—Ally, has adelgazado, ¿o es idea mía? —preguntó mi mamá mirándome.
—Pues... Sí, tal vez un poco —ahora pesaba 50 kilos.
Los últimos meses había bajado muchísimo de peso. Al principio la idea de no comer era una tortura, ahora era parte de mi día a día. Desayunaba cereal con yogurt, almorzaba alguna fruta y no cenaba. Si me daba hambre, tomaba mucha agua.
—Definitivamente estás más delgada —no tenía preocupación en sus palabras, ya que era apenas notable—. El año pasado subiste de peso por lo mucho que comimos, ahora estas tragando menos —me alborotó el cabello—. Eso es bueno para nuestro bolsillo —bromeó inocentemente antes de irse de la cocina.
Yo no me sentía bien, ni mental, ni físicamente. Mis excusas ahora eran mejores: si como menos no engordo, si como menos me veré más bonita, si como menos mis padres gastan menos, si como menos, si como menos, si como menos...
Entonces de vez en cuando, comía mucho. Mis padres me servían un plato lleno y no podía usar siempre la misma excusa de no tener hambre, sino sospecharían. Comer me llenaba de satisfacción, pero después me invadía la culpa. La primera vez que vomité fue horrible.
La segunda, desagradable.
Para la tercera, me empezaba a acostumbrar.
Un día me vi al espejo y pude jurar que estaba más gorda de lo que estaba antes. Cerré los ojos y, a pesar de eso, cuando los abrí de nuevo seguía viéndome igual. Me sentí asqueada de mi misma, odiaba verme así. Luego volvía a verme como estaba de verdad. Ese tipo de cosas me pasaba seguido.
—Chicas, ¿quieren ir a la piscina mañana? —preguntó Bella. Estábamos Natha, Stella y yo en su casa—.
—Sería genial —dijo Natha.
—Buena idea —Stella sonrió.
—Me encantaría —contesté yo.
Al día siguiente, luego de pedirle permiso a mi papá, nos fuimos a una piscina que estaba cerca de la casa de Bella. Había que pagar, cosa de la que yo no estaba enterada, pero Natha me salvó ofreciéndose a pagar la entrada por mí. Ella me agradaba mucho, era distinta a Stella y a Bella, de alguna manera.
Ya en la piscina, me sentía bastante mal encajada junto a ellas. Tenían cuerpos atractivos y en mí no había nada que envidiar. Cualquiera podría verlas y decir sin pensarlo que eran atractivas y llamativas. ¿Y de mí? Nada del otro mundo, nada especial, solo un cuerpo sin la definición que ellas tenían.
¿Por qué no pude nacer con los cuerpos que ellas tenían? Siempre me preguntaba eso.
Vaya, que tonta era, no valoraba mi belleza y terminé destruyéndola.