Los meses volvieron a avanzar, porque todos sabemos que eso es lo único que no se detiene… el tiempo. Yo trataba de ser una buena madre para mis dos hijos, pero el pequeño Alexis no se prestaba, a diferencia de Sandre que incluso cuando estaba en mis brazos se aferraba a mí y sus ojitos amarillos reflejaban el amor que le tenía a su progenitora. Desde la corta edad se le notaba la maldad al bebé Alexis, porque un día, cuando estaba todo silencioso, cosa que no pasaba nunca porque el ya mencionado diablillo se la pasaba llorando y gritando, yo acudí extrañada para saber el motivo del silencio casi sepulcral y cerciorarme de que todo estuviera bien. Me horrorizó ver como el sujeto de ojos azules había puesto la almohada en la carita de su hermano y se había acostado arriba para que el otro no pudiera liberarse. Yo presa del pánico de no saber si mi hijo seguía respirando, lancé a Alexis a un lado salvajemente porque aunque la preocupación me albergaba en la mayor parte de mi ser, también noté que el enojo se hizo presente. Nada más la almohada lo liberó, Sandre para mi alivio jaló profundamente aire y lloró, yo pienso que sintió que su vida por este mundo había sido breve y desafortunada; ya me veía yo en el periódico cargando al cadáver de mi hijo en primera plana con un título sensacionalista, algo como: “NIÑO ASESINO MATA A SU HERMANO POR CELOS” o algo así. Sólo de pensarlo se me enchinó la piel.
Sé que si en otro momento una mujer me dijera que un bebé hacía planes maquiavélicos para asesinar a otro, yo hubiera pensado al igual que quien me escuchara a mí; que estaba loca. Pero se necesitaba estar en mis zapatos para saberlo. Yo conocía a mis hijos, y yo desde que vi a Alexis supe que no era un bebé común y corriente, sabía que me iba a hacer ver mi suerte, y ese calvario apenas comenzaría.
El abuelo Alexis un día me pidió que lo acompañara a una cosa de juzgados y no sé qué, porque por lo poco que entendí, su familia ya había vuelto a las andadas y querían quitarle su propiedad. Sinceramente me daba mucha rabia que no pudieran esperar aunque sea un poco para poder pelearse como perros la herencia de ese pobre anciano que el único “error” que había cometido, era haber sido exitoso en los negocios. Me dijo que requería de mi presencia porque yo iba a servir como testigo de que él vivía aún en esa casa, porque su parentela señalaba que la casa estaba deshabitada y que era totalmente innecesario que siguiera así porque sólo se estaba deteriorando. Yo enojada le dije a don Alexis que, para que las autoridades comprobaran que todo era mentira, bastaba con darse una vuelta y ver que lo que ellos decían no era más que una falacia; pero él me explicó que no era tan simple, que todo era un proceso que se maneja en los juzgados, entre papeleos, acusaciones y apelaciones. Claro que yo no puse ninguna objeción para apoyarlo en lo que estaba pidiéndome, pues después de todo lo que había hecho por mí, y también contando que yo estaba viviendo en esa casa que él defendía con uñas y dientes, lo menos que podía hacer era apoyarlo.