Desperté sobresaltada. Estaba en una cama que no conocía. De inmediato mi señal de alerta se activó ¿Acaso aquel sujeto había dado conmigo y me tenía prisionera? Traté de incorporarme y sentarme en la cama, pero una mano me lo impidió. En cuanto sentí el tacto en mis hombros, de inmediato reconocí las manos que me detenían; era mi madre que estaba sentada al lado mío. Aunque era la misma que recordaba, ahora sus ojos reflejaban cansancio y un envejecimiento prematuro, incluso noté que su cabello estaba pintado, pero aun así distinguí como un par de canas luchaban por asomarse de entre la espesura de su pelo. Aunque pensé que ya mis ojos estaban secos de tanto llorar y no había más lágrimas en ellos, no estaba en lo cierto. Mis ojos se inundaron y navegaron en ellas, y cómo no llorar, si pensé que nunca más volvería a ver a las personas que más amaba en el mundo. Se levantó de su asiento y se me acercó con euforia y lágrimas. Esa reacción me haría pensar que jamás nos separaríamos, y que las cosas irían bien entre nosotros, pero nada estaba más alejado de la realidad.
Mi cabeza daba vueltas, la angustia de sólo saber que aquel monstruo viniera a buscarme me paralizaba. El miedo me dominaba, me martirizaba, no dejaba que me tranquilizara porque me bombardeaba con imágenes de mí con ese tipo antes de perder la memoria. Por nada del mundo estaba dispuesta a vivir lo mismo, porque de antemano percibía que esta vez no viviría para contarlo, sabía que antes de acabar conmigo, la tortura para hacerlo sería mil veces más grande de lo que fue. En ese poco tiempo que estuve en las manos de ese hombre, sabía la furia que contenía por dentro, y de lo que sería capaz. Antes de caer de nuevo en sus garras. Preferiría morir.
Mi pobre madre trataba de contener mis movimientos, pero yo le hacía imposible esa tarea, y no es que lo hiciera a propósito, mi cuerpo tenía consciencia y recordaba con claridad el martirio que vivió. Después de la batalla que estaba teniendo conmigo, ella, al no poderme controlarme por sí misma, entraron enfermeras y un doctor que traía una jeringa en las manos y que descargó en el suero que estaba conectado a mi brazo. Lo que sea que haya puesto en la bolsa estaba teniendo una reacción rápida, porque mi cuerpo se relajó. Traté de luchar contra la penumbra, pero era una batalla perdida, así pues, que tarde o temprano me dejé perder, pues no estaba tan mal del todo extraviarme y no saber de aquella angustia que ya con el paso de los segundos era menos, esta se estaba difuminando hasta diluirse en la mezcla de medicamento en mi cuerpo.