mejor en la oscuridad, pero estaba demasiado débil para poder conseguirlo. Sentía un cosquilleo en mi cerebro, tenía ganas de reír como tonta pero no sabía por qué motivo, incluso empecé a tener pensamientos absurdos. Sentí que mi cuerpo flotaba, que volaba entre nubes negras que al mismo tiempo me acariciaban. Tal vez esas nubes negras después de sostenerme se romperían convirtiéndose en lluvia, lluvia que se confundirían con mis lágrimas y que se fusionarían creando mares amortiguando mi caída libre. No sabía que era lo que me habían dado, pero aún estado encerrada, ni por asomo hizo acto de presencia la claustrofobia. Si salía viva de esto (cosa que dudaba), iba a pedirle copia de la receta de lo que sea que haya comprado para mantenerme en este estado de relajación, prácticamente me sentía como en la gloria.

Desperté en otro cuarto sucio, pero este si estaba sucio de verdad. Las paredes estaban cochambrosas, como cuando las personas usan la parrilla para cocinar carne asada. Los pisos de igual manera, se notaba a leguas que jamás habían sido tocados por un trapeador con agua y jabón. Eso sí, había que admitir que era bastante amplio, y tal vez eso era irrelevante, considerando que estando encerrada era lo de menos. Pero si tomamos en cuenta por milésima vez la claustrofobia, ayudaba bastante este detalle. El cuartucho también tenía una ventanilla bastante estrecha que jamás sería opción para tomarse de escape.

Me acerqué a la puerta y traté de abrirla. No sé por qué tenía la esperanza de que la iba a encontrar abierta cuando era evidente que no iban a cometer un descuido de esa magnitud. Ciertamente como pensé, estaba cerrada. Comencé a patearla y a pedir auxilio. Lo único que conseguí con eso, es que entrara el tipo con pasamontañas y me propinara una bofetada fuerte que me lanzó de inmediato al piso, y después de eso cerró con un portazo, echando como veinte candados a la puerta. Si el mismo día que me aprisionaron con el paso de las horas había sentido que pasaban días. Ahora que realmente estaban pasando días, sentía que estaban pasando años. Incluso por el reflejo del vidrio de la ventanilla, pude ver que mi cara maltratada reflejaban esos “años” ficticios sumando las angustias que estaba viviendo. Porque, si es verdad que me inquietaba estar encerrada sin saber el motivo, lo que más ansia me provocaba, era el saber que mis padres estarían buscándome como locos. Ellos no estaban acostumbrados a perderme de vista más de un día. Yo prefería estar en la ventana de mi habitación leyendo historias románticas con finales felices ¿ Cómo esperan que una chica cursi con aspiraciones de encontrar a su Romeo pero con final feliz iba a soportar esta situación? yo era el cliché de mujer, no tenía ni fuerza ni entereza para hacerlo. Después de divagar me regresaron a la memoria mis padres, pobres, prometo que no deseaba darles este trago tan amargo, pero no estaba en mis manos. Yo podía ser la peor hija de todas, pero daría lo que fuera porque no les estuviera pasando esto a ellos. Porque si, prácticamente esto era peor para ellos que para mí, en todos los sentidos.

Dentro de mi hartazgo y a sabiendas que no tenían pensado dejarme ir, planeé fugarme. El plan era esperar que entrara el encapuchado y tomarlo por sorpresa para después salir como desquiciada hasta donde los pies me dieran.

Escuché que se acercaba y me coloqué detrás de la puerta, abrió confiado y cuando no me vio se desconcertó, aunque no podía ver su cara del todo, si pude ver de reojo como sus facciones se endurecían a través de la tela de su pasamontañas y sus ojos color azul probablemente reflejaban un terror incomparable. De primera reacción miró al techo e inspeccionó a detalle, como encontrando un hoyo por el cual me escapé. Fue es ese momento de descuido cuando me lancé a su espalda y le comencé a apretar el cuello tratando de asfixiarlo. Peleó hasta el cansancio, incluso su piel estaba adquiriendo un color rojo con tono azulado. Nunca pensé tener el valor de hacer lo que estaba haciendo, pero cuando uno tiene en juego la vida, es capaz de las cosas más bajas. Si alguien iba a juzgarme, primero tendría que estar en mi lugar, cosa que jamás desearía a nadie. Siguió luchando y forcejeando, y cuando pensé que al fin lo había logrado y en cualquier momento lo iba a ver tirado en el piso, me tomó por sorpresa, y agarrando fuerzas de no sé dónde, me cargo con sus manos gruesas y me lanzó como la bala que lanzan los atletas en los juegos olímpicos. Únicamente escuché como mis huesos de la espalda se resquebrajaban uno por uno. Pensé que nunca más me levantaría del piso, según yo y mis conocimientos basados en Wikipedia, me había dejado cuadripléjica. Apenas estaba aceptando las consecuencias de mis actos, cuando sentí los puñetazos que el sujeto aquel estaba dándome. Descargaba toda su ira en mi cara. No grite ni me resistí porque sabía que eso lo haría enojar más, así que sólo lloré por mi cara que al finalizar de ser usada como costal de box estaría desfigurada.

Abrí los ojos y mi mirada estaba fija en la inmensidad que la ilusión de mis ojos maltrechos estaban haciéndome ver. No estaba pensando realmente en nada, estaba tan cansada que mi cerebro no quería pensar, no tenía ánimo ni de deprimirme. La tristeza estaba abandonándome, y en su lugar entraba la melancolía, las imágenes de mis padres se agolpaban en mis recuerdos. Era muy joven, apenas empezaba mi vida y la iba a perder de buenas a primeras en la plenitud. Mi existencia sería como la de una flor que fue cortada en pleno florecimiento por un ladrón que intenta negociar con ella. Tal vez era joven por fuera, pero estaba avejentada por dentro, estaba muerta en vida, estaba destrozada, cansada, sin fuerzas y sin motivaciones de vivir; lo único que quería es que todo terminara. Ya estaba entendiendo cada minuto que no había más, que mi fin estaba cerca y sabiendo eso, empezaba a asimilarlo.



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En el texto hay: romance, drama

Editado: 06.10.2023

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