Unos días después de haber acompañado a Víctor a esa reunión, él me invitó a su casa para pasar el rato. Inevitablemente hablaríamos sobre ello.
—Dime con toda sinceridad —dijo mientras jugábamos con su perro, Tauro, que era un perro salchicha que habían adoptado hace un año—, ¿te gustó ir?
Yo me puse a pensar mientras le sobaba la panza al perro. Por un lado, me pareció interesante lo que hablaron, y hasta me hizo reflexionar en ello. Por el otro, seguía teniendo mis dudas.
—Me gustó... Aunque no sé si ese es mi lugar —confesé encogiéndome de hombros.
—¿Por qué? Vamos, sabes que no voy a juzgarte por lo que elijas —me sonrió.
—Sólo no creo... que Dios esté interesado en mí, ¿comprendes? Yo no soy como tú —suspiré—. Tampoco siento que él me ayude a resolver mis problemas.
Víctor se quedó callado unos minutos, lucía pensativo. ¿Qué podía hacer yo? Pues sólo esperar.
—No voy a decirte que vayas a Dios para que resuelva tus problemas, porque Él no lo hará si sabe que tú misma puedes hacerlo —se calló para esperar a que yo opinara. Preferí seguir escuchándolo —. Bien, algunas personas que creen en Dios sólo van y le dicen cosas como: "Dios, ayúdame a tener un trabajo", "Dios, dame más paciencia" o "Dios, ayúdame a dejar el alcohol", pero las cosas no son así.
Víctor tartamudeaba un poco, como si estuviera nervioso. Tiempo después me contó que hablar de Dios era bastante difícil para él, pues temía que la gente no le entendiera y terminara creyendo algo distinto.
—Si tú quieres que Dios te ayude a conseguir un trabajo, tú debes empezar a buscarlo y Él abrirá las puertas —respiró un poco, ya que habló apresuradamente—. Dios no ayuda al que no se ayuda a sí mismo.
Esa última frase resaltó más que las demás. Entonces, si no nos ayudamos a nosotros mismos, Él no lo hará. Pero ¿por qué?
—Si quieres volver sólo dímelo, yo no te obligaré, porque sé qué se siente y eso no ayudará en nada —comentó luego de unos segundos—. No te sientas presionada de ninguna manera
—Me gustaría seguir yendo —admití.
Debo admitir que estaba muy confundida. Jamás había escuchado cosas como estas. Poco a poco fui captando, pero al principio fue complicado.
—Ally, ¿quieres comer algo? —preguntó él cuando Tauro se fue al patio a quién sabe qué.
Y con ese comentario, algo despertó. No sé si es la forma correcta de decirlo, pero fue como si algo se hubiera encendido en mi interior.
—Víctor, mi nombre es Agnes —solté y suspiré, como si un gran peso estuviera sobre mí y lo liberara finalmente. Él me sonrió y asintió.
—Agnes —repitió, con una expresión de alivio.
Así empecé a ayudarme a mí misma, antes de que necesitara que Dios me ayudara en algo.