Ahora me arrepiento

26

El día no terminó allí. Oh, claro que no.

Al alejarme a, por lo menos, tres calles de la casa de Fred y estar llena de lágrimas que secaba con mi brazo, decidí tomar un taxi de nuevo a mi casa. No quería hacer nada más que tirarme en mi cama y no levantarme hasta sentirme menos idiota, cosa que no sería muy pronto.

No podía creer que Fred hubiera sido tan malo como para engañarme así, pero parte de crecer es darse cuenta de que no todo el mundo dice la verdad y que no todas las personas son buenas y honestas.

Mientras estaba en el taxi, el camino a casase hizo corto, por suerte, y pude encerrarme a llorar en la comodidad de mi cama sin que nadie se entrometiese, ya que mis padres se habían ido. Por suerte, no me vieron llorar.

Luego de empapar mi almohada de lágrimas por un rato —en verdad fueron horas—, escuché la puerta de la casa cerrarse de golpe y a mi mamá gritar mi nombre enfadada.

—¡Agnes!

Yo me asusté al instante y me dirigí a la puerta lentamente para luego abrirla.

—¿Qué sucede? —pregunté en voz baja. Ni siquiera tuve el valor de corregirle mi nombre.

—¡Baja de inmediato! —y eso hice.

Al encontrarme abajo, vi que tenían miradas llenas de enojo. Jamás había visto una mirada así en la cara de mis padres, pues antes no me metía en problemas.

—¿No estabas en casa de Víctor? —soltó mi papá con el ceño fruncido.

—Sí, pero él se sentía algo mal así que lo dejamos para mañana y me devolví hace rato —mentí de manera automática.

—Ah, ¿sí? —Habló esta vez mi mamá—. Porque pasamos frente a su casa y lo vimos afuera. No tenía ni idea de dónde estabas, y dijo que nunca acordaron reunirse —se acercó a mí.

Mi corazón chocó contra el suelo y volvió a su posición. Lo había arruinado. ¿Ven lo que sucede al mentir?

—¿Dónde estabas? Y si llegas a mentirnos de nuevo te las verás muy mal —mi papá estaba totalmente furioso.

—Yo... yo estaba con...

—Con ese chico de último año, ¿no es cierto? —cuando dijo eso me paralicé, ¿cómo sabían de Fred?

—Víctor nos contó de él, y gracias a Dios que lo hizo, porque tú sólo nos mentiste —mi mamá estaba muy decepcionada.

—Eres demasiado irresponsable —me regañó mi padre—. ¿Sabes que los chicos de esa edad difícilmente están con alguien de la tuya por amor? Solo quieren jugar un rato, y quién sabe qué más —por más exagerado que pudiese ser en otro contexto, en este tenía toda la razón—. ¿Te besó? ... ¿O algo más? —preguntó en un tono más bajo, apagado y triste.

—Sólo nos besamos, no fue nada del otro mundo... —bajé la cabeza con lágrimas en mis ojos, quería desaparecer ya mismo. La vergüenza combinada con la tristeza de lo que pocas horas antes había ocurrido me consumían.

—Estás castigada —respondió—. No saldrás a ningún lado, si quieres ver a alguien, pues que venga para acá —me miró estricto—. Y si me entero que te desviaste a algún lado en el camino a la escuela o de regreso, será peor.

—Sí, papá —no me atrevía a mirarlo a los ojos, y mucho menos a negarme.

—Y a ese chico dile que no se te acerque más, de lo contrario se lo diré yo mismo —eso no era un problema, de todas formas, yo no me acercaría a él.

Después del tenso momento subí a mi habitación y me encerré allí. Lo único que pude hacer fue seguir llorando. Me sentía terrible porque estas eran las consecuencias de lo que había hecho yo misma.

Pero ¿eso me detuvo de cometer más errores? No, así de terca era.

 




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