El RV Tritón rompió la monotonía azul del Atlántico Sur y penetró en la zona fatídica. El cambio fue instantáneo y escalofriante. No había remolino visible aún, pero el mar bajo el Tritón se sentía...muerto. El equipo de hidrófonos de Fabiana, diseñado para captar hasta el menor chasquido de camarón, registraba un silencio absoluto, una ausencia total de vida biológica que era estadísticamente imposible en el Mar Argentino. La superficie, sin embargo, vibraba.
—Doctora, las brújulas están volviéndose locas,—reportó el capitán. No es solo el campo magnético terrestre; el error es intermitente, como una pulsación. Fabiana observó las pantallas del sonar. El fondo marino parecía distorsionado, las lecturas cambiaban de profundidad sin que el barco se moviera. Era como si el propio lecho oceánico estuviera respirando. —Desplieguen la boya de registro de energía y preparen el sumergible de apoyo— ordenó Fabiana, sintiendo un nudo de nervios y preguntas en el estómago. El sol se ocultaba, tiñendo el horizonte de un rojo carmesí. Esta noche, según las predicciones de marea basadas en antiguos registros de pescadores, era la noche de la luna roja. Mientras la luna, que de hecho parecía más grande y teñida de un óxido sangriento por la atmósfera, se elevaba, el mar despertó. El silencio se rompió con un sonido que nadie podía identificar: un chirrido metálico que resonaba desde las profundidades, demasiado uniforme para ser el crujido de la placa tectónica. En la sala de control, Ariel, concentrado en su monitor, gritó: —¡Fabiana, mira esto! La temperatura del agua bajó diez grados en cinco segundos, y la salinidad en la columna de agua se duplicó. ¡Esto no es física natural! Es... una alteración inducida." Justo entonces, la superficie del mar se hinchó en el centro de la zona. No era un simple vórtice; era una depresión gigantesca, un ojo negro de agua espumosa que parecía arrancar la luz. Las olas se transformaron en paredes líquidas que atacaban al Tritón desde ángulos imposibles. —¡Aseguren todo! ¡Nos está atrapando!— gritó el capitán. El terror se apoderó de la tripulación. Los ojos de Fabiana estaban fijos en el centro de la depresión. Vio, o creyó ver, una luz intermitente a cientos de metros bajo el agua, pulsando al ritmo del extraño sonido metálico. —Ariel, vamos a desplegar el sumergible de reconocimiento, ahora,— dijo Fabiana, con una urgencia brutal. —Necesito la lectura de energía dentro de esa anomalía. Ariel no dudó. Se enfundó el traje de inmersión junto con dos técnicos. Antes de entrar en la cápsula, miró a Fabiana. —Lo que sea que esté allí abajo,—dijo Ariel, con una sombra de miedo, "no es natural. Esto es algo... artificial." —Solo veinte minutos, Ariel. Si la energía se dispara, abortas de inmediato. Te esperaré aquí,—respondió Fabiana, luchando por mantener su voz firme. La pequeña cápsula de Ariel fue liberada. Fabiana siguió su descenso en el monitor, había fijado el temporizador en 20 minutos que Ariel tenía para recaudar información, ni más ni menos.