Y así, tan rápido como llegó mi amistad con Dayana y las cosas que eso desencadenó, todo se esfumó en una tarde.
Uno de los peores días de mi adolescencia ocurrió un viernes de junio, a una semana de las vacaciones y a poco tiempo de que Fred se fuera a la universidad, igual que el resto de mis amigos, tema en el que pensaba poco porque, realmente, me hacía sentir mal.
—¿Qué tal si salimos hoy? —dijo Fred cuando me encontró en la entrada de la escuela.
—¿Salir?, ¿a dónde? —le sonreí luego de que besó mi mejilla y puso su brazo sobre mis hombros.
—A comer algo, si quieres vamos a la heladería de la última vez.
—Me gusta esa idea, solo debo ver que les invento a mis padres —pensé botando aire al saber que debía ingeniarme algo bueno esta vez.
—Pues, entonces, nos vemos a las cinco allí —sonrió de manera tierna mientras sonaba el timbre—. Avísame si te dejan ir, si no, nos la ingeniamos con otra cosa —dicho eso, se fue a su clase.
Me la pasé toda la clase de historia distraída, pensando en qué iba a decirles. ¿Y si les decía la verdad? Consideré eso tantas veces que casi me convencí, más lo olvidé al saber que no aceptarían que un chico varios años mayor que yo fuera mi novio.
Era una tonta, no me daba cuenta del problema en el que me estaba metiendo.
Cuando fui a mi casa puse en marcha mi plan.
—Papá, ¿puedo ir a casa de Víctor? Debemos hacer un trabajo —le pregunté.
—Claro, no hay problema. De todas formas, tu mamá y yo saldremos con tus tíos, llegaron a la ciudad ayer —dijo despegando su vista del televisor y dándomela a mí por un minuto.
—Gracias —contesté y subí a mi habitación. Eran las tres de la tarde.
Mientras buscaba qué ponerme, se me ocurrió la ''increíble idea'' de sorprender a Fred en su casa un rato antes de la hora estipulada. Él había venido dos veces en la madrugada sin decirme y yo, con la mayor discreción posible, bajaba para que pudiéramos hablar —y, bueno, besarnos un poco—, todo eso mientras mis padres creían que yo dormía. ¿No sería lindo hacer lo mismo por él? Una pequeña sorpresa para pasar aún más tiempo juntos.
En fin, fue una decisión estúpida... O no tanto, si lo ves con otros ojos.
Un rato más tarde me encontraba en dirección a la casa de Fred. No quedaba muy lejos de la mía, unos veinticinco minutos caminando, pero quise llegar lo antes posible, así que tomé un taxi.
Llegué a mi destino, sólo había venido unas tres veces y dos de ellas fue con el resto de los chicos. Su mamá casi nunca estaba a esta hora, pues trabajaba. El frente de la casa tenía dos ventanas de cada lado de la puerta que iban del suelo hasta el final de esta, por lo que podía ver parte de la sala.
Sí, podía ver la sala, a Fred, y a una chica que no conocía sentados en el sillón. Estaban muy juntos, a decir verdad, demasiado. Pude ver el coqueteo en el rostro de Fred, y luego, un beso.
Cuando vi eso, tuve un sentimiento horrible, como si golpearan mi estómago. Tapé mi boca y, con los ojos aguados, me aparté de la ventana, pero no lo suficientemente rápido como para que Fred no me notase y, de un salto, se dirigiera a la puerta. Yo ya estaba escapando de la escena.
—Ally, ¿qué haces aquí? —preguntó, casi como si nada. En su rostro vi que sabía que la había embarrado.
—¿Qué estoy haciendo? —pregunté dolida y molesta—. Eres un idiota —me di la vuelta y caminé en dirección a mi casa.
—¡No es lo que parece, te lo juro! —exclamó.
—¡A mí me parece que sí! —me volteé una última vez, para ver cómo la chica con la que se había besado estaba detrás de él, reclamándole algo que no me interesaba escuchar.
—¡Ally! —gritó, mas no le hice caso y me fui, con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón.
Me sentía como una idiota. ¿Cómo no lo esperé? Él era mayor que yo y había miles de chicas más lindas de su edad que estaban detrás de él. Fue una idiotez creer que era un príncipe perfecto y que yo era la princesa del cuento.
La peor parte de eso fue que mi vida terminó siendo marcada otra vez. Si no era suficiente para Fred, era porque no era tan bonita como esa chica, tan interesante, tan madura, ¿no? ¡Era mi culpa! ¿Verdad? Esa creencia se pegó en mi mente, y me hizo pasar de querer ser notada, a querer ser suficiente. ¿Y cómo haría eso?
Volviendo a mi plan original: ser como Bella.
Yo necesitaba ser perfecta de manera desesperada.
Y ahora me arrepiento, en serio, no saben cuánto me arrepiento.