A la mañana siguiente fui obligada a ir a la escuela. Yo no quise salir de la habitación, por lo que la mantuve cerrada con llave. Mi padre, luego de tantos intentos de abrir la puerta, terminó rompiéndola, así que tuve que ir de todas maneras.
Estaba enojada, furiosa, enfada y cualquier sinónimo que existiera. Y sobre todo eso, estaba muerta de vergüenza.
¿Saben lo que es llegar a un lugar y tener miradas burlonas sobre ti? Es la peor sensación que se puede sentir. Chicas me señalaban con risas, chicos murmuraban de mí a lo lejos y, cuando abrí mi casillero, pude ver nada más y nada menos que una toalla sanitaria con una nota al lado que decía: "Para que no te pase de nuevo, Manchitas".
Aplasté el papel y lo tiré al suelo con fuerza, para luego tomar mis cosas y cerrar el casillero de golpe. Lo único que deseaba era volver a encerrarme en mi habitación.
Mientras caminaba hacia el salón, Víctor se acercó a mí, dejando de lado al grupo con el que charlaba en el pasillo.
—Viniste... —dijo mirándome muy feliz.
—No tuve opción —respondí seria y gruñona.
—Tranquila, no te dejaré sola —me sonrió, casi despreocupado.
Debo decir que él era tan alegre que me contagiaba. Le devolví la sonrisa en el momento en que entramos al salón. Para mi mala suerte, ya había varios estudiantes dentro que no dudaron en reírse por lo bajo mientras me observaban.
Era un sentimiento terrible. Yo solo quería que la tierra me tragase de una vez.
Al menos tenía a Víctor detrás de mí, cuidándome como un fiel amigo. Fue de mucha ayuda cuando un grupo de chicas mayores me molestaron en el pasillo. Una de ellas, con mucho delineador alrededor de sus azules ojos, tomo una toalla de su bolso y me la lanzó; él me tomó de mi paralizado brazo y me llevó lejos de ellas para evitar que llorara en público de nuevo.
El banco más alejado en el patio de receso se convirtió en un lugar perfecto para llorar.
—Ellas son unas inmaduras, no dejes que te afecte lo que hagan —dijo con su mano en mi hombro—. Algún día van a pensar en las tonterías que hicieron, y serán ellas quienes sentirán vergüenza.
Pensando en aquellos instantes donde tuve su apoyo incondicional, me pregunto por qué lo hizo. ¿Por qué me puso por sobre lo que dijeran los demás? ¿Por qué siempre estaba ahí para hacerme sentir mejor?
¿Por qué no pude ser tan buena amiga cómo él?