Aguas Malditas

El Umbral Oculto

La escotilla del sumergible de exploración personal, el "Nautilus II", se cerró con un siseo metálico. Dentro, el aire era espeso con el ozono de los circuitos y la tensión contenida de Fabiana Mureas. Vestía un traje de inmersión ligero, pero su verdadera armadura era la determinación forjada por años de duelo y dedicación.
​Desde la cabina del Tritón, el jefe de informática transmitía por radio, su voz temblando: "Doctora, las anomalías de presión en el punto de descenso son extremas. Esta cosa tiene la capacidad de aplastar el Nautilus si activa su sistema de absorción."
​"Entendido," respondió Fabiana con voz neutra, sus ojos fijos en el velocímetro de descenso. "Mantén las lecturas de energía en alerta máxima. Si detectas cualquier pico, notifícame para ascenso inmediato."
​No iba a ascender. No sin Ariel.
​Mientras el Nautilus II se hundía en la negrura abisal, Fabiana se permitió un momento de vulnerabilidad. La claustrofobia de la cabina trajo consigo un torrente de recuerdos.
Ella tenía once años. Pequeña, huérfana y recién llegada al orfanato costero. Se sentaba sola junto a la ventana, aferrada al único libro que había sobrevivido al naufragio de sus padres: un tomo sobre corrientes oceánicas.
Un día, un muchacho un poco mayor, Ariel Gonzales, se acercó con un mapa dibujado a mano.
“¿Sabes lo que son las sirenas, Fabiana?” le había preguntado Ariel con su sonrisa deslumbrante. “No son monstruos. Son oceanógrafas que viven en una ciudad de cristal en el fondo. Ellas nos cuidan. Por eso tienes que cuidarte, para que puedas encontrar su ciudad un día.”
Esa tontería infantil se convirtió en un pacto. Él siempre la protegió de los matones; ella siempre le enseñó sobre la ciencia del mar. Él era su luz, su ancla en tierra, el único que la había visto llorar.
Una noche, sentados en el muelle, ella le había preguntado, con la candidez de la adolescencia: “¿Nos casaremos cuando encontremos la ciudad de las sirenas, Ariel?”
Él rió, revolviéndole el pelo. “Siempre estaremos juntos, Fabiana. Seremos los mejores amigos científicos del mundo. La ciencia siempre nos mantendrá unidos.”
El amor eterno... bajo la etiqueta de la amistad. Un dolor que la había acompañado toda su vida.
​Ahora, ese juramento no dicho la impulsaba a 500 metros bajo el nivel del mar, acercándose al Umbral Oculto.
​La luz del Nautilus II cortó la oscuridad. Las perturbaciones hidrodinámicas eran brutales, sacudiendo la pequeña nave.
​"Doctora, las lecturas de presión externa son de locura. ¡Está cayendo en picada, Fabiana! ¡Abortar, por favor!" la voz del técnico era un grito agudo de alarma.
​Fabiana ignoró la súplica y activó el sonar de alta resolución. La pantalla se llenó de ecos.
​Y entonces, lo vio. No era un patrón geométrico en el sedimento; era el borde superior de una estructura gigantesca.
​El Nautilus II emergió en lo que parecía ser una gigantesca cámara submarina artificial. El agua era extrañamente clara, filtrada. Los potentes faros revelaron una escena de tecnología espeluznante: una pared lisa y curva que se elevaba más allá del alcance de la luz.
​Fabiana se acercó al punto donde el sumergible de Ariel había desaparecido. Había un hueco, un arco perfecto que se abría en la estructura, camuflado por los dispositivos que creaban la ilusión del remolino. Era la gran escotilla.
​Con temblor en las manos, Fabiana tomó el mando manual. Acercó el Nautilus II a la pared. Pudo ver los orificios de ventilación que había analizado en las imágenes, más grandes de lo que imaginó.
​Encontró un pequeño punto de acoplamiento magnético. Era la confirmación: esta cosa era una base, y estaba diseñada para recibir sumergibles.
​Mientras se preparaba para forzar la entrada, Fabiana hizo acopio de toda la frialdad científica que había acumulado en su vida. Estaba entrando en la ciudad de cristal que Ariel le había prometido, pero no había sirenas. Había un secreto terrible, y el amor de su infancia estaba atrapado en él.

​Con un último aliento, Fabiana activó los electroimanes del Nautilus II para adherirse a la estructura, lista para intentar la infiltración. Estaba a punto de sumergirse en la mentira para salvar la verdad.




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