Volví a casa luego de un rato, mas esta vez con una mochila que dentro tenía algo de ropa. Ropa con estilo que me quitaría de encima esa fachada de niñita pequeña genérica.
—¿Qué es eso? —preguntó mi mamá cuando entré.
—Es ropa, la hermana de Víctor me la dio ya que no le quedaba —respondí yendo hacia la escalera.
—¿En serio?, ¡Qué bien! Aun así, no la uses hasta que la lave —me dijo, parecía que todo el enojo de los últimos días se había disipado poco a poco.
—Claro, claro —asentí sin alargar la conversación. Por mi parte, sí que seguía enojada con ambos.
Mi mamá sufrió mucho desde que mi comportamiento rebelde comenzó. Trataba de no mostrarse dolida; pero vaya que lo estaba. Ella se desanimaba, y en muchas ocasiones lloraba sin que la vieran. Su amor hacia mí era enorme, ¿cómo podía amarme tanto cuando toda la vida yo había sido un martirio para ella? No tenía ni la menor idea.
Durante todo su embarazo, mi madre pasó muchas complicaciones. Fue una tortura diaria durante nueve meses. Su doctora le decía que era un embarazo peligroso, y a pesar de eso ella estaba decidida a tenerme. El día del parto pudo haber muerto por lo débil que se encontraba, pero llegué a este mundo sana y salva.
Yo fui su única hija porque, de haber decidido tener otro bebe, tal vez no tendría la misma suerte que conmigo. Ella era una luchadora en todas las formas posibles en que una madre puede serlo. Junto con mi padre me dio una vida que, si bien no era la más lujosa, era una vida feliz; pero yo no agradecía todo su trabajo y esfuerzo, pues la veía llorar y la culpa solo duraba unos diez segundos, para que luego viniera el recuerdo de cómo me obligó a ir a la escuela a pesar de las burlas que recibiría.
Ella lloraba mucho, y ¿qué hacía yo? Nada, absolutamente nada.
Y ahora me arrepiento.