Ahora me arrepiento

16

Estábamos frente al centro comercial, mis papás acababan de dejarme. Dayana, Ellie, Adam y yo nos quedamos viendo el auto irse para asegurarnos de que pronto estaríamos a salvo.

—¿Y Dan y Fred? —pregunté al notar su ausencia.

—Fred llegará en unos minutos y Dan está allí desde hace horas —me respondió Ellie—. Uno de sus amigos correrá y él le ayuda con su moto.

Dicho esto, comenzamos a caminar hasta el terreno donde se llevaría a cabo la carrera, uno que era visible desde el centro comercial. Ya había caído la noche y, en cierto tramo a nuestro destino, el suelo estaba algo húmedo y vuelto barro. Tuve que cuidar bien donde pisaba, porque había muchos charcos escondidos con la poca iluminación de un terreno casi vacío, el cual, supongo, estaba en espera de ser comprado y que, hasta entonces, serviría como un lugar de encuentro para amantes de carreras de motos.

Al llegar sólo pude pensar en una cosa: suciedad. Era un lugar con gradas sucias y chicles pegados por doquier, el suelo, además de estar lleno de basura, era en su mayoría barro; sin contar que había mosquitos como gotas de agua en el mar. A pesar de eso, me sentía genial estando con los mayores en un lugar así.

Nos sentamos en la parte más alta, donde pude ver a Dan a lo lejos con un chico revisando una moto. Minutos después tenía a Fred a mi lado con una lata de refresco de limón y palomitas de maíz.

—Este lugar es un asco —comentó entre disgustado y bromista.

—Creo que tendré que lavar mi pantalón siete veces para que se le quite el olor a sudor y alcohol barato —porque, Dios Santo, al menos la mayoría de los presentes estaba tomando.

Mi comentario hizo que se riera, cosa que me hizo sentir bastante bien, poco a poco sacaba ese lado mío que tanto relucía al estar en un entorno de confianza como era estar con Víctor. A mi otro lado estaba Dayana.

—Parece que ya va a comenzar —indicó recogiéndose el cabello con una coleta.

Y, efectivamente, ya los corredores ubicaban sus motos unos metros detrás de una pequeña colina de tierra, a la que le seguían muchas otras, formando una pista poco prolija pero que servía bastante bien.

Cuando el hombre con un megáfono anunció la partida, las diez motos arrancaron, subiendo la primera colina y luego haciendo lo mismo en las otras del circuito. En las gradas el furor era palpable. Había unos gritando a todo pulmón mientras apoyaban a su corredor favorito, otros sólo tiraban cosas a los que tenían en frente, y unos pocos se mantenían de pie silbando o aplaudiendo. Nosotros hacíamos todas esas cosas juntas. Me estaba divirtiendo muchísimo, jamás estuve en una situación de tanta libertad y emoción. Aún con el frenesí del momento, era más tranquilo de lo que me imaginaba y temía: seguro si mis padres viniesen, hasta a ellos les gustaría.

Bueno, ese pensamiento duró un máximo de quince minutos.

Algo parecía suceder, ya que, de pronto, la carrera se pausó. Un corredor había caído de su moto y, según vimos, señalaba a otro como el culpable. Los dos corredores discutiendo se volvieron diez intermediando, luego veinte metiéndose donde lo debían y, finalmente, casi todos los presentes estaban o en la pelea o en las gradas formando más problemas.

Y yo estaba asustada.




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