Ahogada Entre Sombras

ONE

¡Tic tac tic tac!, hacia la aguja del gran reloj de pared que fue abruptamente interrumpido por el sonido del grito desesperado que salió de boca de Eunice, qué hizo que se despertará de golpe de aquella pesadilla. Ella no sabía que era peor, si tratar de drogarse con ansiolíticos para poder dormir un poco y ser atormentada por sueños horribles, o pasar largas madrugadas navegando por las redes sociales en buscas de Memes, ver series en Netflix o aburrirse con los capítulos infinito de One Piece para sopesar el insomnio.

Eunice, consideraba su vida desesperante, agobiante, frustrante e irritante (Si a vivir así se le puede llamar vida). Una jodida vaina cada día, un dolor aquí, una incomodidad allá, era como un castigo del mismísimo diablo, como si en su vida pasada ella hizo mucho daño y un karma hijo de puta, mezquino y azaroso, se lo estaba cobrando con alto intereses.

Se quedaba sentada en medio de la cama abrazándose a sí misma, respirando pausadamente y contando… 1, 2, 3, 4 inhalaba y exhalaba para hacer llegar aire a sus pulmones, pues sentía que se ahogaba. Este ejercicio de relajación era el que la ayudaba a calmar el ritmo frenético de su corazón, que pareciera que bailaba al ritmo rápido de los tambores de aquéllos indios cacicazgo que engaño en su buenos tiempo Cristóbal Colon. Y Es que Coño; eran muchos años lidiando con esa Jodienda; era como una relacione toxicas, de esas que van y vienen, que se vuelven acusante, peligrosa, abrumante, agotadora. De esas que parecen imposible de soltar, dejar ir. La dañaba, incapacitaba, limitaba.

Sus incontrolables emociones y sensaciones repentinas habían logrado que se sintiera mal de miles manera, la hacían sentir pequeña, la bloqueaban de todas formas y manera. Por su culpa había perdido el rumbo y la concentración durante un largo tiempo, la incapacito, la redujo a cenizas. Hizo que acudiera a miles de doctores buscando las razones de sus males. Sus familiares cristianos se mantenían orando día y noche por ella. Se sentía siempre mal, con miles síntomas: migrañas desde la más leve a la más intensa, dolor de estómago, náuseas, vértigo, taquicardia, cansancio, miedo, despersonalización, opresión en el pecho hasta dejarla completamente sin aire.

Había sentido la muerte a su lado de mil maneras, susurrándole “es un infarto”, “te vas a morir” burlándose de ella despiadadamente como si fuese un chiste, de esos que cuenta aquellos comediantes realmente malos y que hacer comedia no debería ser su trabajo.

¡Déjenme en paz, Maldita seas! Gritaba, corría y se encerraba en el baño. Tomando un Gillette y cortando un poco su piel en lugares no visibles, a ver si se salía un poco la sangre mala que tenía, porque desde los 11 años su familia materna la acusaba de que Anaisa y Santa Manta la tenían poseída, que tenía un demonio, que orar por ella era lo único que podían hacer. ¡Que puto cinismo! Solo en una sociedad inculta e ignorante ser violada por un depravado pastor cristiano es culpa de la vestimenta de una niña. Porque solo la ignorancia o la estupidez humana es la única que puede evitar que ciertas personas no logren entender que ser cristiano, católico o saberte la biblia de génesis hasta apocalipsis no te hace buena persona, que no se necesita ser tentando por demonios para hacer daño, el mal muchas personas lo llevan dentro, pero es más fácil esconderlo debajo de religiones absurdas, para venderle a la sociedad estúpida una faceta ridícula del “amor al prójimo” o falsa empatía.

 

Cuando tenía tiempo para estar lucida, sin necesidad de fumarse una cajetilla de Marlboro mentolado un segundo por hora, le gustaba pensar que su nefasta vida era en realidad una mentira, que un día despertaría sin sentirse mal, sin visitar la emergencia de una clínica, que sentiría el amor y los abrazos fuertes de su mama, (que no sabía a qué se sentían) que su vida sería tan fantástica como los cuentos del maravilloso mundo de Disney, pero al parecer le tocaba vivir en la torre oscura de la saga del rey de los anillos.

Detestaba la pena, veía la pena en los ojos de su padre y eso la aniquilaba. Sabía que tampoco para él había sido fácil lidiar con todo esto, desde bebe venia luchando por ganarse un lugar en este mundo y sobrevivir. Ya ni siquiera recordaba cuando fue la primera vez que llego esa mierda a joderle la vida, solo sabía que era horrible, indeseable y que no la merecía. Se había convertido en una cigua palmera enjaulada, encadenada y de alas cortada. Esa sombra había invadido su espacio, anulado sus defensas a su antojo, sin pedirle permiso sin importarte el momento, la hora, o el lugar. De repente, se presentaba de la nada incluso en sus momentos más tranquilos, causándole hormigueos, hiperventilándole el cuerpo, haciendo que sus manos sudaran como si fuera una cambumba rota, produciéndole esos mareos que causaban que el mundo se tambaleara bajo sus pies. Y lo más incómodo de todo era, escuchar aquellas frases que se habían convertido costumbre decir entre sus conocidos y familiares: “Ya le dio un yeyo otra vez, pobre Eunice”

Llorar hasta el cansancio se había vuelto parte de su rutina, igual que llevar en su rostro los ojos hinchados y ojerosos que la hacían lucir una chinita amargada y aburrida; de esas que están despachando mal humoradas en las tiendas chinas.

Cada día trataba de convencer a su mente de no tener miedo, mientras el cuerpo la mayor parte del tiempo se mantenía paralizado sintiendo un peligro anticipado de que algo malo iba a pasar, su cerebro se mantenía trabajando a la velocidad de un Suzuki, de esos que manejaban los chamaquitos de barrios que se creen dembowsero y andan con los pantalones abajo.

Había días en lo que realmente se odiaba. Se miraba al espejo mirando su cuerpo flaco, sus ojeras y su pelo engruñado. Se sentía miserable, torpe, triste, desanimada. No solo se sentía pésima de salud física, sino que ni siquiera podía pensar bien. Le molestaba el ruido, la gente, su humor variaba de tristeza a rabia, todo le resultaba tan peligroso, un miedo constante a todo y a nada. Algo que no se atrevía a decirle a nadie es que, en ocasiones, pensaba que escuchabas voces o que veía cosas, y se quedaba callada, cerraba los ojos y permanecía tranquila, inmóvil, hasta que se aseguraba de que no era nada. Que no se había vuelto loca, aunque sentía que un poquito rututu ya estaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.