Ahora me arrepiento

47

—Cuando estabas con Anais no parecía que yo siguiera siendo tu amiga —dije con el orgullo más grande del universo, sin mirarlo a los ojos.

Él se rio un poco, como si se burlara de mí.

—¿Qué te parece tan gracioso? —pregunté algo molesta.

—Estás celosa de Anais —respondió acercándose mientras seguía riendo.

—¿Qué? ¡Claro que no! —negué. Estaba sentada en mi camilla, con las piernas cubiertas por una sábana.

—Claro que sí, cuando estás celosa hablas de la misma manera que cuando veías a alguna chica hablando con Matías —se burló él mientras se sentaba a un lado de la cama.

No pude evitar sonreír un poco, aunque intenté que no lo notara. Cosa que, claro, fue imposible. Él me conocía del todo, eso era indiscutible.

—No estoy celosa —aclaré. Era una rotunda mentira.

—Sabes que sí. Y no es por parecer egocéntrico —Víctor, siempre con su actitud de payaso.

Bueno ¿qué más podía hacer? Estaba contra la espada y la pared. Muchas gracias, Víctor.

—Y si lo estaba ¿qué? A ti eso no parecía afectarte.

—¿Con que no? —Apretó un poco sus labios—. Cuéntame ¿a quién le dijiste que lo odiabas? —él no hablaba con rencor alguno, hasta parecía haber superado todo el pasado.

—Víctor, si vienes a decirme que tú fuiste un buen amigo y yo no, mejor ahórratelo —porque es cierto, y lo sé.

—Tú sabes que yo no soy así —su voz era más gruesa. Vaya que había crecido.

Es cierto, él no era así, su forma de resolver las cosas era mucho más inteligente.

—Lo sé, tú nunca haces nada mal —puse mis ojos en blanco.

—Basta, Agnes. Ya no quiero esto. Es hora de arreglarlo.

Su mirada se volvió algo apagada, como si estuviera triste. Me sentí horrible, yo había sido la peor amiga del mundo, le grité, lo ignoré, no me interesó cómo se sintió... ¿Qué clase de persona hace algo así a alguien como él?

—Yo no debí decirte que te odiaba —susurré. Decir esas palabras fue muy difícil para mí.

—Y tal vez yo no debí de dejar de insistir —se encogió de hombros—. Quién sabe, de ser así puede que no hubieses terminado aquí.

—Esto no tiene que ver contigo. Tú me conoces, ¿no? De seguro hubiera terminado aquí igual.

La habitación quedó en silencio. Él ahora me veía, pero no decía nada. Me tomó de la mano y la apretó un poco. Yo le devolví el gesto.

—Lo siento, Víctor —solté—. Tú siempre estuviste allí para mí, me intentabas ayudar, me protegías, me aconsejabas, y yo jamás pensé en ti, sólo en mí, en ser perfecta... Fui una idiota.

—Sí, lo fuiste —soltó una risa—. Y yo lo siento también, no debí alejarme; sin embargo, me estabas afectando a mí también, y creí que, ya que tú te querías alejar, lo más sano era dejarte hacerlo.

Charlamos, esta vez, como no lo hacíamos desde hace demasiado. Hablamos de nosotros, de lo que habíamos estado haciendo. Sus nuevos hobbies, mi avance en la costura, lo rara que se sentía su casa sin su hermana, que ahora vivía en otro estado, la situación en mi casa, sus nuevos amigos...

Tuve que decir en voz alta la pregunta que me carcomía desde que llegó.

—¿Por qué yo? —pregunté—. ¿Por qué, de todas las buenas personas en este mundo, decidiste ser amigo de alguien como yo?

—No hay un por qué, solo es así —me sonrió.

Eso me conmovió. Mis ojos se llenaron de lágrimas, ¿cómo pude hacerlo a un lado?

—Víctor, siempre haces todo bien —dije—, excepto elegir amigas... Bueno, de elegirme a mí como amiga —reí un poco. Él también se río, pero se puso serio de una forma extraña, como su hubiera recordado algo.

—No hago todo bien —negó—. Te oculté algo que no debí ocultar.

Yo entrecerré un poco los ojos y me puse seria. ¿Ocultarme algo? ¿Algo como qué?

¿Qué cosa podía ocultar Víctor?

—Bueno, dime.

Se quedó callado por un corto rato. Parecía pensar en qué decir, en cómo decirlo. Era, definitivamente, algo importante para él.

—Creo en Dios —soltó por fin.

—Sí, yo también creo en Dios —dije con cierta confusión ante su seriedad

—Me refiero a... en serio, en serio creo en Dios —parecía no saber cómo darse a entender—. Mi familia siempre ha sido cristiana, bueno, todos a excepción de Dayana —comenzó, yo escuchaba—. Nunca me adentré mucho hasta que cumplí los doce, allí empecé a entender realmente que Dios no era lo que yo había imaginado desde niño —lucía nervioso—. Y ¿sabes qué? Comencé a conocerlo de verdad...y suena algo ridículo para ti tal vez, pero es algo que quería que supieras.

Algo en él se me hacía diferente. Detrás de su nerviosismo y, tal vez, la vergüenza que parecía explicar todo esto en voz alta, había algo muy hermoso. Pasión, hablaba con pasión sobre el tema, se notaba que no era solo una creencia implantada por lo tradicional, o porque sus padres le hayan obligado. Era real, era importante.

—Mi papá me dijo en varias ocasiones que te invitara, que tal vez agradaría, pero yo no lo hice —jugó con sus dedos—. De todas maneras, fue difícil luego de que comenzaste a juntarte con Dayana.

—Nunca se me cruzó por la mente que fueras cristiano, que realmente lo fueras —mencioné.

—Tenía vergüenza y miedo de que te rieras de mí —se encogió de hombros—. Pero ya no, así que quería contártelo, sentí que debía hacerlo —suspiró—. No es nada tan problemático como lo que tú has vivido, lamento aburrirte —se rio un poco.

—Me hace feliz que me lo cuentes, que tengas la confianza de abrirte así a pesar de todo —le dije, aún con los ojos algo mojados por, por fin, tener a mi amigo de vuelta.

—Eres la primera persona a la que se lo cuento. Desde ahora quiero tratar de no ocultarlo —su mano seguía tomando la mía—. También estas cordialmente invitada a venir a mi iglesia cuando gustes.

—Lo haré, te acompañaré —sonreí para que luego él hiciera lo mismo. Tal vez creía que yo no aceptaría. Por el contrario, quería hacerlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.