Esa mañana significó el comienzo de la vigilancia constante de mis padres hacia mí. Me hacían comer todo lo que había en el plato, sin dejar un solo grano de arroz.
Aunque puedo decir que en ese momento empecé a recuperar mi peso normal, que dejé de evitar comer y me centré en seguir viviendo tranquila conforme conmigo misma, no lo haré, pues les mentiría.
Luego de comer, vomitaba todo. Antes lo había hecho en ocasiones, pero los cuatro días siguientes a ese lo hacía tres veces: mañana, tarde y noche. Me sentía mal físicamente. Me sentía débil, dormía mucho y los mareos y dolores de cabeza eran cada vez más constantes.
Todo llegó a su cumbre cuando me desmayé en la sala de mi casa y desperté en el hospital.
No recuerdo como fue en realidad. Sé que estaba viendo televisión con mi madre, que me levanté y me dirigí a la escalera... de ahí, todo está en negro. El caso es que, al abrir mis ojos de nuevo, estaba en una habitación de hospital, con una bata y con mi madre a un lado.
Luego de que me explicara la situación, pasó a confrontarme.
—Agnes, ya sé la verdad, ya la doctora nos dijo lo que sucede, pero quiero escucharlo de ti —me dijo con ojos tristes—. ¿Has estado vomitando lo que te hacemos comer?
No tenía otra salida.
—Yo... Sí, lo he estado haciendo —confesé en un hilo de voz, sin mirarla. Ya no podía excusarme, ya no podía quejarme y mucho menos defenderme. Tenía un serio problema.
—¿Por qué? ¿Por qué te haces esto a ti y a nosotros? —Me tomó de la mano—. Hija, me dijo que tienes un trastorno alimenticio y, si no paramos esto ya mismo, puede ser mucho peor para tu salud —explicó, conteniendo las ganas de llorar.
—¿Trastorno? —pregunté asustada. Por primera vez tuve miedo de lo que yo misma me causé.
Yo no quise llegar a ese punto... no creí que llegaría a ese punto.
—Agnes, hablo en serio cuando digo que debes parar —apretó más mi mano—. No tienes por qué hacer esto.
Todo quedó en silencio mientras nos mirábamos.
¿Cómo pude llegar a este extremo? ¿Cómo pude ser tan irresponsable?
Al final, tenía que admitirlo.
—Mamá, necesito ayuda —me rendí con lágrimas en los ojos.
«No» cayó Ally de rodillas. Estaba débil, muy débil.
«Te dije que no podrías» sonrió Agnes mientras se quitaba los escombros que había sobre ella.
«No ganarás esto» comentó retadora mientras se levantaba con dificultad.
«No gano aún, y tampoco será fácil lograrlo, pero lo haré» aseguró una golpeada Agnes.