Ahora me arrepiento

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Al empezar las vacaciones, me di cuenta de que ya la mayoría de las personas me llamaban Ally, y no Agnes. Eso me agradó mucho, me encantaba ser ella a pesar de todo. Además ¿qué daño me hacía un sobrenombre?

Más del que creí, vaya que sí.

Siendo Ally ocultaba mis inseguridades, porque, aunque ya no pretendía ser una adolescente rebelde, todas las cualidades que me hizo adoptar me hacían creer que seguía siendo como ella, o sea, que podía hacer lo que quisiese si yo lo consideraba necesario. Pero, de vez en cuando, Agnes surgía y me invitaba a hacer las cosas bien.

Así que una lucha más o menos así ocurría en mi cabeza:

«Te está olvidando, ya no eres nadie» Decía Ally a Agnes.

«¡Claro que no! Está entrando en razón» Respondía esta mientras se sentía cada vez más débil.

«Estás desapareciendo, y en poco tiempo ya no tendrás el control de nada aquí» Reía Ally.

Tristemente, yo misma la había creado. Aquel día con los chicos en el almuerzo solo le di un nombre a una bola de cosas malas que se adueñaban de mi cuerpo.

Ahora entiendo que nosotros somos nuestros mayores enemigos, porque nadie puede decirnos quién ser. Si decidimos ser alguien que comete errores, eso seremos, aunque intenten ayudarnos.

Y ese fue otro de mis muchos problemas.




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