Le había mandado un mensaje a mi mamá para decirle que estaba allí, por lo que no me sorprendí cuando la vi abrir la puerta del cuarto de Natha.
—Hola, chicas —sonrió ella—. Agnes, debemos irnos.
Yo asentí y busqué mis cosas para luego despedirme de Natha y de su mamá. Cuando nos subimos al taxi para ir a la casa, noté que mi mamá lucía exhausta y, además, muy apagada.
—¿Pasa algo, mamá? —pregunté en el camino.
—Hablaremos luego, linda —dijo, tomando un respiro.
Al llegar a la casa, me dijo que subiese a cambiarme mientras ella hacía unos sándwiches. Yo le obedecí, preocupada porque sabía que algo andaba mal. Ella nunca actuaba así.
Minutos más tarde, entro a mi habitación con un plato, que tenía dos sándwiches en él, mas al solo dejarlos en el borde de mi cama y sentarse a un lado, comenzó a llorar.
—¿Mamá? ¿Por qué lloras? —la observé extrañada y al mismo tiempo triste por su rostro. Me acerque al instante, echando para atrás el plato.
—Agnes, debo decirte algo —seco las lágrimas, tratando de calmarse—. Princesa, sólo quiero que estés tranquila, ¿sí? —tomó mi mano.
—¡¿Qué pasa?! —alcé la voz nerviosa, detestaba verla así, y estaba segura de que era algo terrible.
Sólo... no creí que fuese
—Mi niña —respiró—. Tu papá estaba llevando a un cliente al otro lado de la ciudad —cerró sus ojos, dejando salir más lágrimas, me imaginé lo que seguiría—. Mientras manejaba en la avenida, un auto delante de él perdió el control y chocaron —tapaba su rostro mientras yo sentía el frio correr mi piel y mi cuerpo paralizarse—. Él... él está en emergencias y...
—Mamá, tranquila —respondí con una serenidad espeluznante. Ella me observó entre lágrimas.
—Debo volver, tengo que estar con él —con su camisa secó su cara—. Pero va a estar bien, ¿Sí? Sólo estará algo golpeado, tal vez tenga que estar mucho tiempo en el hospital, pero estará bien.
Algo en su voz me quitaba la tranquilidad. Duda. Era definitivamente la duda.
—Sí, mamá —asentí—. Te acompañaré —dije, abrazándola.
—No, no quiero que lo veas así —bajó la mirada—. Tampoco está consciente desde que lo llevaron al quirófano, pero pude hablar con él unos segundos antes —sacó algo del bolsillo de su pantalón—. Me dijo que te dijera que te ama mucho y que todo va a salir bien —me dio lo que sacó, era el anillo de graduación de mi papá. Siempre lo usaba, pues le gustaba la piedra roja que lo decoraba—. Dijo también que te diera esto para que se lo devuelvas la próxima vez que lo veas —me sonrió. Tenía sus ojos y mejillas rojas, sus manos le temblaban. Yo lo tomé y me lo puse, pero no me quedaba bien.
—Mañana se lo llevaré —dije mirando el anillo. Estaba demasiado impactada.
No podía procesar lo que realmente sucedía. Mi mente no captaba que mi papá no solo estaba en el hospital, sino que estaba crítico. Para mí, en ese mismísimo instante, todo era demasiado distante como para creérmelo.
Ella se fue, yo quedé sola en mi habitación y en la casa. Bajé a ver televisión un rato, pero la primera imagen que apareció en esta fue un canal de noticias, que contaba cómo horas antes había ocurrido un terrible accidente al otro lado de la ciudad; con solo ver el estado en el que terminaron los dos autos, apagué la pantalla y subí de nuevo.
Fui hasta el cuarto de mis padres y tomé del closet esa vieja camiseta de béisbol que usaba mi papá casi todo el tiempo al estar en la casa, casi como su pijama. Al volver a mi habitación me senté en la cama y, entre la aún presente confusión y los nervios que me dejaron las imágenes que acababa de ver, decidí hacer algo que aún no sabía hacer muy bien.
—Señor... —cerré mis ojos—, te pido por mi papá. Él es un gran padre, y te doy muchas gracias por permitirme tenerlo casi todo el tiempo. Te pido perdón por todas las veces que fui grosera con él y le dije cosas que no debía decirle. Te pido que él esté bien, sé que en la mañana podré volver a verlo y te prometo que me esforzaré en ser una mejor hija —suspiré, ya no sabía que decir, tenía miedo a expresar en voz alta mi miedo a que...—. En el nombre de Jesús, Amén.
Yo no era una experta orando, y supongo que nadie lo es, pero lo que dije lo hice con la mayor fe que albergaba mi corazón. Me acosté abrazando la camiseta de mi papá, dejando el anillo en la mesa de noche.
¿Por qué no estaba llorando o, si quiera, muriéndome de miedo? Sí estaba preocupada, sí estaba algo asustada, mas todo estaba dentro de mí, nada salía, nada me ahogaba. ¿Era normal estar tan tranquila?
Supongo que creí que todo iba a estar bien de verdad, que solo era un mal susto.
Pero no.
A la mañana siguiente me despertó una voz no tan constante en mi día a día, no era mi mamá, tampoco mi papá, era mi tía.
—Agnes, amor... —al abrir bien los ojos y mirarla, pude notar las lágrimas que bañaban su cara.
No fue difícil entender que ese anillo no sería entregado.
Mi papá había muerto hacía apenas media hora.