Una semana después de haber comenzado las clases de costura, Loren y yo ya éramos, prácticamente, uña y mugre. Ella tenía muchas historias geniales que contar y yo la escuchaba con mucho interés.
—Hace un año mi papá nos llevó a Londres de vacaciones —me contaba mientras teníamos un receso del curso—, me aburrí un poco, pero visitamos lugares bastante interesantes. Tomé unas mil fotos —exageró.
—Yo jamás he viajado un avión —mencioné—, creo que me daría mucho miedo.
—Al principio asusta, pero luego de que estás en el aire, viendo todo debajo de ti, es hermoso.
Loren me caía muy bien, era el balance perfecto entre tímida y divertida. Nunca antes ninguna chica me trató como ella lo hizo. Ambas queríamos conocer de la otra, ambas buscábamos la amistad de la otra. Ese día, una semana después del inicio del taller, la invité a mi casa. Jamás había invitado a una amiga para pasar la tarde, el único fue Víctor, quien me visitó repetidas veces para estudiar, ver una película o charlar.
Recordar a Víctor me dejó un mal sabor en la boca. No habíamos hablado desde que le grité que lo odiaba y, a decir verdad, me sentía algo culpable por ser tan mala con él. Luego me venía a la mente el hecho de que me delató y la culpa se iba inmediatamente.
Cuando fuimos a mi casa le presenté mi mamá, y quedó encantada de que por fin tuviera una amiga de mi edad. Subimos a mi cuarto y hablamos un buen rato, nos estábamos divirtiendo mucho ya que, aun siendo tan distintas en gustos o experiencias, conectábamos muy bien.
—Oye, en mi mesa hay un álbum de fotos —dije luego de que habláramos de nuestras familias—, pásamelo para mostrártelo, tengo muchas fotos ahí.
Ella giró en la silla y buscó en la mesa para luego pasarme el álbum. Las dos nos sentamos en la cama. Lo abrí y comencé a contarle dónde nos habíamos tomado las fotos. No tenía muchas con mis otros familiares, la mayoría era sólo con mis padres.
Excepto por una.
—¿Quién es él? —señaló al pelirrojo que hacía una mueca graciosa junto a mí.
—Pues... —respondí luego de unos segundos de silencio—, se suponía que era mi amigo, pero ya no lo es—dije con cierto tono de nostalgia. El día que tomamos esa foto fue un día en que mi papá nos acompañó al parque. Teníamos once o doce años.
—¿Qué sucedió? —preguntó ella.
—Prefiero no hablar del tema —me sinceré—. Me lastimó mucho, en resumen.
—Si te hizo algo tan malo, creo que deberías botar su foto, sólo traerá malos recuerdos —sugirió.
—Tienes razón —la saqué del plástico que la cubría y, sin pensarlo, la rompí. Era lo único que había conservado de Víctor o, al menos, eso creía.
Me sentí bien, como si de verdad rompiera lazos con una persona que me hizo mucho daño y a la cual ya no quería recordar.
Estaba mal. Víctor era quien quería todo el bien para mí, buscaba protegerme y ayudarme, y yo, como la niña orgullosa que era, no pensaba admitirlo.