Un mes más tarde, las cosas iban bien.
Había acompañado a Víctor a las reuniones en la iglesia y, a decir verdad, no era lo que yo creía ni esperaba. De alguna manera, me estaba gustando conocer a ese Dios, y me agradó haber recibido mi primera Biblia a manos de Víctor, una pequeña y de color rojo oscuro. La leía un poco todos los días, comenzando por las historias que narraban la vida de Jesús, justo como mi amigo me aconsejó.
Dejando eso de lado, mi vida estaba mejorando poco a poco. Podía ver como recuperaba algo de peso y, aunque eso me hacía pensar en que engordaría y todo empezaría otra vez, comencé a repetirme que era la hora de cambiar. Ya había declarado que mi nombre era Agnes y no Ally, pero ahora debía sacarla de mí para siempre y que no quedara rastro de ella.
En la escuela las cosas cambiaron de nuevo. Si bien el grupo de Bella no me hizo de lado, tampoco se preocupó mucho por mí cuando me alejé poco a poco. Natha, al parecer, estaba en las mismas; luego de hablarlo, supimos que ambas ya no nos sentíamos como una de ellas. Así nos volvimos Natha, Víctor y yo.
Era un día normal, una o dos semanas después de la vuelta a clases. Estábamos viendo física cuando escuché mi teléfono vibrar en el bolsillo, era mi mamá. Lo ignoré, pues estábamos en medio de unos ejercicios importantes, pero llamó varias veces más, así que fui hasta el profesor y le pedí permiso para contestar. Este me dijo que no había problema.
—Hola, ¿qué sucede? —le dije al responder.
—Hija, ¿puedes ir a casa de Víctor o de Natha luego de clases? Estoy fuera y no creo volver para cuando salgas —dijo con la voz diferente a como era usualmente.
—Bien, les preguntaré, ¿dónde estás? —estaba algo extrañada.
—Debo irme, luego hablamos, te amo —colgó.
Volví al salón bastante distraída, pensando en qué estaría haciendo mi mamá, mas intenté despejar mi mente y continuar con los ejercicios.
—¿Puedo ir a casa de alguno de ustedes? —les pregunté cuando salimos del salón.
—No a la mía, están arreglando el baño de abajo, así que está hecha un desastre—contestó Víctor.
—Ven a la mía —sonrió Natha—. ¿Ocurrió algo?
—Mi mamá no está y hace un tiempo que no tengo llaves —respondí. Me las habían quitado luego de toda mi etapa rebelde, ya que temían que me escapara. Si no tenía llaves, no podría salir ni entrar. Ya que mi mamá siempre estaba en la casa, no las necesitaba, a excepción de ese día.
Luego de ver biología, me fui junto a Natha en el auto de su mamá, una señora muy amigable. Ella nos preparó un delicioso almuerzo, que nos dejó disfrutar mientras veíamos televisión en la sala.
Ya había ido a casa de Natha antes un par de veces, una hermosa, enorme y moderna casa que, a diferencia de la de Bella, no eran tan extravagante. Mantenía un estilo simple, al igual que su vida.
—Veamos videos en mi computadora —sugirió ella al terminar de comer, apagando el televisor.
—Buena idea —concordé. Dicho eso, subimos y pasamos un buen rato buscando videos graciosos en los que acabábamos siempre muriendo de risa. Hasta nos desafiamos a ver quién lograba no reírse, pero fallamos en el primer intento.
Dos amigas, risas; no se necesitaba nada más para mejorar el momento.
Como dije, fue un día normal. Hasta que se hicieron, aproximadamente, las seis de la tarde.
Allí el día se volvió todo, menos normal.