Aguamelon fuera de Casa | Fanfic Mlp

Parte II

Era una tranquila mañana para el Dr. Kidney en la biblioteca Golden Half. Estaba disfrutando de una deliciosa taza de té de jazmín mientras leía el periódico matutino. No había noticias relevantes ese día, excepto por el anuncio de una subasta de abrigos antiguos y los decepcionantes resultados de la cosecha de calabazas en toda la región. Era simplemente otro día más.

"¿Será alguna plaga?", pensó el doctor, tratando de alimentar su imaginación después de leer el artículo sobre la pobre cosecha. Aunque no era alguien atraído por los desastres, las calabazas siempre habían sido su alimento favorito para la cena.

Justo cuando empezaba a servirse su tercera taza de té, un lastimoso sonido llamó su atención. Proveniente de la entrada principal de la sala comunal, había una pequeña unicornio uniformada con un gorro azul llorando desconsoladamente. Sin pensarlo demasiado, el doctor, como el único presente en la sala, se acercó rápidamente a la niña.

"¿Qué ocurre, pequeña? ¿Por qué lloras?", preguntó el doctor.

"Snif, snif... un niño dijo que mis dibujos eran... ¡feos!", dijo la potra entre lágrimas mientras le mostraba su libro de dibujos al doctor.

"Oh", fue todo lo que dijo el doctor al ver sus garabatos. No eran feos, pero el doctor no estaba seguro de qué era exactamente lo que la niña había dibujado.

"Además... snif... el niño también rompió mi otro cuaderno. ¡BUAAAAAA!", rompió a llorar la potra mientras sacaba otro cuaderno desgarrado por la mitad.

"¡Qué terrible! Ya, ya pasó, cálmate, pequeña", dijo el Dr. Kidney intentando consolar a la niña. Sin embargo, la pequeña parecía tener una fuente ilimitada de lágrimas para acompañar su constante llanto. Sin mucho que pensar, el doctor hizo lo que cualquier adulto bondadoso haría en una situación como esa para resolver aquel inconveniente.

El doctor fue al mostrador de artículos de regalos y, usando su llave personal de miembro honorario de la biblioteca, lo abrió. De allí tomó una cesta de dulces y un cuaderno celeste con bordes dorados.

"Toma, pequeña, es un libro nuevo para tus dibujos. Y aquí tienes unos caramelos de calabaza para endulzar el mal rato", dijo el doctor mientras le entregaba el cuaderno y la cesta de dulces a la potra.

"Muchas gracias... snif, snif", dijo la potra intentando disimular su llanto con una ligera sonrisa.

"Está bien, ahora dime, ¿dónde está ese niño que rompió tu cuaderno?"

"Se fue hace un rato... nunca antes lo había visto", respondió la potra.

"Entiendo. ¿Estás acompañada?"

"No, vine sola para hacer mis dibujos porque aquí es más tranquilo", contestó la potra limpiando sus lagrimas con pañuelo.

"Ya veo", dijo el Dr. Kidney. La historia de la niña tenía bastante sentido y no despertó ninguna sospecha en él. El potro al que la niña mencionó muy probablemente era el mismo que la encargada de la biblioteca le había advertido que había estado haciendo travesuras durante esa semana.

"Será mejor ir con la encargada, Aguamelon, e informarle de tu caso", sugirió el doctor a la niña.

"No se preocupe. Yo ya me voy a casa", dijo apresuradamente la potra. "Tome un regalo por ser tan amable conmigo, señor".

En ese instante, una hoja de dibujo salió magicamente del cuaderno de la potra y llegó a las manos del Dr. Kidney. Era un dibujo algo deformado de un pony blanco con melena roja y un rostro dividido entre el blanco y el negro.

"No es necesario, pequeña, pero insisto...", el Dr. Kidney no terminó su oración al darse cuenta de que la inocente niña a la que había consolado se había marchado apresurada sin despedirse. Algo confundido, el doctor suspiró, guardó el dibujo en su abrigo y procedió a cerrar el mostrador de regalos. Luego guardó su pesada llave en uno de sus bolsillos y regresó a su asiento.

Nada más ocurrió esa mañana. Al mediodía, decidió marcharse. No encontró a la encargada Aguamelon en su puesto, así que dejó una nota escrita en su escritorio. Mientras abandonaba la biblioteca, por alguna razón se sentía más ligero. Simplemente pensó que la causa era el nuevo sombrero que su esposa le había comprado. Con una ligera sonrisa, caminó hacia su trabajo.

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Kit trotó lo más ruidosamente posible por los pasillos clausurados de la biblioteca Golden Half. No había nadie trabajando en las remodelaciones ni adultos cerca, así que no le importaba hacer todo el ruido que quisiera. Este era su territorio ahora. No, siempre lo había sido. Su adinerada familia era dueña conjunta de los terrenos de la biblioteca. Y ahora que el actual dueño de la biblioteca había cedido los papeles restantes de la propiedad a su familia, prácticamente todo era suyo.

El joven potro con gorro rojo se detuvo y vio la gigantesca maceta en medio del pasillo. Resopló, le molestaba que incluso esas antigüedades todavía estuvieran ahí. Pasó a su lado con un trote que reflejaba toda su infantil arrogancia. Ya imaginaba los juegos electrónicos que pondrían en su lugar y las tiendas comerciales llenas de juguetes y golosinas.

Entonces una hoja, tan grande como un libro, se desprendió de la maceta y golpeó su cara.

"¡Estúpida planta!", insultó furioso Kit a la maceta.

Obviamente, aquella provocación no tuvo ninguna respuesta.

"¡Te cortaré y te venderé como forraje!", anunció el potro, preparando su cuerno con una luz afilada. En un instante, la magia salió disparada, directamente hacia una de las hojas más pequeñas y verdes de la planta. Fue un corte limpio y la tierna hoja cayó al frío suelo.

Envalentonado, el joven unicornio marchó sobre la hoja caída con soberbia. Aquella maceta no tenía forma de defenderse, o al menos eso creía él.

De repente, una brisa llegó desde uno de los pasillos. Quizás era el polvo acumulado en el lugar, pero un repentino cosquilleo comenzó a inundar la nariz del potro. "Achu, achu, achu".




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