Voy a saltarme un mes vacaciones, de clases de costura, de reuniones con Loren y de situaciones poco relevantes para llegar al día en que se me metió una idea en mi cabeza y, por más que traté de ignorarla, fue imposible.
Y este comentario fue lo que la ocasionó:
—¡Mírate! Eres toda una señorita —comentó mi tía, hermana de mi madre, que vino a visitarnos. Ella vivía en otra ciudad—, aunque estás algo más rellenita desde la última vez que te vi.
¿Yo? ¿Rellenita? Me lo creí en ese momento, pero la verdad es que estaba en el peso y cuerpo normal de cualquier chica de mi edad. Yo, por supuesto, me espanté.
—Tonterías, está igual que siempre —dijo mi mamá riendo.
Fue tanto el impacto que causo en mí, que siempre me miraba al espejo en busca de alguna alarma, alguna panza, algún muslo demasiado regordete: no había nada, mi cuerpo estaba exactamente igual... Pero con el pasar de los días la pregunta me venía constantemente. ¿Estoy gorda? ¿Estaré subiendo de peso?
Días más tarde le pegunté a Loren
—Estás bien, yo te veo totalmente normal —respondió Loren sonriendo.
—¿En serio? Me siento más gorda, de verdad —observé mi cuerpo. Aunque lucía como el mismo de hace un mes, yo lo sentía diferente.
—Para nada, tu cuerpo está muy bien, Ally.
—Bueno, tal vez sólo es mi imaginación.
Olvidé el tema unos días, pero eso no me detuvo de mirarme cientos de veces en el espejo y examinar mis muslos, brazos y mi panza, y el cómo lucían con la ropa que usaba.
Debo admitir que comía bastante, pero nunca engordé realmente, estaba en pleno desarrollo y mi metabolismo era bastante rápido, según mi doctora. ¿Eso me calmó lo suficiente para no caer en la peor cosa que pude? No.
Próximamente conocería un poco a esas dos amigas que llaman Bulimia y Anorexia.