No tenía el valor de ver a Alejandro a la cara. No podía decirle la verdad de lo que había ocurrido y pedirle perdón porque si reaccionaba de manera explosiva con cosas pequeñas, seguramente lo menos que me esperaba a mi es que me estrangulara con sus propias manos. Yo tenía una carga de culpa inmensa puesto que no debí permitir que nada de lo pasó ocurriera, más no podía regresar el tiempo. Alejandro no me lo iba a perdonar, y no lo culparía por ello. A pesar que desde que perdí la memoria él y yo nunca más volvimos a tener una vida como la de una pareja normal, pero eso no me eximía del error que cometí. De antemano yo sabía que tenía un compromiso con él, aunque no lo recordaba.
No me sentía cómoda guardando secretos a Alex, pero era consciente que yo permití que pasaran las cosas, y ese era el precio de ello. Muchas veces los secretos son como una enfermedad que invade tu cuerpo y sientes que estorba a los órganos de tu sistema no dejándolos funcionar como debieran, haciendo que la única forma de deshacerse de ellos es dejándolos salir. Pero en el noventa por ciento de los casos, si se les deja salir dejaran de lastimarte a ti pero lastimarán a más personas, a lo que decidimos convertirnos en una caja fuerte que guarda más de uno hasta que no caben más y explotas. Eso es lo que ocurriría conmigo, y más si tomamos en cuenta que el que guardaba yo, era de un tamaño impresionante, uno que no sólo abarcaba una pequeña parte de mi cuerpo, sino la mayoría de él. Nunca pensé en las consecuencias, sólo estaba dejándome llevar por la pasión y nunca por las secuelas que eso me dejaría.
Todo el día me la pasé durmiendo, de verdad estaba muy cansada. Entre sueño y sueño, cuando tomaba consciencia no podía permanecer mucho tiempo con ella porque el sueño me hacía presa de él. Yo intentaba luchar contra él, pero no había poder humano que le ganara. Hubo más de diez batallas que me ganó, hasta que Alex me llamó para la comida, ya era tan tarde que más bien la hora de comer se convirtió en la hora de cenar.