Ahora me arrepiento

28

Llevaba ya varios días sin hablarle ni a Víctor ni a los chicos, me dedicaba a sentarme sola y dibujar en mi cuaderno los "diseños" que algún día me gustaría confeccionar. Tanto Fred como Dayana habían tratado de hablarme; pero no pretendía escuchar a nadie por un buen rato.

Y de pronto, volví a ser la Agnes de diez años que no tenía amigos, que almorzaba sola, que leía para pasar el rato mientras los demás jugaban o charlaban entre ellos... la diferencia es que yo era feliz con ello hasta cierto punto, y ahora estaba tan triste que, en ocasiones, ver de lejos a Fred, a Víctor y hasta a Bella era tan doloroso que me iba al baño a drenar las lágrimas en silencio. Fred me había roto el corazón, Víctor había traicionado nuestra amistad y Bella tenía todo lo que yo deseaba y no podía tener.

Por suerte, la escuela acabaría en cuestión de días.

Esa tarde, al llegar a la casa y sentarme a ver televisión, me dieron una noticia que dio algo de luz a mi mundo oscuro.

—Ally —me llamó mi mamá. Luego de tantas correcciones de mi parte, terminó cansándose, así que tuvo que acostumbrarse a llamarme por mi nuevo nombre—, te tengo buenas noticias.

Desde lo que ocurrió con Fred y de que descubrieran que les había mentido, mi papá estaba muy distante; sin embargo, ella trataba de acercarse más seguido y saber cómo me sentía. De alguna forma, me hacía bien saber que ella quería que yo estuviera mejor aún dentro de mi adolescente dolor.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Bueno, una amiga mía va a comenzar un curso de costura para principiantes en unas dos o tres semanas, y durará dos meses —me sonrío—. Ya te inscribí.

—¿De verdad? —mis ojos se abrieron como platos y la observé anonadada. No me esperaba que luego de la forma en que me comporté, ella quisiera cumplir uno de mis deseos.

—Sí —respondió—, pero no creas que te lo ganaste, tu padre y yo seguimos muy enojados. Dada la situación, te permitiré entrar —me miró de manera seria—. Tal vez te haga bien un nuevo entorno.

Ella se levantó del sofá de la sala y estaba a punto de irse a su cuarto.

No sé qué pasó, pero en la batalla constante que había entre Agnes y Ally dentro de mí, Agnes logró tomar el control por un momento.

—Mamá... —ella volteó.

—Dime, amor —dio unos pasos cerca.

—Yo... —balbuceaba sin saber cómo expresarme—, no hice bien al mentirles —bajé la mirada—. Fui una tonta por creer que estaba bien hacerlo y... —comencé a llorar, lo que hizo que ella se sentara de nuevo y me abrazara.

—Lo sé, princesa, lo sé —me acarició el cabello.

—Lo siento —mis lágrimas manchaban su franela blanca de casa.

—Descuida —me apretó—, es una etapa difícil. Yo también pasé por ella, pero debes confiar en mí cuando te digo que no hay nada que no puedas hablar conmigo. No hay necesidad de mentir.

Ya a mis catorce años estaba empezando a darme cuenta de mis errores, y eso fue algo que, si bien no me hizo dejar de cometerlos, me ayudó a descubrir que la única amiga que necesitaba realmente en ese momento era a mi mamá. Ella me entendería y, aunque se enojara, estaría allí para consolarme.

—Mamá —dije luego de unos minutos—, no te odio.

Mucho tiempo antes, cuando les grité a mis padres que los odiaba por una idiotez, fue algo que nunca creí cierto. Nunca, hasta que comencé a hacerlo. Los días en que no me importaba lo mal que mi mamá se sintiera, o cuando veía a mi papá romperse el lomo trabajando sin que a mí me afectara; esos días me daba cuenta de que, por razones tontas, los odiaba.

Y no los odio.

—Yo te amo —confesé con toda la honestidad que llevaba tiempo sin sacar a relucir.

—Y yo a ti, cariño —ahora ella lloraba también.

Mi etapa de rebeldía estaba muriendo, ya no buscaba desobedecer a mis padres, ni tampoco hacer cosas que, a mi edad, eran irrelevantes e innecesarias.

Pero —porque siempre había peros—, eso no significó el fin de mis problemas. De hecho, mi etapa de rebeldía era un juego de niños comparada con la etapa siguiente.

Superficialidad, más envidia, baja autoestima y problemas alimenticios. Esa era la ola que me ahogaría en pocos meses.




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