Ahora me arrepiento

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Dios.

¿Qué era o quién era Dios para mí?

Era, sin duda, algo a lo que temer. Cuando tenía unos siete y ocho años, tiempo en el que mis padres comenzaron a ir a una iglesia por invitación de una amiga de mi mamá, pude ir a un par de veces a la escuela dominical, un tipo de reunión aparte para los niños, y nunca me gustó del todo. Nos enseñaban usualmente sobre los mandamientos, y cómo había de cumplirlos; de lo contrario, estaríamos pecando y nos iríamos al infierno.

Nunca había pensado mucho en Dios, o en Jesús, o en el Espíritu Santo, dado que no era algo que me llamase para nada la atención. Para mí Dios era un ser existente, supremo y todo eso, pero no comprendía por qué Víctor lo mencionaba como si fuese alguien cercano a él, hasta accesible.

Desde ese día en el hospital, comenzaron a venir a mi cabeza muchas preguntas sobre el tema, muchas dudas. No pregunté nada a mi amigo por vergüenza, así que simplemente esperé a que esas cuestiones se resolvieran con el tiempo... O que no lo hicieran.

Era el viernes de la semana siguiente a la que salí del hospital, y Víctor llegó a mi casa al mediodía, pues mis papás lo invitaron a comer. Luego de dicha comida nos sentamos en la sala para ver televisión. Por suerte, y contrario a la última vez, no fue difícil recuperar la confianza y la cercanía que alguna vez tuvimos. Por el contrario, fue como si nada hubiese pasado.

—¿Harás algo más tarde? —preguntó el pelirrojo.

—No, nada —respondí, mirando al televisor. Veíamos una película animada.

—Hay una reunión para jóvenes a las 4:00pm, ¿quieres acompañarme?

—Claro, le puedo decir a mi papá que nos lleve —Sonreí.

No tenía problema en ir, de hecho, hasta me llamaba la atención ver qué era lo que mantenía a Víctor allí.

—Excelente.

Continuamos hablando hasta que se hicieron las tres y media, por lo cual Víctor dijo que ya era hora de que nos fuéramos para llegar temprano. Mi padre justo estaba por salir a trabajar, así que nos llevó sin molestias.

Cuando llegamos pude observar el lugar. Era un local de dos pisos pintado de color azul oscuro con un cartel que decía: Iglesia Cristiana "Tierra de Vida". Cuando entramos, vi que había, al menos, trescientas sillas acomodadas en el salón, todas de metal con almohadillas negras. Algunas personas se acomodaban en ellas, y otras solo estaban a los lados platicando. Había un escenario con algunos instrumentos sobre este.

Víctor me dijo que lo siguiera para sentarnos en la tercera fila a esperar que comenzara la reunión. El salón era bastante bonito: paredes de madera, suelo de alfombra, iluminación hogareña. El ambiente era agradable.

Ya sentados, Víctor me dijo lo siguiente:

—Ally, quiero decirte que, si esto no te gusta al final, no tienes que sentirte obligada a volver —comentó en un tono bajo. No noté que me había llamado por mi sobrenombre. Pudo haber sido porque, al final, sólo lo tomó como eso, un apodo—. Sé que no es fácil llegar a un lugar que no conoces, con gente que no conoces, a escuchar cosas que tal vez no tengan sentido, pero sólo se tú, no te fuerces o trates de adaptarte de una vez.

—Está bien, lo haré —le respondí.

La reunión empezó cuando ya era la hora. Un hombre de unos veinticinco años se paró frente al resto y dio la bienvenida. Dijo que cerráramos los ojos y oró con nosotros. Continuó con unos cantos, algunos lentos, y otros más movidos, la banda tocaba sobre el escenario, aunque no parecía un concierto para nada. Me sorprendió ver como los jóvenes saltaban y levantaban sus manos alegres. ¿Esto era una iglesia? No era el que yo había conocido. Me sentía bastante perdida, a decir verdad.

Yo, por respeto, me mantuve en mi lugar sin hacer mucho.

El hombre, al finalizar los cantos, nos pidió sentarnos para comenzar la predica.

A decir verdad, no presté mucha atención al principio, pues mis pensamientos me distraían bastante; pero hubo algo que me llamó la atención dentro de toda la charla que se extendió durante, tal vez, una media hora.

—¿Quién eres? —preguntó aquel hombre. Señaló a una joven y le hizo esa pregunta, a la cual ella respondió como "Lila" e hizo lo mismo con otros chicos—. Ciertamente, ustedes saben quiénes son o, al menos, cuál es su nombre; sin embargo, ¿saben en realidad quiénes son? ¿Su identidad?

Identidad... ¿acaso tenía yo de eso?

—Muchos de nosotros buscábamos ser como alguien más, y me incluyo —se señaló a sí mismo—. Yo quería ser como mi hermano mayor, que iba a fiestas, salía con sus amigos y sus novias, manejaba su propio auto y tomaba alcohol sin descuido. Tantas fueron mis ganas de ser como él, que me volví peor —confesó—. Para hacer el cuento corto, comencé a drogarme muy seguido, tanto que casi me echan de mi casa por eso —caminaba de un lado a otro, tal vez para hacer la charla más dinámica—. Esa noche, echado en una plaza cerca de mi casa luego de discutir con mis padres, escuché que alguien me dijo: ''Richard, este no eres tú''

Siguió contándonos cómo, luego de esa experiencia, volvió a su casa y les pidió ayuda a sus padres. Me sorprendí bastante cuando dijo que sus padres eran los pastores de esa misma iglesia, y que todo eso había sucedido un par de años atrás apenas. Contó todos los detalles de su reintegración a la iglesia, de cómo se arrepintió de sus errores y se sintió perdonado por Dios, y cómo este le dio una identidad de ''hijo amado'', no de drogadicto, como antes le habían señalado.

—Tú identidad no es definida por lo demás, por lo que te digan, por lo que hagas, por tus errores, ni siquiera por tu familia —concluyó—. Tu identidad la define Dios, y ten por seguro que no será una negativa.

La reunión se terminó, Víctor me presentó a algunos de sus amigos del lugar; nos fuimos poco después de eso, sus padres nos buscaron. Me dejaron en mi casa y, durante todo el trayecto y hasta acosada en mi cama, pensé mucho sobre lo que el tal Richard habló.




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