Ahora me arrepiento

38

La fiesta estaba increíble, nada que ver con las infantiles a las que había ido antes. En esta había música, muchísima comida, dulces de todo tipo, camareros y estaba abarrotada de amigos y familiares de Stella.

Estaban casi todos los estudiantes de los salones de tercero y cuarto, y por supuesto, también estaba Víctor. Vamos, era de esperarse, todo el mundo quería a Víctor. No, corrijo, todos menos yo —al menos en ese momento—. Yo, por otro lado, hice todo por no acercarme a él.

Otra persona que estaba allí era la chica nueva, la cual tenía nombre, claro.

Anaís, su nombre era Anaís. Y era muy agradable, tristemente.

—Disculpa —escuché cuando choqué con alguien mientras alcanzaba un refresco de limón.

—Descuida —dije a la voz. Era Anais. ¿Qué mejor manera de iniciar una conversación con la chica que ocupaba mi lugar como amiga de Víctor?

—Eres Ally, ¿no? —Preguntó ella—, estudiamos en el mismo salón, pero nunca hemos hablado —me sonrió.

—Sí, soy yo —respondí algo incomoda.

—Un gusto —extendió su mano, yo la tomé—, he escuchado mucho sobre ti.

Pensé instantáneamente en Víctor. ¿Le había hablado de mí?

No fue así.

—Rebelde sin causa, ¿eh? —bromeó de una manera amistosa.

—Pues... ya no más. Considéralo mi pasado oscuro —seguí la broma, en el fondo tratando de terminar la conversación.

Buen intento, pero no resultó.

—¿Quieres sentarte conmigo? Me encantaría conocerte mejor —¡Dios!, esta chica irradiaba felicidad, ¿cómo podía decirle que no?

Ya entiendo por qué se llevaba tan bien con Víctor, ¡Si es que era iguales! Con la diferencia de que Anaís era rubia, claro.

—Es que mis amigas... —me interrumpió.

—Solo un rato —sus ojos azules eran tan convincentes que cedí. Era demasiado agradable, no podía caerme mal.

Me senté con ella. Y sí, Víctor estaba allí hablando con los demás. Ni siquiera me miró.

Hablé unos minutos con Anaís, pero usé la excusa de que las chicas me esperaban para escapar de tener que ver a Víctor tan distante.

Allí comprendí el error que había cometido al decirle que lo odiaba. No lo odiaba, lo quería demasiado, sólo que no estaba en mis planes aceptarlo por orgullo, por idiotez.

Entonces el típico dicho de ''No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes'' empezó a cobrar sentido. Un doloroso y triste sentido.

En ese momento Agnes comenzó a formar la idea de que, de alguna forma, conseguiría que Víctor volviera a mi vida, y que todo sería como antes.

¡Aleluya, Agnes!

 




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