Ahora me arrepiento

19

Matías... Un día ese nombre volvió a mi mente, pues llevaba un buen tiempo sin aparecer.

¿Cómo desapareció de la faz de mi cabeza, así como así? Pudo ser la madurez o el simple hecho de que me empezó a gustar alguien más.

¿Había algo malo con eso? Vaya que sí, pero ¿qué era? Te preguntarás.

Que el chico tenía varios años más que yo y se llamaba Fred.

Así es, nunca supe exactamente cuándo me empezó a gustar Fred, el amigo de Dayana, aunque sí tenía mis buenas razones: era lindo, gracioso, amigable y tenía unos ojos que mataban a cualquiera.

No fui la excepción.

Yo sólo tenía 13 años y él pronto cumpliría los 17. En resumen, esto seguramente no iba a terminar bien. Y no terminó bien, pero no me adelantaré a los acontecimientos.

Lo siguiente que hice fue, obvio, chismear con mi amiga de cabello anaranjado.

—Creo que me gusta Fred —confesé en la banca del patio de recreo.

Había practicado por días para decir esa frase sin morir de vergüenza. Calculando un poco, debía de tener, al menos, tres semanas observando a aquel chico de ojos hermosos.

—¿Fred?, ¿nuestro Fred? —abrió los ojos, algo sorprendida.

—Sí... —respondí, alargando un poco la única palabra que solté.

—Bueno... ¿no crees que, tal vez, sea algo mayor para ti?

¿Era un consejo de parte de Dayana? Puede que no quisiera ver mis ilusiones destrozadas y, por eso, trataba de suavizar un poco el hecho de que Fred no se fijaría en mí ni de chiste.

—Sí, aunque puede que sólo sea una tontería que se me pasará en unos días —estaba casi segura de aquello que había dicho.

—Me ha pasado muchas veces —comentó—. Un día creí que me gustaba Dan, pero se me pasó luego de, ¿qué? ¿Dos semanas? —se rio de sí misma—. Si se te pasa en menos de un mes, me debes un helado —apostó.

—Trato hecho —asentí, ambas reímos.

No fue así. Semanas y hasta meses después seguía sintiendo esas trilladas mariposas cada vez que él me saludaba, charlaba conmigo o me daba un mínimo de atención. A veces, antes de dormir, me imaginaba mil escenarios románticos de ambos, mil formas distintas en la que él confesaría que sentía lo mismo; así, con el pasar de los días, ese sentimiento crecía.

Era diferente a lo que alguna vez sentí por Matías, pues en esta ocasión él chico sí me conocía de verdad, y hasta era mi amigo. A veces, por cómo actuaba conmigo, llegué a tener bastantes esperanzas de que el sentimiento fuera reciproco, y todo lo que deseaba era escucharle decirme eso.

Todo lo que necesitaba para llegar a la cúspide de lo que buscaba, era eso.




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